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Protestante Digital

 
 

La TDT, ese engendro

En la calle, en las tertulias en los bares (qué sí, que las hay), en la cola del súper (de acuerdo, en esas colas no habla nadie, pero siempre se pone como ejemplo), en el vestuario de la piscina y con el ridículo gorrito encasquetado, en todas partes se habla de…el apagón analógico de la televisión. O sea, la implantación de la Televisión Digital Terrestre (TDT).
INTERMEDIOS TV AUTOR Jordi Torrents 04 DE JULIO DE 2009 22:00 h

El apagón analógico es una especie de ente abstracto, una imagen que cada uno se forma, pero que suele ser la de un personaje sin rostro que, de repente, aprieta un interruptor, como uno de esos botones rojos que tienen que desencadenar una nueva guerra mundial.

En mi caso, mi imaginación tiende más a pensar en un ejército de empleados de…de lo que sea, pero empleados, con su mono azul y sus arneses, escalando a los distintos repetidores (no, no son los que han suspendido algún curso de la ESO) para cortar un cable mientras esgrimen una sonrisa maléfica y emiten una carcajada gutural que va dando tumbos por los montes más cercanos hasta perderse.

Nos han contado que se trata de algo progresivo; en Catalunya, de hecho, esta misma semana ya hay una población de unas 700.000 personas (corresponden a 83 municipios de cinco comarcas) que sólo puede ver la televisión vía TDT. Los primeros puntos en España fueron, el año pasado, en las provincias de Soria y Lugo, mientras que el apagón definitivo (a veces me suena más a amenaza que a promesa de algo positivo) se prevé para abril del 2010. En mi caso, la verdad es que ya llevo meses con el nuevo sistema, pero no acabo de verle las supuestas ventajas por ninguna parte (más allá del hecho de contar, de golpe, con 40 canales, aunque es una ventaja que también pongo en duda). Hace unos días (y no me lo atribuyo, ya que queda feo) oí en un programa de radio llamado La segona hora (La segunda hora) en la emisora RAC 1 (la que más aparece en mis incursiones radiofónicas del día a día) una gran definición para la TDT: “Es un sistema moderno para una oferta anticuada”. Pues ¡lo clavan!

No voy a intentar explicar técnicamente cuál es la diferencia entre el sistema analógico y el digital. Ni lo sé (provengo de eso que se llamaba Letras en secundaria) ni me interesa. Me pasa como con el coche: soy incapaz de distinguir un pistón, una bujía o la estroncia de la trúcula. Me limito a corroborar si entra el cambio de marchas y si el vehículo se digna a rodar. Mi naturaleza pretecnológica me impone un cierto temor atávico a las máquinas. Uso la tecnología, pero no la entiendo. Y punto. Así, si con el coche tengo suficiente con comprobar si se mueve y se detiene cuando aprieto uno u otro pedal, con la TDT me pasa lo mismo.

Mi objetivo es conseguir más y mejor oferta, pero ¿es así en realidad? De entrada, pensar en la TDT cuando nos hablaban de ella hace unos años, nos hacía presagiar una cascada de nuevos canales temáticos, de calidad y súpermeg chachi que nos ayudaría a superar el actual apalancamiento y la oferta carroñera tanto de la pública (TVE en parte de su programación) como de la privada (¿Hace falta que, a estas alturas, repita argumentos sobre la bazofia que nos sirven Telecinco, Antena 3 y, parcialmente, Cuatro?).

Pero la cruda realidad (¿existe una realidad cocida? ¿Horneada? ¿Vuelta y vuelta al menos?) es la siguiente (al menos desde mi experiencia con el engendro):

1.- LA RAPIDEZ.
El televisor tarda unos segundos en encenderse y, en el cambio entre canal y canal, hay otros segundos de tensa espera que siempre (aunque sepamos que no es así) nos hace pensar que ya está, que ya se me ha estropeado el aparato (eso lo pensamos con cara de pasmo y con el mando a distancia medio levantado, enfocándolo a la pantalla como si se tratara de la espada láser de Luke Skywalker).Se vulnera así uno de los grandes derechos de
 
la cultura del sofá hispano: el del zapping a toda castaña, ya sea para hacer un clásico barrido de canales en busca de algo que capte nuestra atención o para seguir, al mismo tiempo, una película, un concurso y el devenir de un partido de fútbol de la categoría “aburridos” (no citaré equipos, pero un Barça – Atlético de Madrid no cae siempre) en el que lo único que interesa es el resultado.

Según algunos expertos, resulta que lo ideal para cada frecuencia sería asociar un máximo de tres canales (hasta ahora, cada frecuencia de la UHF equivalía a un único canal), pero la realidad es que se están colocando cuatro o más de esos canales. O sea, es como si nos quejamos de que el ordenador nos va más lento el día que tenemos abiertos cuatro programas distintos y estamos bajando una película (un documental sobre animales, claro) y la discografía completa de Pink Floyd. Técnicamente, hay quien habla de una capacidad de entre tres y cinco canales con frecuencia, pero el resultado final lo pone en duda.

Ah, y no me olvido del desfase de algunos segundos que existe cuando se retransmite algún acontecimiento en directo: ¿Y qué más da? En teoría, da igual, pero resulta que miles (¿millones?) de personas en este país tienen la costumbre de seguir los partidos de fútbol sin la voz de los, a menudo, sosos y nada documentados locutores televisivos (¿alguien vio el festival de comentarios de JJ Santos y Luís Aragonés en la reciente Copa Confederación? Pues de eso hablo) para conectar con su canal radiofónico favorito. Pues olvídense, ya que el desfase pone de los nervios, aunque también da igual, ya que el gol lo van a saber de todas formas gracias a los gritos de algunos vecinos que tienen el mal hábito de seguir los mismos partidos.

2.- LA CALIDAD DE LA IMAGEN
Con la TDT, yo ya pensaba en efectos tridimensionales, en colores nunca antes vistos y en una definición digna de un cuadro de Antonio López. Y de momento, chisporroteos, indefinición a ratos y colores que ahora brillan, ahora son más sosos que Sergio Ramos defendiendo en el área pequeña. Calidad HD (High Definition) nos comentan los entendidos, y todos asentimos con la cabeza, como diciendo: “Uy, es verdad, qué bien se ve ahora la tele…”.

En la transmisión analógica los problemas más clásicos son la nieve, el ruido en la imagen, dobles imágenes (los típicos fantasmas), colores deficientes y sonido de baja calidad. En una trasmisión digital, resulta que recibimos una imagen siempre íntegra, pero con otros problemas como pixelación, congelamiento de la imagen y hasta el llamado abismo digital, cuando la señal se pierde del todo (¿no han vivido el típico No signal cuando deciden ver un canal concreto?). No quiero sonar a anticuado, pero hemos cambiado unos problemas por otros, por lo que exijo que nos devuelvan nuestros queridos fantasmas, que ya les habíamos cogido cariño con los años.

3.- EL MIEDO. Y EL NEGOCIO
Como en todo buen cambio que se precie, hay que aprovechar la coyuntura para sacar tajada. Con una información de esas a medias y que se limita a indicar que si no tienes TDT en casa eres un perro verde en vías de extinción, varias familias (especialmente personas mayores a las que les cuesta más entender cambios parecidos) han llegado a cambiar de televisor (¿hace falta recordar el precio de un aparato en relación a las pensiones o los sueldos medios?) cuando con un descodificador (a un precio mucho más asequible) era más que suficiente.

Y eso, sin hablar de las facturas de tembleque que algunos antenistas (por favor, no generalizo. Pido que nadie se sienta aludido y tramite una querella) han llegado a cobrar para adaptar la instalación de la antena. Y para rizar el rizo, de repente ha aparecido un rinconcito en varias tiendas de electrodomésticos con televisores a precios muuuuuy bajos: ¡Vaya chollo! ha pensado más de uno, antes de colocar en su salón un bonito aparato con pantalla plana (si no tienes pantalla plana, no eres nadie amigo, y cuanto más grande, mejor)…pero ¡sin TDT! Ah, es que olvidaron recordárselo.

4.- MAYOR OFERTA DE CANALES
Llegamos a la joya de la corona. Según consta en la Wikipedia, la primera plataforma comercial de TDT en España entró en funcionamiento en el año 2000. Se trataba de Quiero TV, una plataforma de pago que fracasó y cesó su actividad dos años más tarde. A finales del 2005 se produce el relanzamiento del sistema, con el inicio de emisiones digitales en abierto por parte de algunas cadenas, con la creación ya de canales exclusivos para TDT.

Resulta que la nueva oferta viene acompañada de servicios como canales de radio (¿no se pillaban ya durante las horas nocturnas de la Carta de Ajuste? ¿No seguimos escuchando la radio a través de los clásicos transistores, con el MP3 o en el coche? Yo, al menos, dudo que llegue a encender el televisor para escuchar la radio…), teletexto (¡Lo juro! ¡Lo venden como servicio revolucionario en la TDT! Esa pantalla en negro y plagada con letras estilo Spectrum que, seamos sinceros, nadie utiliza) y servicios interactivos (¿cuántos años hace que oímos hablar sobre la posibilidad de concursar en algún programa con el mando a distancia? Ni en Star Trek, oigan…), pero la gran asignatura pendiente, al menos de entrada, sigue siendo el de la calidad.

No sé cuántos canales puedo llegar a pillar, pero actualmente disfruto (por decirlo de alguna manera) de 41. ¿Y para qué? Como buen animal de costumbres, los tengo ordenados como siempre, en función del número que, comercialmente, utiliza cada cadena. Eso significa que hay un primer bloque de canales habituales (TVE, La 2, TV3, Antena 3, Cuatro, la Sexta, Telecinco…), un segundo de canales locales (en mi caso, cadenas de Terrassa, Sant Cugat, Barcelona,…), un tercero de canales algo exóticos (Barça TV, 105 TV, Intereconomía, El Mundo TV, Tele Taxi,…) y un cuarto plagado de teletiendas y concursos estafa. O sea, pasamos de una oferta básica de unos 8 – 10 canales a una que, de entrada, se multiplica por cuatro. ¿Se multiplica por cuatro la calidad? ¡Noooooo! Lo que se multiplica es el cutrerío y el engaño más absoluto. Los habituales concursos estafa nocturnos, ahora campan todavía más a sus anchas a plena luz del día, así como las teletiendas, esos espacios donde Chuck Norris, un cocinero regordete y con bigote o una señora escultural nos venden cuchillos que lo cortan todo, saunas portátiles, máquinas que te dejan los abdominales como una tableta de chocolate o rodillos de pintura que no gotean a 29,95. Y si compras uno, te regalan otro.

Algunos canales históricos han ampliado oferta. Por ejemplo, Antena 3 cuenta ahora con Antena Nova y Antena Neox, mientras Telecinco tiene Telecinco Dos y Factoría de Ficción (que se debería llamar Factoría de Repetición, ya que se limitan a eso, a pasar por enésima vez Médico de familia, Aída o Siete vidas), pero siguen llenando su parrilla con basura de la buena, con morbo y con cutrez extrema.

¿Y qué me dicen de cadenas como Interconomía o El Mundo TV? Dos cadenas con unos platós más cutres que una tele de pueblo (con todos los respetos por las teles locales, claro), con exceso de gomina, con tertulias monocolores (son una especie de portavoces oficiosos del PP) y con un estilo más estático que José Montilla dando un discurso y obsesionado con atacar a Catalunya (no incidiré en el tema, pero las mentiras y la bilis por metro cuadrado en esos programas superan al mismísimo ABC).

¿Algún oasis, pues, por ahí? Pues sólo uno: Disney Channel. Como adulto, claro, no debe entrar en mis parámetros, pero con un niño de nueve años en casa, se ha convertido casi en canal de cabecera. Y la verdad, cuenta con
series muy divertidas y bien pertrechadas como Zack y Cody, Hannah Montana (me gusta, ¿qué pasa?), Dinosaurios, Un chapuzas en casa o Phineas y Pherb (serie de dibujos animados que es todo un hallazgo, a la altura del gran Bob Esponja). Un segundo oasis, extraño pero que me atrae, es Barça TV (debería buscar Real Madrid TV, pero me da cosa), donde puedes llegar a ver un partido de la liga de sub-benjamines B o una entrevista con el utillero de la sección de balonmano, así como repeticiones de partidos antiguos (un Barça – Lech Poznan con Kluivert y Overmars por ahí tiene su qué) y una constante recreación en los recientes títulos. Sinceramente, para ver a las reinonas de la telebasura, prefiero volver a ver a Messi con una bufanda en la cabeza recorriendo el centro de Barcelona con el autocar del triplete.

En definitiva, la supuesta revolución no aporta, de momento, ni más calidad, ni mejores contenidos ni un aprovechamiento de lo que la técnica permite. El objetivo de las cadenas sigue siendo ser rentables (algo que no recrimino, que conste), pero sin ir más allá.

Me acusarán de exagerado, pero ¿recuerdan la última gran revolución televisiva que propició la entrada de nuevos canales? Hablo de la primera mitad de los años 90 del siglo pasado, con la entrada de las privadas, el inicio de la telebasura por excelencia y de los culebrones más malos que pegar a un padre. Por si alguien no lo recuerda, citaré algunos de esos primeros programas en esa supuesta revolución: Y ahora, Encarna (con Encarna Sánchez, estrella radiofónica metida a televisiva), Tutti Frutti (con los reyes de los casettes de gasolinera por ahí, como Raúl Sender, Manolo de Vega y, atención a la aportación histórica: las ¡Mama Chicho!) o las casposas aportaciones de gente como Nieves Herrero, el difunto Jesús Gil (sí, ese hombre tuvo un programa llamado Las noches de tal y tal en que traumatizó mi juventud al aparecer metido en jacuzzi y rodeado de mozas de buen ver), Rappel, Aramis Fuster, Pepe Navarro o la mismísima Chábeli Iglesias.

Con los años, creo que es innecesario relatar como ha sido la evolución de las privadas. Pues hala, corran, descodifiquen, adapten y disfruten (o no), ya que el espectáculo, cómo cantaba Mercury, debe continuar.
 

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