Sí, señoras y señores: cualquier opinión que provenga de una persona con convicciones religiosas
está bajo sospecha. Y yo me pregunto: ¿cualquier otra no? Si no deriva del pensamiento meditado que lleva a una persona a decidir lo que cree, ¿es más digna de crédito? Por favor…
Me pregunto si de verdad las personas piensan que lo que opinan de manera particular, lo que tienen como los principios elementales para su vida, es el producto de la revisión y análisis de todas las posturas que se han dado a lo largo de toda la historia sobre cada uno de los temas posibles. O quizá creen que son originales. ¿No será un factor bastante determinante lo que opina el resto de la sociedad donde uno se mueve? Es más, a mí me parece que lo sospechoso es que por países, por zonas, mayoritariamente todo el mundo piense igual. Porque, al parecer, y eso no lo digo yo,
somos hijos de nuestro tiempo.
El que es menos sospechoso es el que se desmarca, el que a pesar de las corrientes de pensamiento del momento sigue defendiendo la vida, por ejemplo, desde el principio hasta el final, y está dispuesto a pagar el precio de hacerla digna, honrando a cada ser humano con la atención, el cariño y el apoyo que sean necesarios.
No se le escapa a nadie que soy cristiana, y confieso que desde bien pequeña. Y desde siempre entendí que el maravilloso mensaje del evangelio era para ser comunicado, de manera que a lo largo de mi vida he hablado y he argumentado de mi fe a cualquiera que ha querido escucharme. Casi indefectiblemente, en el transcurso de la conversación, mi interlocutor apuntaba, con condescendencia, algo parecido a:
Ah, claro, tus padres son también evangélicos…
De un tiempo para acá, cuando llegamos a este punto, le hago notar a quien pronuncia esta frase que me está insultando, ya que no veo por qué tiene que presuponer que yo no pienso, que yo no cuestiono, que yo no reviso… cuando es evidente que quien va contracorriente soy yo, y eso suele implicar más convicción, más determinación, más esfuerzo.
Nótese que he usado la palabra
convicción y no otra, porque estoy hablando de haber analizado los argumentos y haberse decidido por algo que se nos muestra como la verdad: no hablo del folclore recibido como herencia en forma de supersticiones y creencias más o menos pintorescas y trasnochadas.
Y tus padres, ¿qué son?, pregunto.
¿Y tú qué piensas de…? Y, en la mayoría de los casos, mi interlocutor se apunta a la
doctrina oficial de turno.
Hay temas hoy en día en nuestro país que merecen especial consideración. No se está legislando según los principios bíblicos y los cristianos creemos de todo corazón que este camino tomado no tiene buen final. Sabemos que las indicaciones contenidas en la Biblia funcionan para bien, porque lo hemos visto. Y nos vemos envueltos en un ambiente de locura, donde se cambia incluso el significado de las palabras para hacer valer planteamientos más que cuestionables. Toda la vida el color verde ha sido la suma del amarillo y el azul. Si alguien insistiera en llamarle
marrón en lugar de
verde protestaríamos, porque no tendría ningún sentido, ¿verdad? Esto mismo ocurre, por ejemplo, con la palabra
matrimonio: es la unión de un hombre y una mujer. No estoy diciendo que no haya que legislar para la protección de los derechos de las personas en cuanto a su libertad de acción o a las prestaciones sociales que puedan derivarse de un compromiso de vida, pero una cosa es una cosa y la otra es aceptar pulpo como animal de compañía. Pero claro, lo digo yo, que
estoy bajo sospecha.
Por esta misma razón, por estar bajo sospecha, apenas es admisible que según quién haga proselitismo de sus ideas, dándose la particularidad de que además, al parecer, quedan clasificadas como peligrosas, porque pueden hacer pensar algo distinto de lo tolerado oficialmente.
¿Por qué esta reflexión? Porque algunas cuestiones no son semánticas solamente, sino de vida o muerte y no tienen vuelta atrás, como el aborto, la eutanasia o el suicidio asistido. Y, bajo sospecha o no, alguien tiene que decir que la vida es el valor supremo, junto con el de la libertad, y hay que conjugar estos dos derechos humanos con inteligencia y honor, y no por el camino fácil.
A juzgar por cómo se plantean y defienden algunos de estos temas tanto pública como privadamente, es el sentir general que el
progreso de una sociedad se evalúa en gran medida por la facilidad que tiene ésta para deshacerse de las personas que molestan: los bebés no previstos o los ancianos y los enfermos que no producen beneficio alguno.
Pues no sé qué piensan ustedes, pero a mí este planteamiento me parece, francamente, muy sospechoso.
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