Esta nota me impacto y me llevó a reflexionar. Me dije: no puede ser que este joven odie a un Dios de amor. Seguro que el odio no va en el fondo dirigido contra el Señor sino contra algo o alguien. Así que me puse a indagar con discreción para averiguar quien sería aquel joven que tenía semejantes pensamientos. Tuve algunas sospechas y tras realizar algunas pesquisas, di finalmente con el autor del escrito. Aproveché un tiempo de oración por los jóvenes para acercarme a él y charlar acerca de su amarga queja.
Cuando le pregunté porque odiaba de esa manera, me contesto lo siguiente: “en mi iglesia me dicen que todo lo que hago bien, es mérito de Dios, pero cuando hago algo mal es por mi culpa”. En otras palabras, lo que quería decir este chico era que en la iglesia le veían, poco más o menos, como un inútil, y por ello percibía a Dios como un tipo duro y antipático.
Cierto es que todo lo que tenemos proviene de Dios, pero Dios se goza repartiendo gracia y dones, y desea que todo esto sirva también para levantar nuestra autoestima. Podemos desalentar a otros cuando les espetamos frases del estilo: “Has cantado bien, pero no le robes la gloria a Dios,” “Tu no puedes hacer nada, es Dios quien actúa a través de ti.” “No digas he hecho esto bien; di mejor, siervo inútil soy”. “Ten cuidado como pasas las vacaciones, que la carne es débil, (en vez de decir, por ejemplo, diviértete y disfruta)”.
Todas estos tópicos denotan una falsa espiritualidad que anula la personalidad del creyente y deja a Dios como un déspota que necesita imperiosamente toda la gloria para Él. Como cristianos debemos recordar humildemente que todo viene de Dios y que lo prioritario es hacer las cosas para glorificarle a Él, pero tengamos cuidado de no ofrecer a otros creyentes consejos gratuitos y fuera de contexto, sino más bien, reconozcamos, animemos, y valoremos lo bueno que tienen y hacen los demás atribuyéndoles el mérito que les corresponde. Ni exagerando sus logros, ni quitando importancia a los mismos. Todos necesitamos que nos feliciten y aprueben nuestro trabajo, no podemos caer en la falsa espiritualidad de creer que no necesitamos los halagos. Quizás no necesitemos halagos de los que “nos hacen la pelota”, pero sí de aquellos que nos aman y son creyentes maduros. Esto sube nuestra estima, y es más, produce acciones de gracias a Dios.
El apóstol Pablo dedica gran parte del capítulo 16 de Romanos a reconocer y alabar a los hermanos por su esfuerzo y trabajo. Jesucristo mismo, alaba a Natanael, de quien dice que es “un verdadero varón israelita, en quien no hay engaño” (Jn 1:47)
Este chico había construido en su mente un Dios tirano, y por ende odioso, debido, en gran parte, a los comentarios y las afirmaciones de los demás procedentes de un conocimiento incompleto y desequilibrado de la Biblia y carentes de la sana doctrina, sin la cual, se tiende a producir iglesias espiritualmente enfermas, y de una mística “espiritualoide”. Todavía recuerdo la frase de un conferenciante que decía que “la verdadera espiritualidad tiene un pie en el cielo y el otro en la tierra. Los dos pies en el cielo es misticismo hueco, y los dos pies en la tierra es humanismo puro”.
Como adultos, nos es primordial saber transmitir a nuestros jóvenes una imagen real y equilibrada de Dios. Un Dios bíblico, que es un Padre, pero también un amigo; poderoso, pero humilde; santo, pero misericordioso; exigente, pero comprensivo; soberano, pero cercano... El Dios de la Biblia, es un Dios, sin duda, atractivo para la juventud y para todo el mundo; solamente necesitamos seguir conociéndole mejor para presentarlo a otros de la manera más saludable posible.
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