Me flipan

Me asombra que la historia de Jesús no se nos haya legado en un único relato sino en varios. Parece que alguien ha querido que la vida del Jesús se nos presente de manera plural. ¿Te imaginas que tuviéramos un sólo evangelio? ¿Cómo sería nuestra visión del Hijo del hombre?

Creo que en un mundo postmoderno como en el que vivimos esto adquiere, si cabe, mayor valor. No tenemos un catalejo sino un caleidoscopio o, si se prefiere, varios catalejos desde los cuales mirar el mismo horizonte. Las contradicciones descubiertas, o por descubrir, entre los evangelios no me quitan el sueño. La mayoría de ellas son aparentes y, en todo caso, quedan en un tercer o cuarto plano frente a la claridad del mensaje central de Jesús.

Me maravilla precisamente eso: la claridad del mensaje de Jesús y que paradójicamente haya sido revelado en la diversidad de enfoques y detalles que encontramos en los cuatro evangelios. Creo que esto explica, por un lado, la necesidad que tenemos de acercarnos a esos textos una y otra vez para adquirir una compresión cabal de los mismos y, por otro, las sorpresas que nos depara ese ejercicio.

Me impresiona que, habiendo sido escritos desde la fe, no esconden las limitaciones de los discípulos de Jesús y de las primeras comunidades cristianas, cuya vida nos cuenta Lucas en la segunda parte de su investigación.

Pero, aún más, me descoloca que hayan sido hombres quienes nos permitieran vislumbrar la fortaleza moral y espiritual de las mujeres que siguieron a Jesús y nos mostraran parte de las debilidades de los doce discípulos.

Me sorprende...

Será por todo ello que aprecio en gran manera a aquellos hermanos y a aquellas hermanas que hoy, en la comunidad de fe, son capaces de abrir los evangelios y hacer que los relatos, que he leído decenas y decenas de veces, brillen de tal manera que me acerquen y confronten con Jesús y su mensaje. Y esto ocurre no sólo desde el púlpito, sino también en conversaciones informales, por medio de la página escrita -impresa o virtual-, pero sobre todo en vidas que encarnan los valores del Reino de Dios que Jesús inauguró.

Sin embargo, hay algo que me asusta y que para nada me flipa. Se trata del simplismo y la unidimensionalidad con la que muchas veces me acerco a los evangelios.

Por simplismo me refiero a leer los evangelios sin expectación, como si estuviera transitando caminos trillados. Y por unidimensionalidad me refiero a mi tendencia a aplicar mi intelecto pero no mi corazón -en el sentido hebreo de asiento del pensamiento, la voluntad y las emociones-, mi cognición y no mis emociones, mi cerebro pero no mi sensibilidad literaria, mi mente no mi espíritu. En suma, parte de mi ser y no todo él.

Quiera Dios que mi acercamiento a los evangelios no sea simplista ni reduccionista, sino integral y honesto. Y que haga justicia a las intenciones de sus autores y, más allá de eso, a las intenciones de Aquel que, en su gracia, quiso obsequiarnos con ese cuádruple regalo.