Señores, Paquirrín fue el fruto de la España cañí llevada a su máxima expresión: la tonadillera más popular, Isabel Pantoja, y el torero más guapo, con las patillas más bien peinadas (con permiso de las de su señora), con los trajes de pata de elefante más ajustados, más valiente y más…torero, Paquirri. Francisco José (llegó al mundo con nombre de emperador, pero acabó destronado) nació en 1984 y antes de cumplir el año ya era portada del
¡Hola! (eso se supone que es algo bueno, hagan el esfuerzo de seguir la historia).
Paquirrín era un niño graciosete, con cara un poco de atontado, pero al que su madre le hizo un mal día un flaco favor: le subió al escenario en un ¿concierto? y le hizo balbucear (el chaval no tendría ni dos años) cuatro supuestas monerías, exhibiendo a la criatura cual Rey León ante las alimañas de la prensa del corazón en busca de carne fresca.
Pero resulta que
Paquirrín creció y el supuesto cisne se convirtió en el patito feo: sin oficio ni beneficio, el currículum de Paquirrín ocupa menos que la dignidad de María Patiño, con algún trabajillo como
maître en Cantora (el bar de la Pantoja) y un malogrado intento de hacer carrera como futbolista en la cantera del Real Madrid. Eso sí, la noche, la fiesta y una retahíla de novias
cazafamosos no se lo quita nadie, todo un carrerón que, para más colmo, se ha comparado constantemente con sus dos hermanos Fran y Cayetano (hijos de Paquirri con la desaparecida Carmina Ordoñez, uno de los personajes más acribillados de este país por la droga y por la prensa del corazón), dos chicos guapos, que arrasan entre el género femenino y son toreros de pro, una profesión que en España sigue llenando muchas fincas de
orgullo, satisfacción y colecciones de rabos y orejas, además de esas gigantescas cabezas de toro presidiendo el salón.
Se comentó que hubo algunos intentos para entrenar a Paquirrín como torero, pero el chaval se ve que no tenía demasiado arte a la hora de esquivar los mihuras de turno. Eso sí, mientras su madre ha sacado tajada de su relación con el ex alcalde corruptelas Julián Muñoz (tajada y hasta un ingreso en prisión, dicho sea de paso), Paquirrín ha huido con bastante dignidad de un estilo de vida que le habría reportado dinero muy, muy fácil, el de vender cada dos por tres exclusivas sobre sus novietas a holas, lecturas, diezminutos y otra basura, además de haberse podido prodigar semana tras semana en los platós más sórdidos (pero que mejor pagan) como el
DEC de Cantizano y sus carroñeros (impresionante su último acoso y derribo a un animal herido como Jaime Martínez Bordiu, un pobre hombre con la doble desgracia de haber nacido en la familia Franco y de estar enganchado a la droga).
Paquirri murió en la plaza de Pozoblanco. Las imágenes de su muerte forman parte del imaginario colectivo de todo un país, como la entrada de Tejero en el Congreso.
Pero ahí acaba la leyenda, ya que ni la Pantoja ni Paquirrín pasarán a la historia, precisamente, como iconos de algún arte concreto (de acuerdo, la señora canta, pero ¿la prensa amarilla la sigue por sus gorgoritos? Pues eso).
Y aquí, es donde entra la última gran idea de los artífices del programa Sé lo que hicisteis (también conocido como SLQH, de lunes a viernes, a las 15,30, en la Sexta), un espacio que ha destacado por haberse convertido en el azote de la prensa rosa, en una de las mejores críticas jamás perpetradas contra
eso que todavía arrastra grandes audiencias (¡qué país!).
Pues bien, los de
SLQH anunciaron hace unas semanas que iban a fichar a uno de los famosos de los que habitualmente hablan. Y el escogido fue Paquirrín. Y ahí empieza la broma infinita (tal como pregonaba el tristemente desaparecido David Foster Wallace). Y ahí empieza también la falta de sentido del humor de parte de la crítica y de otros programas, que han llegado a denunciar que
SLQH haya fichado a alguno de los iconos que tanto machacan. Sonará pretencioso, pero Ángel Martín y Dani Mateo (los dos colaboradores del programa que llevan la sección
Desmontando a Paquirrín) están que se salen: a partir de estampas cotidianas (ir de compras, preparar la cena, hablar tirados en el sofá, salir a la calle para que la gente pregunte lo que quiera al famoso,…), deconstruyen y reconstruyen al personaje, le dan la vuelta, permiten que aflore la cara más normal de un chico de 25 años que, por suerte o por desgracia, ha nacido en una de las cunas más cotizadas por la prensa más zafia y canallesca.
Y Paquirrín sale airoso. El supuesto objetivo del espacio es preparar al chico como futuro monologuista de
SLQH, pero Martín y Mateo ofrecen todo un ejercicio de metatelevisión. Varios foros se han dedicado a criticar a SLQH por incluir en su nómina al personaje en cuestión, considerando que el programa azote de la maléfica prensa rosa ha cedido a don dinero con su fichaje. ¡Cuánta ignorancia.!
SLQH, en realidad, intenta emular al gran Ferran Adrià con sus deconstrucciones, sus esferificaciones y sus experimentos culinarios.
Ángel Martín y Dani Mateo deconstruyen, esferifican y experimentan con Paquirrín; muestran a la persona, no al personaje, y atacan de frente a la perversión, las malas artes, el barriobajerismo del mundo del cuore, un mundo mentiroso, especulador con las vidas ajenas, manipulador e indigno, un circo del que tan responsables son los mal llamados periodistas (considerarme colega de María Patiño me provoca indigestión) como los
paparazzi que
revolotean por libre en busca de la carroña y los mismos famosos (y los pseudo famosos, y los amigos de famosos que aprovechan la coyuntura…).
Por más caras de indignación, gafas de sol XXL y golpetazos a los cámaras, si un famoso no quiere llenar páginas de papel
couché o espacios de anarosas, grisus, cantizanos, mariñas y bazofia del estilo, no lo hace. De acuerdo, vender tu vida por fascículos no da derecho a una intromisión constante en ella, pero lo cierto es que hay una retahíla de personajes que acostumbran a mercadear con bodas, separaciones, nacimientos, peleas, reconciliaciones, besos robados, bañitos en la playa, nuevas novias (o novios, claro), y si algo hay que valorar de Paquirrín es que ha huido como ha podido de todo ese mundo. ¿Ha aprovechado su popularidad para ir de bolos en discotecas casposas y sacar tajada o hasta para vender alguna exclusiva? Sí, pero él mismo ha confesado en
SLQH que le han llegado a poner delante de las narices un cheque en blanco para acceder a recibir durante un par de horas el bombardeo mediático, tal como acostumbran a hacer especímenes de dudosa reputación como Núria Bermúdez y compañía.
La Bermúdez, por ejemplo, es una doña nadie que quiso llegar a ser famosa a base de meterse en la cama de quien hiciera falta, siguiendo los pasos de maestras como Yola Berrocal o Sonia Monroy.
Paquirrín, en cambio, es alguien famoso, muy famoso, que ha dado pasos, torpes pero pasos, para acabar viviendo como un desconocido. El problema es que no cuajó como deportista, ni como intento de torero ni como estudiante, por lo que sus ingresos han sido alguna cutre campaña publicitaria (como una que hizo para una tienda de muebles).
Su paso por
SLQH será, seguramente, fugaz, pero habrá ayudado a desmenuzar un poquito más lo que en realidad es una trama de vulgaridad, de mentiras, de falsedad.
SLQH se excusa con la preparación de Paquirrín como futuro monologuista, cuando en realidad ha lanzado el mejor y más veraz reality de la historia de la televisión hispana. Paquirrín no actúa, se muestra tal como es, y Martín y Mateo moldean un espacio artesanal, con cuatro duros y con un resultado que, ríete de los intentos de la Milà, sí que es sociología pura. Intento imaginar a Paquirrín vestido con traje negro y camisa blanca, con un muro de ladrillos y una cortina roja detrás y ante un micrófono de pie, mientras va desgranando con su gracioso acento sus aventuras con chicas varias de polígono, sus supuestas peleas con Julián Muñoz en el sofá de casa por controlar el mando a distancia o sus frustrados intentos de acabar jugando en el Madrid al lado del fiestero de Guti y del cutre fashion de Sergio Ramos.
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