Alguien que considera como sus héroes a Bob Dylan y a Tom Waits ya merece, de entrada, todo crédito y respeto. El jóven californiano Jackie Greene, con seis trabajos ya en el mercado a sus 28 añitos, empezó su carrera en un modesto sello, Dig, para dar el salto a Verve (espléndida discográfica, dicho sea de paso) para lanzar en el 2005 este
Sweet somewhere bound. Greene, autor de todos los temas, demuestra su virtuosismo con la guitarra, la harmónica y los teclados, habiéndose hecho un hueco en la escena americana después de ser descubierto hace ocho años cantando en un club de segunda fila en Sacramento, California.
El álbum de Greene se mueve entre tiernas baladas (“Sad to say goodbay”, “Miss Madeline” o en las springsteenianas “Honey, I´ve thinking about you” y “A thing called rain”) y verdaderas jams swing (“About cell block #9”), toda una joya, una fiesta de celebración para adentrarse en el álbum. Pero donde Greene parece sentirse más cómodo es cuando bucea en las raíces más puras de la música americana (o sea, lo que se ha etiquetado, precisamente, como Americana, ese cruce entre el rock, el blues, el góspel, el folk y el country tan peculiar), cuando se acerca al tono dylaniano en temazos sobre el deseo (fantástica “Write a letter home”) o cuando oscurece un poco el tono (“Alice on the rooftop”, con un final para soltar lagrimilla y recordar a Jeff Buckley).
Greene rebosa talento, con una voz cálida y capaz de moverse sin problemas por los caminos de distintos estilos. Él mismo reconoce haber descubierto viejos discos en su casa gracias a que un día se estropeó el televisor. Desde entonces, Ray Charles, los Stones, Leadbelly o Hank Williams formaron parte de la vida de un adolescente que a los 16 años ya tocaba en un bar y a los 19 hizo el esfuerzo de sacar un disco, “Rusty nails”, autoproducido con el dinero ahorrado después de vender copias caseras de sus primeros temas. Años más tarde, su descaro le ha llevado a contar con el beneplácito de la crítica, con un tercer álbum plagado de verdaderas perlas. Greene, sin complejos, está llamado a codearse entre los grandes. La fórmula, la ha encontrado. La inspiración, también. Sólo le falta la garra para dejarse ir y demostrar que lo de fan de Dylan es algo más que una simple etiqueta.
Recientemente acaba de publicar Giving up the gost, un buen álbum que, posiblemente, le ayude a dar a conocer un nombre todavía oculto, esquivo a las radiofórmulas y que prefiere trabajar como un verdadero orfebre para pulir un trabajo más que brillante.
La imagen puede sonar a tópica, pero cuando Greene suena en mi coche (disco ideal para conducir de noche), subo el volumen y me imagino cruzando uno de esos largos y desolados tramos de autopista en la Ruta 66, una sensación que pocos discos me producen (el
Nebraska de Springsteen, el infravalorado
New adventures in Hi-Fi de REM o el
The boatman´s call de Nick Cave son algunos de ellos). Topicazo, topicazo, pero el mismo Greene relata en el libreto del CD que se siente como una sombra en un espejo, que sigue viendo la soledad como un hombre vestido de negro (la sombra de Johnny Cash es alargada) y que el disco también quiere escuchar a quien lo escucha. La belleza, añade, no existe sin la fealdad. En el tema que abre el disco, “About cell block #9”, nos engaña a todos: viste de explosión y de ritmo una visión triste de lo que le rodea, para acabar pidendo:
Dios, me siento desfallecer,
No tengo nada a lo que llamar mío
Estoy malgastando mis días, perdiéndolo todo.
Greene no quiere ser una estrella. No quiere convertirse en un nuevo crooner de traje impoluto, micrófono antiguo y riesgo de acabar aburriendo (que los hay). Greene prefiere buscar ese cruce de caminos donde dicen que el mismo Diablo le compró el alma a Robert Johnson a cambio del don de tocar el blues mejor que nadie. Greene no necesita venderla, pero en su música hay una constante sensación de búsqueda, de soledad, de redención, de convertirse en un ser cercano a Dios. La música y las letras de Greene no se corresponden con lo que supuestamente debe sentir un joven entre los 19 y los 28 años, pero ahí es donde demuestra su madurez, su capacidad de escarbar en lo más hondo del alma, ya sea la suya o la de los demás. Ya en su disco de debut,
Rusty nails, explicaba en un día se levantó por la mañana y descubrió que su chica le había dejado. En un día así, tuvo la sensación que Dios le había jugado una mala pasada.
Podéis saber más sobre Jackie Greene (así como escuchar algunos temas y ver vídeos) en:
www.jackiegreene.com
www.myspace.com/jackiegreene
Escrito por: Jordi Torrents
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