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Nuestra sociedad en crisis

Toda la atención ha estado puesta en la crisis financiera que de pronto ha explotado en el mundo occidental, salpicando a otras regiones del planeta, al punto que parece que de esta no se escapa nadie. ¡Gran señor es Don Dinero! Sin embargo, hay otras manifestaciones de la crisis que vive nuestra sociedad que se dan en áreas igualmente trágicas aunque menos publicitadas.
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 25 DE ABRIL DE 2009 22:00 h

Hoy, jueves 23 de abril de 2009, la prensa local de la ciudad de Miami nos informa que en la localidad de Margate, condado Broward, se ahorcó un niño de siete años. Todos decimos: «¿De siete años? ¡Qué pena!» y, como los personajes de la parábola del buen samaritano, nos hacemos a un lado y seguimos nuestro camino. No queremos llegar tarde a la iglesia donde acostumbramos reunirnos para adorar. ¡Un niño de siete años quitándose la vida! Los sicólogos se tiran los pelos de la cabeza, los sociólogos acuden a sus teorías del comportamiento humano, los psiquiatras revisan sus kardex con todos los síndromes habidos y por haber para tratar de explicarse el fenómeno. Los curas y los pastores exclaman: «¡Dios mío! ¡Qué mal estamos! ¡Hay que hacer algo!» Pero no hay que preocuparse tanto porque el niño era residente de un hogar para niños desamparados; niño sin padres, sin hermanos, sin un hogar. Sin pasado, sin presente ni futuro; es decir, un niño en situación irregular y, por lo tanto, susceptible de hacer lo que hizo. ¿Significa eso que sería más trágico el hecho si el niño hubiese pertenecido a un hogar bien establecido? ¿No es parte de la tragedia que niños como él -y como él hay miles- vengan al mundo a sufrir desde sus primeros días de vida porque fueron engendrados y concebidos en forma irresponsable por muchachitos y muchachitas que jamás pensaron en establecer un hogar y que, una vez parido, se deshicieron de él? Aborto sí. Aborto no. That is the question. Preservación del feto aunque, cuando ya convertido en un niño, opte por renunciar a la vida arrepentido de haber nacido en un mundo que se le ofrece como territorio hostil y macabro.

Esta semana, se detuvo en México a una banda de traficantes de pornografía infantil con conexiones internacionales entre los cuales aparece un sacerdote (*). Según las autoridades, el material fílmico incautado muestra a niños desde 0 años de edad en manos de estos desalmados quienes los explotaban sexualmente. ¿Cero años de edad? ¡No puede ser! ¡Tiene que haber un error! Y los pobres degenerados (!), que más disfrutan y más cobran mientras más indefensa sea su víctima, muestran caras de ¡cuánto lo siento… que nos hayan atrapado! mientras tratan de convencer a las autoridades que la falta no es tan grave y que más es el escándalo que el delito por lo que están dispuestos a aceptar una pena que no sea demasiado cruel.

¿Valen más los millones que malversó Madoff que la vida de un niño que es estropeada para siempre por facinerosos que ponen todo su empeño en hacer dinero aunque estén mandando al infierno a inocentes que quizás lleguen allá antes o después que lo hagan ellos? Nos preocupan las finanzas mundiales. Nos preocupa Wall Street. Nos preocupan los grandes grupos financieros. Nos preocupa la GM y la Chrysler. ¡Pobrecitos! Y damos de nuestro dinero para sacarlos de la crisis en la que ellos mismos se metieron por su ambición desmedida o por fallas estructurales del sistema. Pero tratamos con consideración a los pedófilos, a los mercaderes del sexo. Los metemos con todo cuidado en la cárcel mientras sus cómplices siguen negociando con almas. Almas de niños. ¿Pena de muerte para ellos? ¡Claro que no! Aunque con sus mentes depravadas y sus manos ensangrentadas hayan llevado y sigan llevando a la muerte espiritual a cientos y miles de niños y niñas.

Mientras escribo, tengo en la pantalla de mi computador la foto de una niña que no debe tener más de ocho años que llora desconsoladamente. La expresión de su rostro rompe el alma porque muestra que no solo sufre sino que es impotente para contrarrestar el mal que le están haciendo. ¿Habrá sido que sólo recibió un castigo de su mamá o de su papá porque no quiso comerse toda la comida? ¿Que llora porque sacó malas notas en la escuela? ¿O porque no le quieren dar el juguete que pide? ¿O será porque es una de los miles y miles de niñas que permanecen atrapadas en cárceles sexuales donde sus amos las obligan a prostituirse con niños de su edad, con hombres y hasta con mujeres que bien podrían ser sus madres, mientras las filman para comerciar con esa basura?

En el sitio de Internet que mantengo abierto mientras escribo me encuentro con un doctor de nombre Joaquín Díaz Atienza. No sé quién será ni cuál sea su especialidad. Es la primera vez que me encuentro con él, pero para los efectos de este artículo no tiene mayor importancia que no sepa quién es. Lo que sí importa es lo que afirma: «Cuando hablamos de maltrato infantil» dice, «se nos viene a la cabeza cualquiera situación familiar en la que los derechos del niño no son respetados. Sin embargo, ni conceptualmente es así, ni se reduce a una situación familiar. Todos conocemos las más diversas situaciones psicosociales en donde los derechos de la infancia no son respetados». Es lo que decimos más arriba. El llanto y el dolor de un niño, como esta pequeña a la que hacemos referencia, que es castigado con fines de educación y formación, habrán de tornarse en un beneficio significativo cuando crezca y dé muestras de que los adultos de su vida velaron porque tuviera un desarrollo normal e integral. Pero parecen ser más los casos de abuso que los de formación responsable.

Pero el Dr. Díaz Atienza dice algo más: «Creo que la peor lacra de la sociedad de nuestros días es el atentado permanente a la inocencia de nuestros niños y niñas produciendo heridas irreversibles en el alma de unos indefensos. Siento asco de las instituciones que -a fin de cuentas son hombres y mujeres-, silencian estos hechos de mercadeo sexual en función de no sé qué tipos de intereses. Siento asco de la pasividad de las instituciones ante el anuncio por parte de un determinado grupo de pederastas de crear un lobby de poder mediático hasta que nos convenzan de la normalidad que es mantener relaciones sexuales con niños/as, dándome igual que aleguen su “voluntariedad”. Me repugna cualquier estado y su gobierno que se llena la boca como defensor de los derechos de los “más desfavorecidos”, “de los derechos de la infancia” y que es incapaz de producir en el Código Penal las modificaciones necesarias para que estos depravados cumplan penas realmente disuasorias».

Quise comunicarme con el Dr. para expresarle mis simpatías con su cruzada pero me encontré con que primero tenía que pagarle 20 euros, si no… no habría luz verde para llegar hasta él. ¿Me repugna dijo? A mí también. Unos buscan el dinero por una vía, otros lo buscan por otra. Si no hay dinero no hay niños ni sexo, ni filmes porno; si no hay dinero, no hay vía expedita ni siquiera para decirle al doctor lo felicito doctor, siga adelante con su campaña. De nuevo, ¡Gran señor es Don Dinero!

Pero la pornografía infantil, con ser trágica, no es la única manifestación de lo enferma que está nuestra sociedad. En los últimos meses se han venido poniendo de moda aquí en los Estados Unidos los homicidios-suicidios cometidos por esposos y padres aparentemente sanos y ejemplares. Una llamada a la policía y aparecen, dentro de una casa, muerta la madre, muertos los hijos y muerto el marido. Y a veces, la abuela, el tío o cualquier otro ser vivo que se interponga en el camino de las balas o del cuchillo asesino. Si esto no es un síntoma serio de lo enferma que está la sociedad no sé cómo podría catalogarse. Ya no son solo los niños y los jóvenes desquiciados los que irrumpen en las escuelas disparando y matando a sus propios compañeros y a cualquier profesor que se interponga en su camino sino que son gente de hogar, padres de familia hasta ayer ejemplares. Todos normales. Como aquel muchachito de diecisiete años que en una escuela de la Florida le cortó el cuello a un compañero solo por el gusto de ver cómo se desangraba y expiraba a sus pies.

Un día de estos, alguien me pidió que le ayudara a escribir una carta a su cuñado que vive en otro país para tratar de convencerlo de que era necesario salvar su matrimonio que está haciendo agua rápidamente apenas después de cuatro años de haberse jurado amor eterno. El joven, creyente; su esposa, creyente. Pero no encuentran en su iglesia el apoyo que deben salir a buscar fuera de ella. Escribimos la carta y esperamos que produzca el resultado que se desea. Pero el problema no va porque alguien, a miles de kilómetros de distancia, se interese por ayudar a una pareja que ve cómo naufragan los sueños que acariciaban cuando se casaron, sino por el estado de orfandad respecto del apoyo que su iglesia debería darles cuando más lo necesitan.

Los políticos de un partido culpan a los políticos del otro de los males que aquejan a la sociedad. Pero el problema no radica en los partidos políticos ni en los políticos. El problema radica en la ineficacia de la iglesia en comunicar la eficacia del poder transformador de Cristo. La iglesia -lo hemos venido diciendo en sucesivos artículos y lo seguiremos diciendo- ha perdido la voz; o, a lo menos, la potencia de su voz; la alta fidelidad de su voz; la melodía restauradora de su voz. El Evangelio sigue siendo poder de Dios para todo aquel que cree pero quienes tenemos el deber de comunicarlo, no sabemos qué hacer con ese mensaje. Y a veces hasta llegamos a negociarlo para adquirir algún valor material o alguna posición de privilegio que, en la mayoría de los casos no dura más que una langosta en el pico de una garza.

Mientras la iglesia no recupere su voz y se sacuda todas las influencias ajenas a su misión que se le han venido adhiriendo en su cuerpo, seguirá acercándose, si es que no ha llegado ya, al punto señalado por Jesús cuando dijo: «Ustedes son la sal de la tierra. Y si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para tirarla a la calle y que la pise la gente» (Mateo 5.13, Nueva Biblia Española). Ser pisoteada por la gente. Nada de agradable perspectiva pero lo dijo Jesús, no el escribidor.


(*) La referencia al sacerdote católico no responde a algún afán de echar sombras sobre el catolicismo. Porque si bien dentro de la clase sacerdotal católica los abusos han llegado a extremos inimaginables, los pastores y líderes evangélicos no podrían lanzar contra ellos la primera piedra. En esto de abusar de niños, de hijos e hijas, y comerciar con el sexo de pequeños que ni siquiera saben para qué sirven los órganos genitales o reproductores no les van muy atrás.
 

 


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