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Protestante Digital

 
 

Ideas extrañas sobre el placer y la tristeza

33 canciones (capítulo 7/12)

Pocas veces soy consciente de mi complejo de presentador de programa musical.
33RPM AUTOR e-Luthiers 25 DE ABRIL DE 2009 22:00 h

Por ejemplo, estoy en el trabajo, y de buenas a primeras, digo en voz bastante alta, creo que para que todos lo oigan:
- Esta que canta es Goldfrapp.
- Aquí Gotan Project, unos argentinos que mezclan el tango con la música electrónica, y lo que suena es Arrabal.
- ¿Cómo que os cansa esto? Creo que es Chet Baker… sí, sin duda es Chet Baker… ¿cómo os puede aburrir Chet Baker?
- Qué curioso… Tom Waits16 Shells from a 30.6, está en uno de sus, al menos para mi, mejores discos: Swordfishtrombones
- Éste señor es Nick Cave con su banda The Bad Seeds, trabaja de nueve a cinco casi siempre, y la canción se titula Moonland. Pertenece a su último disco Dig!! Lazarus, Dig!!. Son uno con setenta, señora.

Una de las cosas buenas que tiene mi trabajo es que a veces (sólo a veces) suena buena música. El “hilo musical” se encuentra estrictamente vigilado para que a los que trabajamos allí no nos dé por toquetear el cacharro y pongamos Kiss FM, o peor aún, al tal Melendi, o a la Katy Perry de turno.

Sea porque tengan acuerdos discográficos, sea porque quieran inculcar un poco de cultura musical “elitista”; porque quieran promocionar su ideal de un lugar donde quedarse un buen rato, o porque sencillamente sea un punto estético más que cuidar (que a veces se traduce en ser un poco pedante o sibarita), es todo un alivio saber que allí no tienen cabida ni los 40 principales, ni la ubicua MTV, dejando un espacio libre para la elegancia (insisto: puede que sea pura imagen, y que el interés por la cultura en realidad sea responsabilidad de cada uno). Aunque también puede ser que todos los factores que acabo de mencionar vayan mezclados. Lo que importa de verdad aquí es que, una vez más, está por un lado el aficionado sincero, el que siempre tendrá mil cosas pendientes que escuchar, disfrutar, profundizar y descubrir hasta la extenuación, y por otro lado aquél cuyo interés por la música se reduce a la canción que sale en un anuncio de coches y aquella que sólo es posible obtenerse “gratis” tras una sencilla descarga. Pero ambos son seres humanos. Ambos necesitan redención.

El aficionado se limita a disfrutar de la música, aunque ésta haya dado lugar en algunos instantes a acontecimientos no tan satisfactorios, e incluso a ideas extrañas sobre el placer. En una rancia ensaladilla mental, el aficionado ha llegado a mezclar la culpa con la indiferencia, la ignorancia con el gozo, el arrepentimiento con la liberación, la agonía y el éxtasis.

“Libros, películas, discos… eso es lo único que importa”, dice Rob Gordon, el personaje de Alta Fidelidad, una hermosa novela de Nick Hornby sobre la música y el amor. Durante mucho tiempo también lo he visto así, y hay veces en las que el antiguo hombre intenta convencerme de ello con sus recuerdos extraídos de no sé qué caverna profunda de mi pasado:

Tengo cuatro años – Después de meter en el aparato de radio varias galletas, miro por
 
un orificio que hay en un lado del aparato; veo una tribu africana contoneándose al ritmo de las noticias del mediodía. Bailan sin parar, y me entra el sueño. Luego me quedo frito.

Tengo diez años – Me siento en el frío suelo de mi casa, y cojo un LP cualquiera. Utilizo el líquido para limpiar vinilos, de dudosa eficacia, y paso con delicadeza y seguridad, como en pocas ocasiones he desplegado en mi vida, una pequeña esponja por la superficie del disco, con una pegatina roja; en una esquina del salón, enorme según la memoria, la tele tiene encerrada a Ingrid Bergman. Es Rebeca, me parece, pero no me hagan demasiado caso.

Tengo quince años – Dejo a un lado el segundo tomo de El Señor de los Anillos, y decido abandonarlo. Lo retomo tres años después. Lo mismo pasó con Don Quijote, con Cien Años de Soledad, y El péndulo de Foucault. Tarde o temprano he terminado con todos ellos. No estoy seguro de ser mejor persona, pero sí puedo decir que disfruté con esas lecturas. En todos los casos, un disco reclamó para sí la atención que pensaba prestarles. Algunos ejemplos: In Utero (Nirvana), Unknown Pleasures (Joy Division), The Great Escape (Blur), King for a Day (Faith No More), The Velvet Underground and Nico, Songs from the Vatican Gift Shop (Stone Temple Pilots), OK Computer (Radiohead), Lodger (David Bowie), Medazzaland (Duran Duran), Southpaw Grammar (Morrissey), Bossanova (The Pixies)… son ejemplos de esa clase de discos que no te atrapan hasta que no estás preparado para ello. Algunos te gustan un poco, otros te aburren en principio… un buen día, les prestas la atención debida, y pasas meses enteros escuchándolos casi exclusivamente. Son como tesoros escondidos, que producen en uno la sensación de convertirse en privilegiado sólo con el hecho de conocer sus nombres.

Tengo dieciocho años – Termino algunos clásicos de la literatura, como dije antes, y crece el interés por el cine. Los musicales no me suelen gustar (nunca entendí que se pusieran a bailar y a cantar por las buenas), aunque siempre hay excepciones, pero porque hay en esos títulos algo más que la sola música para significar algo. Ahí tenemos All that Jazz, de Bob Fosse; Cantando bajo la lluvia, de Gene Kelly y Stanley Donen; Todos dicen I love you, de Woody Allen… es importante diferenciar bien entre el cine musical y la importancia de la música en el cine, algo que no siempre se hace… pero tampoco voy a dar lecciones a nadie… además, esto pertenece a otro tipo de arte. Baste por ahora con decir que cuando uno se rodea de discos, libros, y películas, es fácil pensar que eso es lo único que importa, que es mejor encerrarse en la torre, y que las relaciones con los demás son algo superficial y prescindible. ¿Será porque la relación con el prójimo es complicada, y demande la misma o mayor atención que la de descubrir nuevas obras de arte?, tampoco estoy totalmente convencido de que sea más fácil ser alguien solitario.
loneliness, is such a sad affair
and I can hardly wait
to be with you again
what to say
to make you come again
come back to me again
and play your sad guitar

(Soledad, es un triste asunto
Y he de esperar penosamente
Estar contigo de nuevo
Qué puedo decir
Para que regreses
Vuelve de nuevo
Y toca tu triste guitarra)
Este fragmento de Superstar,
la versión que Sonic Youth hizo de una canción de Pretenders, y que aparece en una joya del cine independiente (Juno), introduce otro tema que me produce aún hoy un dolor relacionado con un buen puñado de canciones: el amor no correspondido; o el miedo a la soledad, si se quiere. De eso entiendo bastante, pues durante la época en que evolucioné de Smashing Pumpkins y Alice in Chains a bandas tan alegres como Nine Inch Nails o Type O Negative, más o menos a los dieciséis; en aquella época, decía, aquél era un miedo constante, real, fuerte, distinto a todos los demás: amor no correspondido por una chica (tras otra); amor no correspondido por parte de la música que sentía, que trataba de encerrar en mi cuerpo; amor por muchas cosas que no siempre se mostraban consideradas conmigo, hasta el punto de sentir eso que decía una canción que entonces escuchaba mucho: Breathing is the hardest thing to do (respirar es lo más difícil)

Es complicado de explicar, pero alguna vez deseé poder cantar eso que Nacho Vegas describe con enorme precisión en Nuevos planes, idénticas estrategias:
Parece ser que fracasé; mi rostro hoy no apareció por televisión. Da igual; yo, como buen occidental, sé nadar igual que un pez, un pez en un mar de mediocridad. Casi claudiqué. Les oí decir: con lo que hay dentro de ti, no estará nada mal si mañana estás aquí. Y en la cama de un sucio hospital continúo en soledad disparando como Kevin Ayers a una luna llena, tan, tan llena, que no puedo fallar, que no voy a fallar.
O como en estas otras frases de Until the end of the world, de U2:
You miss too much these days if you stop to think
You lead me on with those innocent eyes
You know I love the element of surprise

I kissed your lips and broke your heart
You
You were acting like it was the end of the world
(Añoras aquellos días en los que si puedes dejar de pensar
Me guías con esos ojos inocentes
Sabes que me encanta el elemento sorpresa…

Beso tus labios y rompo tu corazón

Actuabas como si fuera a acabarse el mundo)
Sí: coger una mano pálida y tibia, estrecharla, y contener en esa mano las manos de todas las chicas por las que fui rechazado, o estimado únicamente como un buen amigo, que casi siempre es lo mismo, y decir aquello de “me calaste hondo, y ahora me dueles; si todo lo que nace perece del mismo modo…” Y luego besar unos labios y romper un corazón, como un Bogart de cincuenta y cinco kilos, enclenque, narizudo e inseguro. En
 
fin. Yo estoy hecho de muchos temores, superados y sin superar, y de ambiciosos planes, y de trozos de oración robados al día. Y también de esas tres cosas que supuestamente para mi son las más importantes del mundo. Libros, Discos, Películas. Entonces, pasada de refilón la adolescencia, eran las únicas cosas, ciertamente, junto con la culpa por muchas cosas de las que me arrepentía, como mi falta de convicción, y hasta de coherencia.

Alguien dirá ahora: podría ser peor, hombre. Claro, ahora yo también lo veo así. Probé una vez la marihuana. Sin embargo, una sola vez bastó para echármelo en cara, para no creerme que el error tenía solución, hasta mucho tiempo después por lo menos. El peso de la culpa, exagerada al cubo, ese poso de fundamentalismo, resto de un cristianismo mal entendido y fundamentado, que llevaba sobre los hombros con la cartera llena de libros, muchos de ellos incómodos, me hundía cada día más. Conocí por entonces esa canción de Lou Reed, ese poema sobre su adicción a la heroína, y lo hice mío, aunque no pensara en lo mismo. Más bien, me sentía cómodo con la melancolía y las imágenes de chimeneas de ladrillo que en mi despertaba su letra, esas chimeneas que en Málaga existen a pie de playa.
Oh it´s such a perfect day,
I´m glad I spent it with you.
Oh such a perfect day,
You just keep me hanging on,
You just keep me hanging on.

(Oh, es un día perfecto,
Me alegro de pasarlo contigo.
Oh, un día perfecto,
Tú me mantienes enganchado,
Tú me mantienes enganchado.)
También se puede vivir enganchado a la tristeza, y en esa tristeza, o esa soledad, pedir liberación. “Sueña lejos de la tristeza, sueña lejos del dolor. Como si no hubiera ocurrido, y aún tuvieras intacto tu corazón”, canta Bunbury en mi disco en castellano favorito (Pequeño, para más señas) En su momento lo hice, y funcionó. No desaparece la tristeza, pero se puede convivir con ella sin que te destroce.
Queda poco para llegar a ese momento. Aún hay más que contar. Me apetece escribir versos tristes esta noche, pues eso es escribir en cierto modo, morir una pizca cada noche…

Por ejemplo, enfrentarse al rechazo amoroso después de regalar un poema como el siguiente:
Pides un poema
Y te ofrezco una brizna de hierba.
Dices que no es bastante.
Tú pides un poema.

Yo digo que esta brizna de hierba lo será.
Se ha vestido de escarcha,
Es más inmediata
Que cualquier imagen que se me ocurra.

(…)

Tu pides un poema.
Y así, yo te escribo una tragedia
Sobre cómo una brizna de hierba
Se vuelve más y más difícil de ofrecer,

Y sobre cómo a medida que envejezcas
Una brizna de hierba
Se vuelve más difícil de aceptar.
Es de Brian Patten, uno de mis poetas preferidos. Habla aquí de la insistencia, aun sabiendo que la respuesta es y será siempre no. También me acuerdo ahora de una canción de Alice in Chains que dice:
Look at me now a man
Who wont let himself be

Down in a hole, feelin so small
Down in a hole, losin my soul
Id like to fly,
But my wings have been so denied

(Mírame ahora, un hombre
Que no deja ser a sí mismo.

Abajo en el pozo, sintiéndome pequeño
Abajo en el pozo, perdiendo mi alma
Me gustaría volar,
Pero mis alas han sido negadas)
Es un estado de ánimo. Muchos adolescentes pasan por él, sin que su familia se dé ni cuenta de ello. Algunos lo sobrellevan, otros lo arrastran durante el resto de su vida, y condiciona su forma de ver las cosas. Podríamos culpar a la música que escuchan, o aprender a vivir con el dolor. Yo soy de los que aún conservan un poco del dolor, del miedo al rechazo no superado durante mi adolescencia, aunque la gente que me rodeaba en verdad me quisiera, o por lo menos me soportara. Cada día me doy más cuenta de lo terriblemente complicados que somos, de la paciencia que requiere admitirnos como especie.

Me gusta no olvidar estas canciones, porque a pesar de su tristeza, me recuerdan que, siendo pequeño, estoy un paso más lejos de la tristeza. Bienvenido al Club de los Imposibles.

(continuará)

Artículo escrito por Daniel Jándula


- 17, Sonic Youth, Superstar
- 18, Lou Reed, Perfect Day
- 19, Alice in Chains, Down in a Hole
 

 


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