Tanto por razones doctrinales como por el contexto social y político nacional en el que se vio obligada a sobrevivir, la minoría protestante/evangélica marcó una clara línea de separación entre la comunidad de fe y el resto de la sociedad. La separación incluía el rechazo a casi cualquier tipo de participación corporativa de corte político-electoral. De la misma se daba una muy clara noción diferenciadora de todo aquello que tuviera relación con el catolicismo hegemónico y, por lo tanto, presente por todo el territorio nacional. Sin desaparecer del todo, en las últimas tres décadas el sentido de minoría ha ido disminuyendo paulatinamente entre los creyentes, organizaciones y asociaciones religiosas evangélicas. Al mismo tiempo, en algunos sectores del conglomerado protestante, se ha fortalecido la idea de que es tiempo de salir a la plaza política pública, ya que al contar con un electorado potencial importante sería factible negociar posiciones, y/o reivindicaciones de posiciones particulares, con distintos partidos políticos.
La gran diversidad existente dentro del evangelicalismo mexicano hace imposible un manejo corporativo del mismo. Sin embargo algunos de sus personajes y organizaciones intentaron en el 2000, quién sabe si por candidez o sagacidad, aparecer como líderes nacionales y regionales del protestantismo frente a los candidatos para la presidencia de la República.
Fue el caso de quienes se sumaron con entusiasmo a la campaña de Vicente Fox, e incluso participaron en lo que se conoció como el gabinete religioso foxista, conformado antes de las elecciones presidenciales de aquel año y que, supuestamente, se haría cargo de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos. Al ganar las elecciones, Fox simplemente les dio con la puerta en las narices. En el amasijo del citado gabinete se articularon católicos y un sector del protestantismo. Un ideólogo de éste último envió una carta a líderes y feligresía evangélica demandando el voto a favor de Fox, a quien presentaba en la misiva como hombre de Dios para sacar a México del ostracismo. Cabe mencionar que ese mismo escritor de la epístola había hecho afirmaciones iguales sobre el presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-2004). El desarrollo de ambos periodos presidenciales desmintió a quien auguró un horizonte nuevo y mejor.
Haciendo caso omiso a los frentazos que debieron darse con Fox, para las elecciones presidenciales del 2006 los evangélicos foxistas se reciclaron e intentaron “vender” la idea de que el varón providencial sería Felipe Calderón, candidato del Partido Acción Nacional. Se inclinaron por esa opción principalmente liderazgos de iglesias neopentecostales y carismáticas. No pudieron, o no quisieron ver, que el conservadurismo calderonista (de nítido perfil católico) representa la vulneración de la laicidad del Estado. Ha sido esa laicidad la que históricamente jugó a favor de los derechos de las minorías religiosas ante el catolicismo intransigente.
Es necesario subrayar que el modelo de inserción de las iglesias protestantes/evangélicas en el país es el que se conoce como de comunidades de creyentes, o de asociación voluntaria. Modelo muy distinto al enfatizado por la Iglesia católica desde la Colonia. En la modalidad de asociación voluntaria la conversión es el paso inicial para la incorporación a una iglesia. El paso implica una elección personal y consciente. Por lo mismo el cristianismo evangélico siempre consideró que su trabajo tendría que ser realizado con sus propios recursos y métodos.
Hoy por todo el mundo donde el protestantismo de corte evangélico (¿deberíamos escribir neoevangélico?) se está expandiendo parece acompañarle un deseo de conquista social. Algunos de los líderes de la expresión mencionada piensan que es tiempo de cosechar posiciones políticas y electorales, para que una vez ganados puestos de elección popular se pueda impulsar principios identitarios de sus iglesias.
Antes partidarios de una estricta separación Estado-Iglesias, ahora los evangélicos parecen estarse inclinando hacia la posición católica de concebir al Estado y sus aparatos como medios y facilitadotes para extender, si no es que imponer, ciertas creencias particulares a la generalidad de la población.
La contribución del protestantismo evangélico en México ha sido considerable, aunque invisible para muchos sectores aquejados de una especie de daltonismo cultural católico. Ahí están la lid por la libertad de cultos, la creación de una ciudadanía habituada a las prácticas democráticas en sus congregaciones, la noción de igualdad entre los clérigos y los llamados laicos, la alfabetización lenta pero eficaz en los pueblos indígenas, la construcción de vías pacíficas para solucionar conflictos con quienes les atacan, infinidad de proyectos productivos en pueblos abandonados por las instituciones publicas. La misma existencia de las comunidades protestantes es un aporte a la diversidad que compone a la nación mexicana.
Seguir por la senda del servicio pudiera no atraerle al colectivo evangélico los reflectores de la opinión pública, pero es, así lo creo, una senda que va en el sentido de la semilla de mostaza de la que hablaba Jesús.
La tentación de sucumbir masivamente a las seducciones del poder político podría representar, a cambio, la venta de la primogenitura por la inmediatez de un plato bien servido.
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