Una ojeada al pretendido árbol genealógico del hombre (al último de ellos) pone de manifiesto que lo que realmente ha evolucionado en el tiempo han sido dichos árboles. Casi cada paleoantropólogo propone el suyo, que curiosamente suele girar en torno a los restos fósiles descubiertos por él o por su propio grupo. No hay una disciplina que genere tanta rivalidad profesional como ésta. A pesar de todo, la mayoría de los antropólogos evolucionistas cree hoy que el estudio de los fósiles, de lo que ellos llaman homínidos, refleja más bien continuidad que cambio o transformación. En otras palabras, la teoría del equilibrio puntuado de Gould y Eldredge le gana al gradualismo de Darwin por cinco a cero y en su propio campo. A nosotros esto nos parece una victoria pírrica pues ya vimos las lagunas que presenta esta teoría.
En efecto, se cree que en África, cerca del Lago Turkana (Kenia), aparecieron unas veinte especies distintas de
Australopithecos cuyos restos han sido encontrados en estratos pertenecientes al Plioceno y datados entre los 2.5 y los 4.5 millones de años de antigüedad, según la cronología evolucionista. No se aprecia en ninguna de estas especies el más mínimo cambio evolutivo que permita deducir que poco a poco se convirtieran en alguna otra especie distinta. Lo mismo cabe decir de los demás homínidos, de aquellos fósiles que se clasifican en el género
Homo, que aparecen en Etiopía y coexisten con los
Australopithecus durante casi un millón de años.
Tampoco hay señales de transición gradual entre
Homo habilis y
Homo erectus ya que ambas especies aparecen en los estratos casi a la vez. No se conoce transición alguna entre
Homo erectus y cualquier otra especie de ese género (
H. ergaster, H. sapiens, H. neanderthalensis, H. antecessor, H. rhodosiensis u
H. heidelberguensis). Los árboles evolutivos y las relaciones entre especies se construyen de manera hipotética pues están basados en meras conjeturas o asunciones previas. La realidad es que las especies siempre permanecen estables durante millones de años, nunca se observan evidencias de transición entre una especie y otra. ¿Qué significa todo esto? Más que el dibujo de un árbol de familia, los fósiles indican islas en medio de un océano oscuro y nebuloso.
Lo más espectacular viene ahora. En la prestigiosa revista Nature, en marzo del 2002, el evolucionista molecular Alan Templeton, de la Universidad de Washington hizo público un estudio acerca de las comparaciones de ADN en los seres humanos actuales. Sus conclusiones revolucionan completamente la antropología. Ya no se habla de huesos fósiles, sino de genes presentes en los humanos actuales que se consideran fósiles del pasado. Si Templeton tiene razón, todas las especies fósiles conocidas, tales como Homo erectus, Homo antecessor, Homo heidelbergiensis, Homo neanderthalensis y Homo sapiens, son en realidad la misma y única especie humana.
Esto supone un cambio fundamental de paradigma dentro de la antropología ya que confirma que los pretendidos eslabones fósiles no eran más que variedades humanas. En otras palabras, no existe evidencia de que el hombre halla evolucionado a partir del primate. Las personas siempre han sido personas y los monos monos.
ORIGEN DEL LENGUAJE
Con el origen del lenguaje ocurre lo mismo que con el de los genes Hox, se trata de un acontecimiento único ocurrido una sola vez en la historia de este mundo y sin evidencias de que se haya producido por evolución como se creía hasta ahora.
El debate en torno a este tema oscilaba hasta el presente entre dos posturas principales.
De una parte, las ideas de la escuela psicológica conductista, representadas por Burrhus Skinner, que aceptaban la evolución y transformación lenta de los gruñidos en palabras, y por la otra las hipótesis del lingüista norteamericano, Avram Noam Chomsky. Éste afirmaba que los seres humanos nacemos ya con un dispositivo cerebral innato y especializado que nos permite aprender el idioma materno en la más tierna infancia casi de forma automática con sólo oír frases sueltas en el seno familiar. Por su parte, Skinner, rechazaba tales creencias señalando que las personas al nacer poseen un cerebro que es como una
tabula rasa y que poco a poco se va desarrollando mediante la imitación, los hábitos y el aprendizaje.
El darwinismo ha venido siendo el aliado natural de las ideas de Skinner, mientras que ha rechazado enérgicamente la hipótesis chomskyana por no someterse al gradualismo. Sin embargo, la genética y la neurología modernas le han dado la razón a este último. Según Chomsky, no es posible explicar el origen del lenguaje como la evolución gradual desde una jerga de gruñidos, gestos y gritos dados por los monos hasta las primeras palabras humanas sino que, por el contrario, el hombre debió hablar bien desde el principio. La distancia que hay entre un gruñido de primate y el órgano del lenguaje innato del hombre, es un abismo profundo e insalvable para la evolución. Se trata de un órgano complejo hecho de redes nerviosas, con una estructura especial, que ya existe en el recién nacido y que es perfectamente diseñado por los genes durante el desarrollo del cerebro.
La hipótesis de Chomsky acerca de que todos los lenguajes humanos, a pesar de su extraordinaria variedad, están ya predeterminados por una gramática universal que comparten todo los hombres, acaba de ser confirmada mediante pruebas neurológicas. La doctora Maria Cristina Musso y su equipo de colaboradores de la Universidad de Hamburgo han identificado por primera vez la región del cerebro humano, localizada en el área de Broca, donde reside la gramática común que subyace a todos los lenguajes humanos. (
Nature Neurosciencie, 23.06.2003)
“¿Qué tiene que ver que el
Australopithecus pueda
aprender unos cuantos gruñidos con la posterior evolución de los genes que
saben hacer una arquitectura neuronal innata del lenguaje? Los
Homo sapiens llevamos miles de años enseñando a nuestros hijos a atarse los cordones de los zapatos, y no por ello hemos conseguido que el cerebro humano desarrolle un órgano innato que aprenda a atarse los cordones sin casi ningún esfuerzo por parte del niño.” (Sampedro,
Deconstruyendo a Darwin, 2002) La selección natural de Darwin es incapaz de explicar el origen de la facultad para hablar que tiene el hombre. El lenguaje no es algo que se pueda conectar al cerebro de un mono y obligarle a hablar de inmediato, sino que se apoya firmemente, desde su origen, en el córtex cerebral, o sea, en algo tan complejo como el mapa de los estados de conciencia del ser humano. Por tanto, las numerosas diferencias que existen entre el cerebro humano y el de los primates no pueden ser el producto de un salto evolutivo al azar.
Desde la fe, los creyentes aceptamos que en la Creación Dios dotó al ser humano con la facultad de hablar. Haciendo analogía con los versículos de Juan, podemos decir que: “en el principio era el Verbo, [...] y el Verbo era Dios”. El Verbo era Jesús quien, junto al Padre, fueron el origen de las palabras y del ser que se comunica mediante ellas.
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