¿Habéis tenido alguna vez la sensación que una canción, un libro, una imagen, un diálogo, un cuadro os persigue? Como el fantasma del niño sin piernas que flota en el salón de Noa Alarcón y Daniel Jándula (atención, ¡
El Reo ya anda suelto!), el tema de Journey se ha cruzado en mi camino hasta en cuatro ocasiones en menos de una semana después de no haber tenido notícias suyas desde hace años (¡desagradecido!).
Y eso que hablo de una canción de 1981, cuando un servidor pululaba por la extinta EGB (en cuarto, para ser más exactos) sin ni siquiera saber quienes eran esos señores de melenas al viento y que parecían
heavies sin llegar a serlo. Aún a riesgo de parecer un episodio de alguno de esos programas sobre sucesos paranormales, mi primer encuentro surge en forma de viejo vinilo olvidado: hace un año recibí uno de los regalos que más ilusión me han hecho desde esa bicicleta que todos recordamos de la infancia, escondida en el balcón y esas cosas: ¡un tocadiscos! Sí, de los de aguja, tapa y un botoncito para escoger las revoluciones por minuto, esas que sirven para reproducir un single o un LP (a 33 RPM, como esta, su sección). ¡LP! ¡Single!
Empiezo a derivar en el peligroso discurso de un abuelo batallitas, pero ese regalo consiguió incrementar, de golpe, mi compulsiva (y excesiva, según mi sufrida mujer, que aguanta a menudo disertaciones sobre tal o cual grupo) colección de música, ya que raudo y veloz me desplacé al habitual almacén de los vinilos abandonados (o sea, el garage de mis padres) para desempolvar añejas colecciones que van desde las primeras incursiones musicales de uno (los típicos
Dire Straits, Elton John, Génesis,…) hasta evoluciones más bizarras que deambulan por estilos de nombres que atentan contra cualquier diccionario que se precie: hardcore, straight edge, rock progresivo, adult oriented rock (el popular AOR), grunge, pop minimalista, glam angelino y
bla, bla, bla.
Me llevé un par de cajas a casa, pero dejé material a la espera de un segundo rescate. Hace unos días, volví a buscar más discos, y al abrir una de esas preciadas cajas (en mi imaginario, un cofre con esmeraldas incrustadas. En la realidad, una caja de cartón que un día cobijó un televisor) la vinilomanía continuó fluyendo por mis venas.
Y entre las decenas de álbumes de grandes carpetas y fundas de plástico de esta nueva caja, el primero que cae en mis manos es…el Escape de Journey. ¿Hace falta decir cuál es el tema que abre ese disco?. Hasta aquí, nada fuera de lo normal, pero al día siguiente me zambullo en un capítulo de
Padre de familia (la irreverente serie de
La Sexta). En él, empieza a sonar un piano, ante el que todos los habitantes de la ciudad de los Griffin dejan lo que están haciendo para salir corriendo hacia esa adictiva melodía, hasta que encuentran a los mismísimos Journey tocándola.
Alguien incluso pregunta qué es lo que pasa. La respuesta, muy sencilla: “¡Son Journey!”. Sin más. Journey forman parte de la cultura americana, están incrustados en ella (como Elvis, como Sinatra, como Aretha, como Aerosmith, como Cash, como Tom Petty, como Steve Earle, como Kiss, ¿sigo?), algo que no podemos entender desde una cultura que sigue ensalzando los insulsos triunfitos de turno. Y allí estoy, a punto de soltar una lagrimilla ante la canción, mientras una caja en el suelo me muestra la esplendorosa portada (ya sin polvo) de
Escape.
Un día después, miércoles, tarde de cine intersemanal (se disfrutan más que las abarrotadas de fin de semana) en familia. A petición expresa de nuestro hijo Nil, optamos por la nueva propuesta de Disney:
Más allá de los sueños, un buen divertimento a mayor gloria de Adam Sandler sobre el poder de la imaginación. En uno de los momentos culminantes del film ¿adivinan qué suena? Exacto: la voz de Steve Perry inundando la pantalla y mi mente ya sufriendo una regresión a un día olvidado del pasado en que compré ese vinilo (en alguna de las
varias tiendas de la calle Tallers de Barcelona, seguro).
Esa misma semana, rebuscando por San Google una información sobre publicidad me encuentro con un anuncio protagonizado por el nadador australiano Michael Phelps para una compañía de jets privados, Citation Shares: en él, Phelps sube al avión con un grupo de amigos, y cuando todo el mundo está medio dormido, él empieza a tararear y cantar (más bien destrozar)…”
Don’t stop believing”. Estoy seguro que si me pilla Iker Jiménez abre programa con este extraño suceso al lado de algunas manchas con cara de niño o de unas misteriosas fotografías en las que claramente se ve la figura de un extraterrestre de ojos ovalados y manos gelatinosas en mitad de un camino.
En fin, que para cerrar el círculo me veo casi obligado a hablar de un tema que cuenta con una de las intros más emocionantes y bonitas de la historia del rock. De acuerdo, Journey son otra banda de lo que se catalogó como AOR, una etiqueta algo despectiva para formaciones (como Boston, Foreigner o Asia) que ofrecían un rock que no llegaba a los efluvios arty de la Velvet y que tampoco podía considerarse como rock duro, por un exceso de azúcar en sus composiciones. Y sí, la revista
Rolling Stone llegó a decir que Journey ha sido el peor grupo de la historia en conseguir un número 1 (¡solemne sandez!).
Don’t stop believing (
No dejes de creer) nos habla de los caminos difíciles de la vida y de que nadie se pasea todo el día con una sonrisa en el rostro. Sí, en el mundo hay soledad, depresión, malos momentos y miedos, pero también esperanza y oportunidad de levantarnos del suelo. La canción nos cuenta que da igual nuestro lugar de origen: la felicidad se puede buscar en cualquier rincón, tomando ese tren simbólico y adentrándonos en esa ciudad plagada de solitarios donde los caminos de los protagonistas del tema (una chica de una ciudad pequeña y un chico del sur de Detroit) se pueden encontrar.
Journey nos invita a tener fe, a no dejar de creer. Nos habla de aferrarnos a un sentimiento, a no abandonar.
Lecturas sobre cualquier canción hay tantas como personas que la escuchen, pero en más de una ocasión se ha hablado de un mensaje real de fe por parte de Journey. De hecho, en el útlimo álbum del grupo, titulado Revelation (el nombre que, en inglés, recibe el libro de Apocalipsis), el guitarrista Neal Schon (uno de los dos miembros originarios en una banda nacida ¡en 1973!) cita a Dios de forma explícita en los agradecimientos.
Y aun teniendo muy claro que
la letra de “Don’t stop believing” no rivalizará nunca con Dylan en la carrera por el Nobel de Literatura, ahí va, por si algún valiente quiere lanzarse a tararearla (aviso para navegantes: crea adicción y sigue provocando muy buenas sensaciones a quien la escucha):
Just a small town girl, livin´ in a lonely world
She tooks the midnight train goin´ anywhere
Just a city boy, born and raised in South Detroit
He tooks the midnight train goin´ anywhere
A singer in a smoky room
The smell of wine and cheap perfume
For a smile they can share the night
It goes on and on and on and on
Strangers waiting, up and down the boulevard
Their shadows searching in the night
Streetlight, people, living just to find emotion
Hiding, somewhere in the night
Working hard to get my fill, everybody wants a thrill
Payin´ anything to roll the dice just one more time
Some will win, some will lose, some were born to sing the blues
Oh the movie never ends, it goes on and on and on and on
Don´t stop believin´
Hold on to that feelin´
Streetlight people
Just a small town girl, livin´ in a lonely world
She took the midnight train goin´ anywhere
Just a city boy, born and raised in South Detroit
He took the midnight train goin´ anywhere
A singer in a smoky room
The smell of wine and cheap perfume
For a smile they can share the night
It goes on and on and on and on
Strangers waiting, up and down the boulevard
Their shadows searching in the night
Streetlight, people, living just to find emotion
Hiding, somewhere in the night
Working hard to get my fill, everybody wants a thrill
Payin´ anything to roll the dice just one more time
Some will win, some will lose, some were born to sing the blues
Oh the movie never ends, it goes on and on and on and on
Don´t stop believin´
Hold on to that feelin´
Streetlight people
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