La verdad es que uno de mis primeros recuerdos televisivos es, precisamente, el de este extraño personaje. Yo tenía sólo cinco años, pero
nunca olvidaré la imagen de un tipo de cara rara, concentrado y con una cuchara entre sus dedos que se doblaba, presuntamente, con el poder de su mente. Geller trastornó la escena televisiva en 1975 durante una emisión del programa
Directísimo, dirgido por uno de los grandes
monstruos de la televisión en España, José María Íñigo, ese hombre a un gran mostacho pegado.
En el último año del franquismo, ese espacio todavía sufrió la censura que evitó la visita de algunos personajes como el ajedrecista Anatoly Karpov, aunque consiguió la presencia de un tipo de estrellas que hoy no suelen prodigarse por los platós hispanos. Amigos, en una época en que en España proliferan triunfitos varios (con todos los respetos, pero Bisbal, Bustamante y Gisela no son precisamente Sinatra o Barbara Streisand), famosos casposos, cutres y, en algunos casos, delincuentes o faltos de cualquier ápice de ética (desde Núria Bermúdez hasta Violeta Santander, pasando por Julián Muñoz, Falete y compañía), resulta que
Íñigo consiguió llevar a su programa en blanco y negro de Prado del Rey a gente como Tina Turner, Johnny Weismuller (o sea, Tarzán), Diana Ross, Alain Delon o el cosmonauta Neil Amstrong.
Alguien dirá que, hoy día, figuras de esta talla no se prodigan en televisión. Falso. Tan sólo hace falta observar quienes son los invitados a los programas de gente como Letterman, Jay Leno o Oprah Winfrey. Ya en 1976, con Franco criando por fin malvas, Íñigo consiguió la presencia del Nobel ruso Alexander Solzhenitsyn, aunque si ese programa ha pasado a la historia por una visita, es por la de Uri Geller. De acuerdo, yo era muy pequeño, pero no recuerdo ninguna imagen de Diana Ross y sus Supremes, ni de Weismuller rememorando tardes de liana y taparrabos o de Armstrong hablando de esa huella en la Luna. No. La única imagen que tengo grabada es la de esa cuchara doblándose como mantequilla ante la cámara y la del rostro hierático, casi de película de terror, de Geller. De acuerdo que en esa época no había competencia, pero
las crónicas hablan de una audiencia de 20 millones de personas (¿cuántos habitantes tenía España en 1975?). Los teléfonos de RTVE se colapsaron con llamadas de personas que aseguraban que, en sus casas, relojes o transistores estropeados volvían a funcionar y que también habían doblado cucharas durante la presencia en la pantalla del rostro de Geller.
Desde ese momento empezaron a surgir dudas ante lo que muchos calificaron como fraude, pero lo más sorprendente es que ese debate, 34 años después, continua vigente. Algunos especialistas de la época aseguraron que Geller trataba los metales con nitrato de mercurio, lo que ayudaba a reblandecerlos, o que jugaba con efectos ópticos y con el poder de la sugestión, aunque otros testimonios seguían defendiendo que en sus casas habían vivido experiencias similares. De hecho, el mismo Íñigo confesó que no pudo volver esa noche a su casa con su coche, ya que la llave se había doblado.
Hace diez años, el gran Eduardo Punset invitó a Geller a su programa Redes (en La 2). Punset definió a Geller como “pionero” en algo que “hoy día es ciencia, pura ciencia”. ¿Un mago? ¿Un fraude? ¿Un
científico prestidigitador? Lo cierto es que Geller se encuentra, sin duda alguna, en el
top ten de los momentos televisivios más impactantes de la televisión española del siglo XX (hagan memoria: ¿cuántos más recuerdan con la misma intensidad?). Su popularidad le convirtió en millonario, por lo que acabó desapareciendo del mapa en los años 80, para ir volviendo esporádicamente.
Pues bien, resulta que en los últimos años, Geller ha vuelto al primer plano de la actualidad con la creación de un programa llamado
El sucesor, y que ya ha pasado por televisiones de los Estados Unidos, Canadá e Israel (su país de origen). Y ahora, lo hará en Alemania. Como si retrocediéramos en el tiempo, la polémica vuelve a ser la misma: ¿Geller es un fraude o un genio?.
El programa pretende encontrar personas con talentos paranormales, o sea, como un Operación Triunfo, pero sin gorgoritos ni abrazos más falsos que un billete de seis euros. ¿Y quién está al frente del jurado? Premio: el mismo Geller, que ha conseguido convertir en real su particular broma infinita.
Para muchos, esa imagen de un presunto parapsicólogo con cara de enfadado doblando una cuchara hace más de tres décadas es un recuerdo simpático. Geller suena a
freak del pasado, pero se trata de una empresa multinacional que genera millonarios ingresos. De hecho, ya está planificando para dentro de unos años una final mundial en Las Vegas para elegir al mejor de sus sucesores. A él, le da igual que vayan apareciendo grupos de magos, de parapsicólogos o de asociaciones de vecinos que lo tachen de farsante. El negocio sigue en marcha.
Uno de los ejemplos más claros fue durante la emisión del programa en Israel (con audiencias de hasta un 40%, porcentaje que dobla lo que hoy día en España se puede considerar una cifra de éxito). Una asociación de parapsicólogos israelí denunció que el programa “no tiene nada de sobrenatural”, mientras el propio Geller respondía que no utilizaban ningún truco de manos, y que todo se basaba en poderes sobrenaturales de los concursantes, capaces de “obrar maravillas”. Otros magos, en cambio, defienden a Geller, aunque afirman que lo que hace él es eso, magia, pero entendida desde el punto de vista de la ilusión óptica, la prestidigitación y los trucos.
En unas declaraciones, Uri Geller llegó a defender su propuesta con la siguiente frase: “La gente quiere entretenimiento, pero también esperanza”. Doblador de cucharas, mentalista y showman para unos. Estafador, mago de pacotilla para otros. Un fenómeno nacido al amparo de la televisión. El espectáculo, en definitiva, debe continuar. Geller ha conseguido sembrar dudas y confusión, creando a su alrededor una verdadera legión de seguidores que creen en sus supuestos poderes.
Jugar, pues, al despiste en aras del espectáculo. De hecho, él mismo ha llegado a decir que controla una especie de magia que nunca desvelará. Pues eso, magia, entendida como la puesta en escena de trucos. ¿Es eso un engaño? Hablamos de televisión, basada en eso, en la ilusión, en la ficción en muchos casos, en falsas realidades. Quizá sería más honesto admitir que se trata, precisamente, de un mago. De un gran mago, si se quiere. ¿No lo es acaso David Copperfield?
Lo más criticable quizá sea esa idea de ofrecer una esperanza basada en la supuesta capacidad de manipular el entorno con la mente. Ahí, rozamos unos delirios de grandeza que no corresponden a ningún ser humano. Ahí, jugamos a ser Dios sin serlo. Dios es quien da, o ha dado, la capacidad de obrar milagros. Sin cámaras, sin regidores, sin audiencias. Simplemente, con fe.
“En mi se verificaron todas las señales del verdadero apóstol: paciencia a toda prueba, señales, milagros y prodigios” 2 Corintios 12:12
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