Desvío a la tierra rojiza

Me abruman los resquicios de luz bajo las puertas de las estancias y los que son filtrados por la maleza. Me limito por las circunstancias de las que no soy dueño, me completo con el Dios de las debilidades. Y entonces cada palabra, cada pensamiento, cada oración leve, cada abrazo al viento es una lucha a muerte, cuerpo a cuerpo contra mi alma.

Perú esconde algo en su interior. No sabría explicarlo. Piruw es Andes casi toda, y unas migas de selva, y resquicios de Amazonas. Y fuente de leyendas. El plan para mi era simple: volver a la selva, a esa posibilidad real de perderme; llegar hasta Iquitos y refrescarme; remontar el Ucayali; rodear Brasil; pararme y pensar. En tan sólo unos días.

Junto al río me desvanecí mientras esperaba al anochecer. Entré en un sueño cálido donde unos pasos rasgaban el suelo, la tierra se enardecía y agitaba, unos dedos hirvientes me recogían los brazos y me mecían entre lo profundo de la indigesta jungla. Me dejé llevar por recodos y meandros que sólo podía mirar impotente. Cayeron días y noches como ejércitos demasiado débiles, que han soportado demasiado tiempo. A la velocidad imprecisa y derretida del sueño, vi cielos rendirse y ramas desintegrándose. El mundo pasaba y se diluía como en la base de una acuarela. Sentí un profundo dolor en las sienes cuando llegamos a algo parecido a la civilización. Me recosté en un mullido colchón, me envolví en sábanas de sal y me apagué.