Hoy, en
Intermedios TV, les quiero presentar a Jan Torres, un periodista que decidió que su lugar tenía que estar en la prensa escrita. Su relato irá apareciendo periódicamente (no cada semana, ya que esta columna pretende centrarse más en el mundo de la televisión) como testimonio directo de lo que supone adentrarse en las aguas de un mundo a menudo idealizado, pero con miserias y decepciones similares a cualquier otro.
Lo dicho, hoy el capítulo 1 de estas memorias sin dueño, centradas en la vida en un periódico llamado
El Provinciano, nacido en Catalluna con la democracia.
NACE `EL PROVINCIANO´
Introducción aclaratoria
Cualquier parecido con la cruda realidad es lo suficientemente real para que, quien lo crea oportuno, se sienta identificado, pero también para que la mayoría de personajes y lugares no sean reales. Así, nadie podrá estar tentado de querellarse contra el autor o contraatacar con otra historia citando el nombre del autor de una forma lo suficientemente cambiada para que este tampoco se pueda querellar. Los jefes de sección, de subsección, de área, de redacción, los directores de edición, de fin de semana, del periódico en general, los subdirectores, los directores adjuntos, los ayudantes de dirección adjuntos, los subdirectores de subdirección de la consejería delegada, los miembros del consejo de administración…ah, y los periodistas utilizados para escribir este texto son actores amaestrados para que no sufran ningún daño en las escenas peligrosas. Las de más riesgo (como las reuniones de tarde para decidir una portada) están protagonizadas por dobles de los personajes auténticos. Cualquier parecido con la realidad es una de esas casualidades que dices: “Vaya, qué casualidad”, mientras pones tus brazos en jarras y miras hacia el horizonte, en esa línea tan literaria como absurda donde el mar y el cielo se juntan, vete a saber para qué.
BARBAS, GAFAS DE PASTA GRUESA Y UNDERWOOD
Catalluna respira aires de democracia una vez que el hombrecito de mirada frágil, altura simbólica y mano de hierro ha decidido dejar de estar conectado a un respirador artificial.
“¡¡Paco ha muerto!!”. Es el escueto mensaje que Ario Nevado transmite desde la Tele 1, y única, entre mocos, lagrimones y un velo en blanco y negro, que se mezclan con el estruendo rítmico de tapones de cava que surcan los pequeños cielos de pequeños comedores de miles de hogares catalanes. Uno de estos tapones resuena de una forma muy especial en un local de La Biga, capital de la comarca Ausomi, donde un grupito de amigos perfila la idea de crear un diario comarcal, escrito en catalán e independiente. Bueno, pero nacionalista, progresista y de izquierdas –al estilo de Esquerda Republicana de Catalluna (ERC)–, anticapitalista, europeista pero sin renunciar a los pequeños placeres de Catalluna, antiderecha –pero con un guiño a los seguidores de Confluència i Opció (CiO), coalición formada por Confluència Democràtica, catalanista, de centro-izquierda moderado tirando a un toquecito de niño malo, y Opció Democràtica, catalanista moderado y de centro-derecha–, con un toque progre, pero sin abandonar la cuna acomodada de clase burguesa, a la que el régimen paquista no molestó en exceso. Y todo, con una defensa del mundo rural, pero sin dejar de mirar anonadados hacia la capital, Barcelluna.
En ese local de La Biga, pues, nacía en 1978
El Provinciano, un periódico comarcal que, con el tiempo, se fue extendiendo a otras comarcas vecinas como el Valle Oriental, con capital en La Grana, y el Valle Occidental, con una cocapitalidad repartida entre La Cebolla y La Torre. La primera cabecera de
El Provinciano era de color rosa porcino, mientras las siguientes tomaron un tono marrón madera y gris humo de chimenea textil.
Aquel 1978, la sociedad comarcal respiraba aires de democracia como nunca, y aroma de granja, como siempre. Aquel 1978, un grupo de jovenes con ideales políticos y con profesiones liberales tuvieron claro que querían una prensa que arrinconara el encarcaramiento de la que
se conocía como Prensa de la Movidita, la que controlaba el régimen de Paco. De acuerdo, la objetividad es una de aquellas quimeras de libro de estilo y de asignatura de teoría del periodismo en la universidad, y que nadie se cree, pero es que la Movidita paquista lo superaba todo con creces. De entrada, en los periódicos ya colocaba un subtítulo que venía a decir
Diario oficial de la Movidita, y siempre recordaba el aniversario correspondiente del
Glorioso año del alzamiento contra las huestes rojojudeomasomarxistaokupoides. ¿Y las noticias? Bueno, pues que si Paco ha honrado a tal pueblo con su visita –con el recibimiento multitudinario de miles de trabajadores que contaban con unas horas de fiesta, obligadamente voluntarias–; que si Paco ha pescado una carpa gigante –del buzo que se la enganchaba en la caña, nunca decían nada–; que si Paco esto, que si Paco lo otro, que si ahora saludo a los niños alemanes, que si ahora firmo una docenita más de penas de muerte aleatorias. Lo típico.
Los impulsores de El Provinciano vestían chaquetas de pana con coderas, pantalones de campana y gafas de gruesa pasta negra, además de lucir unas espesas barbas que hacían como más progre y revolucionario. Barbas típicas de gente que se fogueó políticamente en partidos como el Pa i Suc (PSUC), un partido que parecía que se lo iba a comer todo con la democracia, y que acabó diluyéndose en el batiburrillo de partidos que quisieron llevar a su bandera la hoz y el martillo.
Treinta años más tarde, esos idealistas pioneros del local cutre visten trajes a medida, gafas de Giorgio Armando y cuentan con salarios de director adjunto para arriba. Y escribir, como que no, la verdad, que para eso ya tienen a un ejército de plumillas con un sueldo de cajera del Mercadona. Eso de correr delante de los grises y tener que tragarse las informaciones sobre la inauguración de un pantano por parte de Paco –con las imágenes del
Noticiario Novelado, el
No-No– ha pasado a la historia, y ya no hablan de tratamientos informativos, de periodismo social, de ética o de investigación. No. Hoy sólo hablan de números (a menudo de un tono rojizo que ya no recuerda a tendencias políticas y sí a bancarias). Un maxidirector supergeneral tiene cara de número, de pérdidas a pagar entre todos, de beneficios a repartir entre los accionistas, pero ya no de crónica a pie de calle.
Pero volvemos por un instante al local de La Biga. La efervescencia de esas barbas espesas luchaba contra la precariedad de medios, ya que todo lo que tenían era algunas estanterías medio vacías –recicladas del viejo comedor de alguno de los barbudos– y una mesa de redacción con un par de castigadas máquinas de escribir Underwood, de esas de teclas redondas donde una de cada tres picadas acababa con el dedo encallado entre dos letras.
Fueron unos primeros años de reivindicar un espacio, de abrirse en los pueblos, de empezar a hablar de las corruptelas de los partidos políticos con toda normalidad, de criticar que el gobierno de Catalluna (desde el Palau de la Genialitat) no invirtiera suficiente en tal o cual comarca, o de empezar a dar a conocer a ese chiquillo que, subido en su moto, trinchaba las cosechas de sus vecinos, pero que en los circuitos ganaba carreras contra un ejército de italianos y japoneses y se iba disfrazando con, cada vez más, marcas comerciales en su mono.
(continuará…)
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