«No puedo pensar que el mundo tal como lo vemos es el resultado
del azar; y sin embargo no puedo considerar cada caso aislado
como el resultado del Diseño… Estoy metido y siempre lo estaré
en un embrollo irremediable»
Carta de Darwin a Asa Gray el 26 de noviembre de 1860
Hoy en día, desde un punto de vista paleontológico, la comunidad científica trabaja en líneas generales desde el supuesto de que:
1) Ponemos nuestros pies sobre un universo que ha ido evolucionando a lo largo de miles de millones de años,
2) La vida aparece en la tierra hace unos 3.500 millones de años, y
3) los primeros homínidos, precursores del
Homo sapiens, hunden sus raíces en África hace más de 5 millones de años.
Las Ciencias de la Naturaleza (biología, geología, física, antropología, medicina...) dan por supuesto el HECHO de la evolución biológica. Es un axioma que no se discute. Aunque, como aclara la Catedrática de Paleontología Nieves López-Martínez (2008): “las Teorías Científicas no son hechos o datos de observación, sino explicaciones generales (paradigmas) que no tienen que ver con la verdad o falsedad de un dato.
Las explicaciones científicas como la Teoría Evolutiva no son nunca "verdaderas" o "falsas", sino que se mantienen mientras vayan siendo corroboradas. Podemos rechazarlas, pero no podemos probarlas ni demostrarlas definitiva y absolutamente. ¿No sería un sinsentido preguntar a la gente si cree que son verdaderas o falsas la teoría atómica, o la cuántica, o la teoría de la relatividad? La pregunta sobre "si la Teoría Evolutiva es verdadera o falsa" es igualmente un sinsentido. Esa pregunta significa entrar en el mismo terreno de la religión, de creencias en verdades absolutas, que los científicos pretenden evitar”.
En general, la comunidad científica reconoce que está lejos de un acuerdo sobre los mecanismos que conducen el proceso evolutivo. Pero algunos autores van “un poco” más allá: «la teoría de la evolución es un hecho tan bien probado como pueda ser que la Tierra es redonda y gira alrededor del Sol, y lo que aún se discute son detalles del mecanismo evolutivo. La narración bíblica de la creación no concuerda con la historia de la Tierra y la evolución de los organismos documentada con numerosos datos biológicos, geológicos y paleontológicos» (Molina, 1998).
Este último autor, participó en uno de los pocos debates que se han celebrado en España (organizado por la asociación IUVE, y subvencionados por la Universidad Complutense), y que logró reunir a los principales creacionistas, entre ellos Phillip Johnson, autor del libro «Proceso a Darwin» (1995) y a algunos científicos evolucionistas, tales como Stanley Miller y Joan Oró. Molina fue invitado al debate con Johnson, para sustituir a Francisco J. Ayala, quien no pudo —o no quiso— venir.
En estos años, ha surgido en España una fecunda polémica sobre los orígenes del ser humano que parte de la interpretación filosófica y teológica de los últimos descubrimientos de Atapuerca (Burgos). Muchos de los componentes del equipo interdisciplinar se han lanzado a publicar ensayos particulares que se adentran en terrenos que van más allá de la pura Paleoantropología humana.
Afirmaciones como: «la ciencia ya ha resuelto las cuestiones fundamentales: sabemos que procedemos de un primate, es decir, que no hemos sido creados por ningún ser superior, que somos producto de una evolución biológica» (Arsuaga), de alguna manera, inciden en una visión con pretensiones científicas y filosóficas del ser humano que entra en conflicto con la visión teológica.
Los trabajos de Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell, Ignacio Martínez, José María Bermúdez de Castro y otros, de gran venta popular, han difundido una determinada concepción discutible en algunos aspectos sobre la emergencia de la condición humana (ver referencias).
Por otra parte, los recientes libros de Jesús Mosterín, Víctor Gómez Pin, Javier Sampedro y, sobre todo, el de Steven Pinker («La tabla rasa») han cooperado a propagar una imagen del ser humano pretendidamente «científica» que sugiere subliminalmente que es incompatible con cualquier visión religiosa y creyente. Como ejemplo se exponen aquí dos textos de Javier Sampedro (2002):
«Antes callar que dar un argumento a los creacionistas. Pero en el verano de ese mismo año –2001–, chismorreando en una terraza madrileña, mi cuñada de hecho, Victoria Morán, dio con la pregunta clave:
— Pero ¿es que el darwinismo es lo contrario del creacionismo?
— Pues claro —le respondí—. Antes de Darwin todo el mundo era creacionista. Fue Darwin quien dio con una alternativa concebible a la necesidad de un creador inteligente.
No hablé más, pero me quedé rumiando y me di cuenta al poco rato de que mi respuesta era una falacia. Que Darwin hubiera matado a Dios no quería decir que toda crítica al darwinismo tuviera forzosamente que resucitarle (o resucitarLe)».
«Darwin había descubierto por fin una alternativa creíble al creacionismo, a la perogrullada que todo el mundo había dado por sentada hasta entonces, y que formulaba –o mejor, que ni formulaba por obvia– que las cosas de diseño inteligente, como los relojes y los seres vivos, tenían que haber sido forzosamente diseñados por una inteligencia, como un relojero o un dios. Fue la teoría de la selección natural la que refutó el famoso argumento teológico del diseño, tan pía y meticulosamente ensamblada por el reverendo Paley. Si quieren loar a la persona que mató a Dios no busquen en el entorno de Nietzsche. Pidan la lista de tripulantes del H. M. S. Beagle.
La selección natural, es decir, la muerte de Dios, es la razón de la celebridad de Darwin fuera del ámbito de la biología».
«Tampoco Molina (2006) se explica por qué «existen científicos que no aplican la teoría de la evolución con todas sus consecuencias, siendo creacionistas cuando lo más congruente con los datos científicos resulta ser agnóstico».
¿Es posible encontrar unas formulaciones comunes que permitan a un cristiano aceptar el hecho científico y la creencia cristiana? ¿Es posible aceptar que los humanos hemos aparecido en este planeta a lo largo de un prolongado y azaroso proceso de evolución biológica, y aceptar como cristianos que somos criaturas de Dios a su imagen y semejanza?
¿Es posible ser cristiano y aceptar al mismo tiempo el origen evolutivo del universo, la vida y de la especie humana? ¿Son compatibles EVOLUCIÓN BIOLÓGICA Y CREACIÓN DIVINA? ¿Es posible un diálogo y un encuentro entre las teorías científicas sobre el origen humano y la doctrina teológica de la creación?
Y de una manera más general, ¿hay una exclusión entre las posibilidades de aceptar la EVOLUCIÓN y continuar siendo CRISTIANO? ¿No se trata de un FALSO dilema?
¿Debemos aceptar el aparente reduccionismo biologicista subyacente a las afirmaciones de Arsuaga y cía: todo se explica desde la biología?
Son muchos los científicos creyentes que asumen que detrás de toda la creación (y en particular del ser humano) está Dios. Algunos lo reconocen abiertamente y otros no. Se ha mencionado ya a Francis S. Collins, autor del libro «¿Cómo habla Dios?» Pero, en mi opinión, un caso llamativo lo es el Catedrático de Paleontología y actualmente Profesor de Antropología en la Facultad de Teología de Granada, Leandro Sequeiros, quien, en un intento de reconciliar a científicos y teólogos sobre el tema de la evolución/creación, nos propone diferenciar dos conceptos que deben tratarse de forma separada: el de HOMINIZACIÓN y el de HUMANIZACIÓN.
Según él, la paleoantropología permite establecer hipótesis sobre las relaciones evolutivas entre los primates y los homínidos. Al conocimiento de los aspectos biológicos de la evolución humana se le suele llamar HOMINIZACIÓN. Pero el conocimiento de los orígenes humanos no termina con los aspectos biológicos. Existe otra dimensión, que se refiere a los aspectos de comportamientos, cultura, ética e incluso religión, que no se reducen tan fácilmente a la biología y que constituye lo que podemos llamar HUMANIZACIÓN, el conjunto de procesos que nos ha hecho humanos. A todo esto es a lo que Teilhard de Chardin denominó la ANTROPOGÉNESIS (Sequeiros, 2007a).
Algo parecido planteaba Derek Kidner en su libro «Génesis»: «La respuesta puede estar en nuestra definición de hombre» y más concretamente cuándo adquiere el hombre moderno sus prerrogativas divinas, es decir, hecho a imagen y semejanza.
También José Mª Martínez en su libro «¿Por qué aún soy cristiano?», reflexionando si es obligada una interpretación literal del texto del Génesis afirma que: «El texto bíblico no da detalles en cuanto al modo como Dios hizo al hombre. Su propósito no es declarar el método biológico usado por el creador para formar este nuevo ser. La finalidad es netamente teológica: mostrar que la aparición del hombre sobre la tierra se debe, por encima de cualquier causa secundaria, a la voluntad y la acción creadora de Dios. Esta es la conclusión primordial a que se llega en la interpretación de los pasajes bíblicos si se tiene en cuenta el género literario de cada uno de ellos». «El énfasis bíblico recae en las relaciones Dios-Hombre derivadas de la especial naturaleza otorgada a la humanidad... Lo que se pretende destacar no es tanto el origen biológico como el origen de la esencia misma del hombre, y su destino».
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