Hace un par de semanas alguien se dejó un libro olvidado en una de las mesas de la cafetería donde trabajo por las tardes, y yo me hice con él. No diré su título ni su autor (desde aquí sólo pretendo exaltar las grandes obras y no mencionar siquiera las mediocres, para que su existencia caiga, lo más pronto posible, en el olvido), pero baste saber para reconocerla que es otra más de esa larga lista de novelas históricas
conspiranoides, con linajes ancestrales, órdenes medievales y grandes poderes en la sombra. Una de esas tantas novelas que mezcla lugares y épocas que suenan a misterioso de manera enfermiza, cuya contraportada asegura con rotundidad que
puede hacer tambalear los cimientos del cristianismo.
Celebro que aquel anónimo lector abandonara la novela en la página treinta y siguiera su camino en busca de otra lectura más provechosa. Es un consuelo saber que siguen existiendo lectores inteligentes, aunque, por desgracia, éste malgastó 8,95 € en darse cuenta.
Estamos inundados por obras de dudosa calidad que pretenden trasportarnos a verdades que nos han permanecido ocultas hasta que su autor ha decidido revelárnoslas. Este circo histórico fue funestamente inaugurado hace algunos años por el fatídico
El Código DaVinci, obra de la que ya no se puede decir mucho más desde círculos cristianos.
Antes de la avalancha
conspiranoide-medieval,
la corriente de novela histórica tomó fuerza hace más de diez años. Siempre se ha utilizado la Historia como excusa para contar historias, pero no formó nunca un género en sí mismo con tanta fuerza como en los últimos tiempos.
Podemos hablar de dos obras fundamentales: Los pilares de la tierra de Ken Follet, de 1989, y El hereje, de Miguel Delibes, de 1998. Recuerdo que antes de ellas, en la sección de libros de la Fnac de Callao, en Madrid (donde pasé parte de mi adolescencia, dicho sea de paso), ni siquiera existía una estantería especializada en novela histórica.
Pero para que haya escritores de novela histórica debe haber lectores de novela histórica, porque el mundo editorial aún no tiene el poder de crear necesidades literarias (gracias a Dios). ¿Y de dónde sale, de repente, tanta gente interesada en la Historia… o en ésta versión oculta de la Historia?
Los fenómenos literarios siempre son sucesos curiosos.
De vez en cuando sucede, en algunas civilizaciones, que en momentos de crisis y necesidad, la respuesta natural es regresar a los orígenes. Tal vez encuentren allí la clave a sus problemas, en algo que estuvo mal desde el principio, o tal vez encuentren la solución, rememorando épocas malas de las que consiguieron salir adelante.
En la Biblia nos encontramos con un caso similar. Hubo otro boom histórico en el siglo VII a.C., cuando reinaba Josías. Egipto se estaba echando encima de los pobres israelitas con la intención de aniquilarles y reconquistar su territorio, y ellos se sentían pequeños e insignificantes ante la maquinaria bélica del Faraón. ¿Qué hacer mientras tanto? ¿De dónde tomar aliento? Con la reforma del templo que realizó el rey salieron a la luz los antiguos textos de la Ley que se habían quedado olvidados. En ellos se narraba la historia de cómo Moisés y el pueblo hebreo esclavo (todos ellos bastante pequeños e insignificantes ante la gran maquinaria bélica del Faraón) vencieron la batalla y regresaron a su tierra gracias a la mano poderosa e imbatible de Dios.
El pueblo de Israel retomó aquella historia y la hizo suya para tomar aliento y volver a confiar en Dios, como sus antepasados, y reescribieron la antigua narración oral, para no olvidarla ya nunca más, conservándola en el texto que nosotros leemos ahora.
La gente de nuestra sociedad se siente pequeña e indefensa. Saben que no pueden controlar sus vidas: todo, incluido ellos mismos, forma parte de la enorme maquinaria que alimenta la economía y el poder de unos pocos. En nuestro país la gran mayoría se siente abandonada por la Iglesia (católica), a la que no entiende y cuyas ideas no comparte. Todos, en algún momento, hemos sentido que vamos a ahogarnos bajo mareas de créditos, hipotecas y trabajos mal remunerados y nadie estará ahí para echarnos una mano. Y nadie estará ahí para hacerse responsable de nuestra desdicha.
Así que esta sociedad dolida también busca su consuelo mirando hacia atrás en la Historia, pero sólo mirando la cara oculta de la Historia, esa falsa Historia oculta llena de malvados poderosos y manipuladores, llena de secretos inconfesables que, de hecho, explicarían nuestro mundo y exculparían a cada uno de nosotros de nuestros fallos y desaciertos. Esa falsa Historia oculta que hace que los más humildes sean los grandes héroes, pero no por la ayuda salvadora de Dios, como creyeron los israelitas, sino por un triste juego de justicia poética.
En la novela que aquella persona se dejó en mi trabajo, al igual que en el resto de novelas de esta clase, la fuerza restauradora que arrastra a los protagonistas hasta un final concluyente (y feliz) no es la fuerza salvadora de Dios. Es algo impreciso, vacío. Algo inalcanzable. Y sinceramente, es una pena que tantos busquen consuelo en algo tan efímero.
…Oh, Señor, ten misericordia de nosotros, a ti hemos esperado; tú, brazo de ellos en la mañana, sé también nuestra salvación en tiempo de la tribulación… (Isaías 33:2)
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