Fue en ese punto que comenzamos a tener más interés por la cuestión, especialmente cuando oímos que había ciertos sectores que se oponían a la asignatura, equiparándola casi-casi a doctrina satánica. ¿Era posible tal extremo? Sí, claro que sí, pues todos sabemos quién es el Príncipe de este mundo…
Se nos informaba de algunos aspectos que son opuestos a los principios bíblicos que muchos de nosotros suscribimos con confianza y alegría, pues sabemos de quién proceden y que son para nuestro bien, como ha quedado demostrado a lo largo de la historia de la humanidad.
Daba la impresión de que había algo sospechoso en el grado de beligerancia respecto al tema, algo más allá de lo que se decía que estaba en juego. Y estoy convencida de que así era y es aún hoy.
Una manera elemental de saber dónde radicaba el problema con la ley para la nueva asignatura era leer el texto de la misma y ver qué se decía allí exactamente, cosa que supongo hicimos todos los inquietos por el tema. Me parece triste no haber oído en nuestros medios a casi nadie animando a hacerlo, para seguir el principio contenido en toda la Biblia de
mira, considera, examina. ¿Acaso debemos los protestantes decidir por fe en unos pocos que se abrogan la iluminación para todos los demás?
La misma situación se dio, por ejemplo y lamentablemente, a raíz de la publicación del libro
El Código da Vinci. Yo incluso tuve la desafortunada experiencia de oír conferencias denostando el libro y promocionando otros de réplica, ¡sin que el conferenciante se hubiera tomado la molestia de leer el libro de Dan Brown! Eso no es de recibo.
Pero volviendo a nuestro tema, lo que vi en el currículum de la asignatura era un interés por retomar la enseñanza de ciertos valores, ya que quizá este aspecto, con el ritmo y las nuevas circunstancias que vivimos las familias, ha quedado algo descuidado.
Uno de los escollos más grandes parece ser el de la concepción de la familia: evidentemente no es la idea bíblica lo que se va a enseñar en nuestro país, dependiendo en gran manera, además, del profesor o profesora que imparta la asignatura, ya que hará más o menos énfasis en determinados aspectos. Sin embargo, se supone -porque así consta en el currículum- que se enseñará el respeto a las personas. No creo, por otra parte, que debamos escandalizarnos de los
énfasis pues, hasta donde a mí me consta, todos los alumnos que han tenido maestros evangélicos de historia o filosofía han entendido perfectamente la
necesidad de la reforma protestante del siglo XVI y los principios sobre los que se sustentaba.
Otro de los obstáculos para los seguidores de la Biblia es la enseñanza respecto a la sexualidad. Sin embargo hay que decir que, de nuevo, lo que se va a proponer es el respeto a las personas. Nosotros, los padres de las criaturas, deberemos haber enseñado en casa, desde que nacieron, que hay opciones de vida que producen bendición y otras que no; que no es obligatorio seguir lo que dicen o hacen los demás, sino que hay que escuchar la propia conciencia instruida en la Palabra del Señor; que en última instancia hay
límites y ellos, nuestros hijos, son responsables de sus propias acciones, porque la verdad es que no da igual una cosa que otra.
¿Cuándo hemos delegado la instrucción total de nuestros hijos al Estado? Si es así, estamos desobedeciendo mandamientos explícitos del Señor. ¿Y cuándo, en la escuela, se ha enseñado en armonía con los principios bíblicos? Gracias a Dios se han dado honrosas excepciones, pero desde lo de
la letra con sangre entra hasta el
todo es relativo, la trayectoria no sólo ha sido penosa, sino que ha producido resultados enormemente negativos en los niños. Una servidora, que ya tiene una edad y vivió su niñez en aquella España
cristiana, se encontró en clases de religión donde el cura negaba la inspiración de las Escrituras. Por poner otro ejemplo, una de las hijas de esta misma servidora, en clase de
matemáticas, escuchó al profesor afirmar que el amor sólo dura dos años, y que esto está demostrado científicamente.
La escuela no es la iglesia y no es tampoco la extensión de la familia cristiana, y hemos de ser conscientes de ello. Y además, ni la una ni la otra sustituyen la enseñanza que han de dar, de todos modos, la madre y el padre en el hogar.
Y como sea que aún quedan algunos aspectos que considerar y no quiero alargarme en esta entrega, propongo encontrarnos en el mismo lugar y a la misma hora la semana que viene. Hasta entonces, bendiciones.
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