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El perfume del arrepentimiento

Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Dí, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz Suárez 21 DE FEBRERO DE 2009 23:00 h

La escena con la que acaba el capítulo siete del evangelio de Lucas (Lc 7:40-43) confirma uno de los principales reproches que hacían los fariseos a Jesús. En esta narración se muestra al Maestro como un verdadero "amigo de pecadores", como un rabí capaz de defender a la mujer de dudosa reputación que llora arrepentida frente al altivo judío religioso. De igual forma se tipifica la actitud de sospecha y escepticismo que siempre tuvieron los fariseos y los intérpretes de la Ley hacia el carpintero de Galilea.

El Señor es invitado a comer por un fariseo llamado Simón. Durante el convite una misteriosa mujer, a quien se califica de pecadora, irrumpe bruscamente en la estancia, rompe un frasco de alabastro lleno de perfume sobre los pies de Jesús y con sus lágrimas los humedece involuntariamente para intentar secarlos después con sus cabellos. Tan extraña situación despierta los malos pensamientos y los recelos del anfitrión sobre la identidad de su invitado.

Jesús, consciente de lo que está pasando en las mentes de los presentes, aprovecha para explicarles la parábola de los dos deudores. Por medio de esta breve ilustración se justifica la actitud de la mujer, mientras que se condena públicamente la del propio Simón.

La primera duda que asalta al lector de este pasaje es ¿por qué Simón el fariseo convidó a su mesa a Jesús de Nazaret? ¿Acaso sentía curiosidad por saber cómo pensaba el singular rabino? ¿Desearía discutir con él sobre algún controvertido punto de los textos sagrados o simplemente pretendía ser hospitalario con un maestro itinerante que no tenía dónde reclinar su cabeza?

La Biblia no especifica el motivo de la invitación, sin embargo algunos autores se refieren a la costumbre que tenían los hebreos de invitar a una comida de sábado a maestros transeúntes que habían predicado ese mismo día en la sinagoga. Algo muy parecido, por otro lado, a lo que sigue ocurriendo todavía hoy en nuestras congregaciones. De todo esto se deduce que probablemente Jesús les había hablado poco antes. Es posible incluso que sus palabras impresionaran tanto a todos que motivaran la invitación de Simón y la conversión de la pecadora que le habría seguido para expresarle su alegría interior. Evidentemente de todo esto no podemos estar seguros pero lo que sí parece probable es que el fariseo veía a Jesús como a un profeta o como a uno de los maestros venerables del mundo judío contemporáneo.

Pero lo que no había previsto Simón, lo que no se hubiera podido llegar a imaginar, es la escena que iba a provocar aquella mujer pecadora en su propia casa y en presencia de tan respetable invitado. Otra duda para nuestra mentalidad occidental es la que se refiere a cómo pudo penetrar la pecadora en casa del religioso judío. La respuesta es sencilla ya que los hogares hebreos sólo se cerraban por la noche, durante el día estaban siempre abiertos.

El evangelista Lucas da únicamente dos datos acerca de esta mujer: dice que tenía mala reputación y que nadie la esperaba. Se ha discutido mucho sobre la identidad moral de la mujer y generalmente se ha supuesto que se debía ganar la vida practicando la prostitución ya que, al parecer, gozaba de una buena posición económica. El hecho de disponer de un frasco de alabastro con perfume caro así parece sugerirlo. Sin embargo, no podemos estar completamente seguros acerca de esta conclusión ya que el judaísmo consideraba pecadoras también a las esposas de los hombres que ejercían una profesión deshonrosa, como podía ser la de los publicanos. Cabe asimismo la posibilidad de que se tratase de una mujer con algún defecto físico que le impidiese cumplir con las meticulosas reglamentaciones del código de pureza.

¿Qué sentido tiene el acto de ungir los pies de Jesús por parte de la mujer? El pueblo de Israel estaba acostumbrado a ver cómo se ungían, de forma ritual, los pies de los reyes, de los profetas, de los sacerdotes y de los invitados que se recibían en las casas. También en el ámbito de la vida familiar la acción de lavar los pies era como una deferencia de la esposa hacia el marido o de las hijas hacia el padre. No obstante, la realización de este ritual fuera del ambiente íntimo de la familia podía representar un signo de moral ligera que escandalizaría a todos los presentes.

El texto no explica porqué lloraba aquella mujer pero es fácil identificar la causa con el arrepentimiento de sus pecados. Podrían ser lágrimas de alegría por el hecho de haber experimentado la conversión personal y ser consciente de que Dios la había perdonado. Su emoción fue tanta que le dio valor para introducirse en un banquete privado, reservado exclusivamente a los hombres, romper un frasco de alabastro con perfume costoso, ungir los pies del Maestro y besarlos a la vista de todos. El beso era para la mentalidad hebrea el símbolo más representativo de la reverencia y el amor, pero besarle los pies a alguien era signo del más humilde agradecimiento. Era lo que se le hacía a quien te había salvado la vida. Los acusados de asesinato besaban los pies del escriba que los absolvía.

Sin embargo, cuando la mujer se da cuenta de que las lágrimas de su sentimiento desbordado han manchado los pies de Jesús, hace de su cabellera una improvisada toalla para secarlos. El detalle de quitarse el pañuelo y soltarse el pelo tenía también claras connotaciones eróticas. Realizar esto en público se castigaba con cuarenta latigazos y podía ser motivo de divorcio.

Consciente de todo esto, Simón empieza a dudar de que aquel extraño rabino fuese en efecto un profeta y sus pensamientos le llevan a la indignación, pero no contra la mujer que había deshonrado su casa sino contra el propio Jesús que no sabía distinguir la clase de mujer que le estaba tocando. El Maestro no parecía darse cuenta de que aquella persona violaba la separación que hay entre la pureza y la impureza. Pero a Jesús estas ideas no le pasaban desapercibidas. Tenía un olfato especial para reconocerlas inmediatamente. Decía Dostoyevski que si los pensamientos de los hombres oliesen, se esparciría por el mundo un hedor insoportable y todos moriríamos apestados. El Señor olía perfectamente las reflexiones mentales de Simón y los demás comensales sentados a la mesa. Pensaban que por culpa de Jesús aquella mujer había contaminado con su impureza a todos los que estaban en el banquete. Ahora ya no tenían más remedio que raparse la cabeza y el pelo de todo el cuerpo, realizar los correspondientes baños rituales y ser considerados impuros durante dos semanas. Cavilaban en que el Maestro, si fuera un verdadero profeta, debería haber protegido la pureza de los varones fariseos justos, allí presentes, mediante la prohibición inmediata del gesto realizado por la mujer. Estaban convencidos de que la pecadora había dejado en ridículo a Jesús y a todos los invitados.

Los ojos de Simón y de los demás comensales eran como saetas que se clavaban en el Galileo exigiendo una explicación. ¿Qué podía decir Jesús? ¿Cómo debía reaccionar frente a esta delicada situación? Si rechazaba a la mujer pecadora iba contra sus propios principios pues esto sería como negar al Dios de amor que él venía predicando. Si apelaba a la tolerancia y magnanimidad de Simón dejaba sin solución el problema religioso según el cual todos los presentes habían sido contaminados. Si provocaba una discusión sobre el sentido de los ritos de pureza judíos sería como enmarañarse en una polémica estéril que probablemente no conduciría a nada positivo.

¿Qué hacer entonces? Jesús contó la parábola de los dos deudores. Una breve narración que aparentemente no tenía nada que ver con la situación que allí se había suscitado. Y ¿qué ocurrió?, pues que Simón y todos los oyentes le siguieron el juego.

El argumento de la parábola fue muy bien elegido ya que a casi todos los judíos, y en especial a los fariseos, les repugnaban de manera especial las deudas económicas y les impresionaba mucho que alguien fuese capaz de perdonarlas a causa de la insolvencia de los deudores. ¿Cómo es posible liberar a cualquiera de una deuda de quinientos denarios? ¡El sueldo de un obrero correspondiente a más de quince meses de trabajo es mucho dinero para eximirle a alguien! De esta manera el Señor Jesús construyó un puente común por el que sus interlocutores pudieran transitar despacio sin peligro de caer en la incomunicación y en la ruptura del diálogo; un estrecho pasillo sobre el que Simón y sus amigos podían estar de acuerdo con él.

Este es el sentido de muchas parábolas del Maestro: establecer un diálogo que corre el peligro de romperse definitivamente. De manera que el asunto en el que, en principio, todos estaban de acuerdo era que experimentaría mayor amor y agradecimiento aquel a quien más se le hubiera perdonado. Era más lógico creer que el deudor más agradecido sería aquel a quien se le había condonado una cantidad mayor.

Hasta aquí llega el mensaje de la narración imaginaria que Jesús va a abandonar inmediatamente para pasar al terreno de la realidad. Volviéndose hacia la mujer, que todavía sollozaba a sus pies, se la muestra a Simón y le señala las principales diferencias que los separa a ambos. Es como si le dijera: ¡Tú has actuado de forma hipócrita y nada cortes! ¡Me has invitado a un banquete formal y protocolario olvidándote, a sabiendas, de las más elementales normas de cortesía! ¡Ella, en cambio, ha sido tan sincera y amable conmigo que ha derrumbado su vida a mis pies ofreciéndome lo mejor de sí misma! ¡La actitud de esta mujer manifiesta claramente el amor que hay en su corazón! ¡Y ese amor es mucho más importante a los ojos de Dios que todos tus ritos de pureza!

El versículo 47 ha sido desde antiguo motivo de disputas y controversias entre los comentaristas bíblicos debido a que parece contener, a primera vista, una importante contradicción. La primera parte del mismo dice: "Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho;...". De estas palabras parece deducirse que se perdona a quien ama previamente, sin embargo la segunda parte: "...mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama", sugiere el sentido inverso, es decir, que el amor sería una consecuencia del perdón.

¿En qué quedamos? ¿Qué es primero el amor o el perdón? La exégesis católica es partidaria de la primera parte del texto y afirma que es el amor del ser humano el que conduce al perdón divino. Los comentaristas protestantes, ya desde la Reforma, han venido prefiriendo el sentido de la segunda parte del versículo ya que es la interpretación que mejor coincide con la idea global de la parábola. En ésta vemos que es el acreedor el primero que toma la iniciativa y perdona a los dos deudores. El agradecimiento de éstos no podía existir antes del perdón sino después. De manera que el perdón es lo que llega primero, mientras que el amor sería una consecuencia y una confirmación de que ese perdón se ha producido. La mujer se presenta ante Jesús, en casa de Simón, después de convertirse y haber experimentado el perdón de Dios, con la intención de manifestarle su amor y gratitud; las lágrimas que mojan los pies del Maestro, los besos y el derroche de perfume son la expresión visible de ese amor que es la consecuencia de haber sido perdonada. Es su fe lo que la ha llevado a gozar de la salvación.

Por medio de esta parábola Jesús le ofrece a Simón la posibilidad de que reconsidere el comportamiento de la mujer. Le sugiere que la vea no como quien ha transgredido el código de pureza sino como quien acaba de dar testimonio público de su fe y ha recibido el perdón.

El Maestro pretende que su anfitrión se dé cuenta no ya de lo que le separa de la pecadora sino de aquello que le une a ella. Y eso que los vincula a ambos, lo que los dos tienen en común, es precisamente que son deudores perdonados. Aparentemente la deuda de la mujer era mayor que la de Simón pero por eso también demostró mayor amor. La elección es ahora para el fariseo. Es él quien tiene que decidir entre permanecer aferrado a sus ritos de pureza despreciando el perdón que Dios le ofrece o aceptar ese perdón aunque para ello tenga que superar sus prejuicios religiosos. No hay más alternativa. La parábola le obliga a la elección.

¡Cuántas veces se juzga como Simón! ¡En cuántas ocasiones los prejuicios o las apariencias externas llegan a provocar que se dude de la sinceridad de los demás! ¿Por qué el ser humano es tan dado a cumplir el refrán de "piensa mal y acertarás"? ¿Por qué se exige tanto a los demás y tan poco a uno mismo? En ocasiones se pierde de vista la enseñanza de esta historia. Hay personas que no disfrutan el gozo y la satisfacción del banquete cristiano, la felicidad del reino de Dios, porque viven pendientes de la actitud de los demás. Se convierten en inquisidores de los que no piensan o actúan como ellos y este talante repercute negativamente sobre sus propias vidas, conduciéndoles muchas veces a la frustración, la envidia y el rencor. Al Señor Jesús, que tiene un olfato muy fino, estas criaturas le "huelen mal". No desprenden un olor grato sino una pestilencia insoportable.

El perfume que desprendían aquellos trozos rotos del frasco de alabastro era la fragancia de la sinceridad, de la contrición, del amor germinado del perdón. Esto es lo que agradó a Jesucristo. Pero el hedor del orgullo, de la hipocresía, de la apariencia y del poco amor que salía de aquel fariseo arrogante le produjo y le sigue produciendo una repugnancia fatal. El Dios de la Biblia es un Dios de amor y perdón que continúa, todavía hoy, invitando a todas sus criaturas a vivir en la sinceridad y el arrepentimiento verdadero.
 

 


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