Era una casa muy grande, rodeada de una inmensa finca llena de flores y árboles frutales a los que -sin que mi abuela se enterara- trepaba igual que si fuera un chico.
En la planta baja de aquella casa, había dos puertas por las que se podía salir al campo y yo, que lo único que quería era salir afuera, siempre me olvidaba de cerrar alguna puerta, teniendo que escuchar las regañinas llenas de enfado de mi abuela. Por la puerta abierta entraba viento, polvo y hojas secas que ensuciaban la casa.
No hace mucho, escuché a alguien hablar sobre las puertas de nuestra vida que no son cerradas y ello me llevó a pensar en las puertas de mi propia vida.
Escuché hablar de una mujer que tuvo un problema fuerte de iglesia hace muchos años.... Cada vez que alguien va a visitarla, saca una vieja carta casi deshecha y amarillenta por el tiempo y trae a su mente y a su boca viejos recuerdos amargos que no causan sino dolor a ella misma y a los que la escuchan.
Hubo un tiempo en que yo misma tenía puertas abiertas de mi pasado en mi propia vida, era incapaz de cerrarlas y cada vez que regresaba a ellas, volvía a sufrir todo el dolor, toda la amargura y......para que negarlo!!!.....toda mi falta de perdón.
Pasé por un periodo largo de mi vida, sufriendo -una y otra vez- el regreso a muchas puertas abiertas en las que había sufrido mucho dolor y temiendo al futuro, casi asegurándome a mi misma que tendría que pasar de nuevo por otras tantas puertas que habrían de volver a causarme daño.
Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que los tiempos de Dios no son mis tiempos, de ver con claridad que no puedo vivir en el pasado ni en el futuro, hoy es el tiempo de Dios para mi y hoy se abre una nueva puerta ante mis ojos por la cual debo entrar.
NO!!!.....no quiero ser como la mujer de la carta amarilla y polvorienta, quiero pasar por cada nueva puerta que Dios me abre con alegría, sin miedo y con paz en el corazón. Y cuando algunas personas me cierran puertas, mi Señor me abre ventanas preciosas por las cuales puedo salir volando con un vuelo alto, grande y libre, igual que un águila que se desliza por el aire cerca del cielo, sintiendo el gozo de volar en el tiempo presente y -exactamente- por el camino que Dios me marca.
Nunca estuve de acuerdo con los que critican los inigualables versos de Machado citados al principio de este artículo.
Es bien cierto que Dios tiene bien marcado y delineado el camino por donde tenemos que andar; pero somos nosotros mismos los que decidimos si queremos seguirlo o no y somos nosotros mismos los que marcamos, con nuestras propias huellas, el camino por el cual decidimos andar.
Alguien dijo:”Una rendija, en una puerta mal cerrada, da lugar al enemigo para colarse”. Es cierto, el Diablo tiene la capacidad de encogerse como los gatos y no hay rendija demasiado pequeña por la cual él no pueda entrar para “robar, matar y destruir”.
Yo no pienso hacerle al Diablo la tarea fácil, no quiero dejar ninguna rendija, por pequeña que sea, por donde pueda colarse para robarme el gozo, matarme de amargura y destruir mi vida y mi ministerio.
Hace tan sólo unos días en los que el Señor me ha abierto un par de puertas grandes y hermosas por las que me invita a entrar, agarrada fuertemente de Su mano. Es cierto, me da un poquito de miedo; pero cuando el Diablo quiera “venir conmigo a tomar el te de las cinco”, le gritaré bien alto: NOOOOOOOO!!!!!!!!!.......
”Prosigo a la meta, al supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
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