Cristales rotos

Pero en ocasiones, sobretodo en tren, la ventanilla suele estar agrietada por completo y los paisajes quedan quebrados, ya no hay nitidez, cuesta enfocar... Así era la ventanilla del otro día. El impacto de algo había causado ese estado.

Miraba el cristal y miraba a través de él, pero dependiendo de mi enfoque podía ver el paisaje o, por el contrario, veía las grietas… y supe que ocurre así también en la vida.

Viajamos mirando hacia fuera, queremos ver que hay más allá de nosotros, saber que ocurre, que hay más, no perdernos detalle, pero en este viaje algunas piedras impactaron contra nuestra ventanilla. Una ventanilla ahora agrietada por causa del pecado (propio o ajeno). Y ya no disfrutamos como antes del paisaje.

Empezamos a mirar las grietas, empezamos a buscar la causa, en ocasiones los culpables, empezamos a perdernos el paisaje por nuestro mal enfoque.

Pero lejos de tratar esto desde el humanismo, sólo desde la propia voluntad, dejar que sólo sea una cuestión de dónde decido enfocar, si en las grietas o en el paisaje, creo que podemos alcanzar un poco más de profundidad pensando en el Cristalero.

Pues aunque pudieramos enfocarnos en el paisaje, por un lado la vista tiene un límite y finalmente, cansada, volvería a las grietas y por otro, el enfoque, no implicaría la desaparición de las grietas y de su causa, y creo que eso es lo verdaderamente importante: la ausencia de grietas y de su causa.

Pero eso sólo es posible si el Cristalero cambia el cristal viejo, agrietado y defectuoso, por uno nuevo. Un misterio, un milagro, que ocurre en miles de vidas, que ocurrió en la mía pero que aún no ha terminado pues el viaje sigue, aunque ahora lo hago en compañía del Cristalero y de su gracia.

Un abrazo, que Dios os bendiga.