Tendréis que disculparme, pero yo me crié en un hogar en el que, a la más mínima duda semántica, se generaba una discusión y se traía el diccionario a la mesa en mitad de la comida, o se consultaba a media película; si en un momento dado no había posibilidad de acceder al preciado libro, se anotaba el vocablo confuso y se estudiaba después en concilio familiar.
La palabra tolerancia implica cierta ascendencia sobre el prójimo, como si uno tuviera potestad para decidir si se admite o no tal o cual cuestión o comportamiento. Tiene un matiz de preponderancia que, según en qué ámbitos, está fuera de lugar. Por ejemplo, un estado puede
tolerar religiones que no son la oficial, y permitir su práctica sin aprobarla explícitamente (no estoy diciendo que éste sea el marco ideal, sino que hablo del
rango del que tolera). Pero una persona, ¿quién es para tolerar o dejar de hacerlo sobre algún aspecto de otra? La palabra más apropiada aquí es
respeto,
respetar. Porque, en principio, ningún ser humano es más que otro, sino que todos somos iguales en este sentido.
Llegados a este punto, permitidme que consideremos ahora la palabra
intolerancia y alguno de sus derivados. ¿Por qué? Porque me temo que por ahí nos intentan marcar goles, y nosotros pretendemos llevar a cabo una buena defensa… con ayuda del diccionario. “
¡Eres un intolerante!”. “
Perdona, pero lo que ocurre es que tengo criterio”. “
¡Un intolerante y un fundamentalista!”. “
Me temo que estás en un error. Si tengo algunas convicciones es porque hay argumentos que me hacen llegar a ciertas conclusiones. Dame razones y convénceme para que cambie de parecer”.
A ver, a ver.
No es lo mismo estar convencido de algo que ser un fanático. La principal diferencia estriba en que, mientras que en el primer caso la capacidad humana de raciocinio juega un papel fundamental, en el segundo no. Al contrario: el
fanático jamás cambiará de opinión, se aporten los datos que se aporten sobre cualquier tema; el que está
convencido de algo, sin embargo, analizará, valorará, sopesará la información que reciba y, si es pertinente y mal que le pese, modificará su forma de pensar, admitiendo la circunstancia de haber estado equivocado.
Una vez dicho esto, como seres racionales que se supone que somos, es inevitable que tengamos opinión con respecto a las cuestiones que nos rodean, de tal manera que no nos será igualmente aceptable una cosa que su contraria, o preferiremos una línea de pensamiento o de acción con respecto a otra, o nos parecerá inadmisible tal o cual cuestión o comportamiento. Y eso no es ser
intolerante, simplemente es
tener criterio.
Cuando a los cristianos se nos acusa de intolerantes, en general se nos está diciendo que es prácticamente imposible que, empleando nuestro discernimiento, nos parezca mejor seguir las Instrucciones de Uso que ha dado el Creador de los seres humanos a la humanidad, que las ideas peregrinas que le vengan a la cabeza al primer iluminado.
Por ejemplo: ¿por qué no es buena la idea del matrimonio entre un hombre y una mujer, quedando comprometidos a trabajar en un proyecto común y creando el mejor entorno para el desarrollo de los nuevos humanos? Las otras situaciones que puedan darse son apaños de lo que sería el marco al que se debería tender.
¿Por qué no es buena la idea de la lealtad? Alguno me dirá que sí que lo es. Bien, pero es que en el matrimonio también. ¡Cuánto dolor nos ahorraríamos con la fidelidad a la palabra dada, a los pactos suscritos! ¡Qué ahorro de vidas destruidas, que a duras penas consiguen sobrevivir!
¿Por qué no es buena la idea de seguir la indicación de cuidar las palabras que salen de nuestra boca? ¡Cuánto bien puede hacer la palabra oportuna, la palabra amable! Tantos conflictos y tanta devastación en los corazones por palabras afiladas como armas.
¿Por qué no es buena la idea de poner la otra mejilla? ¡¡Sabemos que es la única manera de parar la espiral de violencia!!
Algunos estamos convencidos de que lo que contiene la Biblia es la verdad y tiene validez permanente para el bienestar del ser humano a todos los niveles (físico, emocional, de relaciones, espiritual).
Respetamos a los que no opinan de la misma manera, pero necesitamos argumentos para desechar racionalmente la idea de un Creador inteligente (llevara a cabo como fuera la formación de este universo que apenas comenzamos a conocer), para prescindir de la historia de amor más impresionante jamás contada y que nos afecta de manera personal, para renunciar a las evidencias históricas y científicas que apuntalan nuestra fe.
Sólo necesitamos argumentos.
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