Hagamos un experimento: en mi día a día la radio sigue teniendo un peso muy importante, con distintas incursiones en aquellas emisoras que me pueden aportar aquello que necesito en ese momento, ya sea información, música, entretenimiento o, simplemente, un cantarín carrusel deportivo para disfrutar (al menos este año) de las goleadas de mi Barça. Mi experimento consiste en comprobar que, ya sea en el equipo del comedor, ya sea en el MP3 o en la radio del coche (gran lugar para dejarse envolver por este medio) hay una emisora presintonizada en todos ellos y en todas las épocas de mi vida: Radio 3.
A cualquier momento del día, sin saber ni recordar horarios, uno puede tropezar con grandes programas, descubrir grupos, joyas que tan sólo fluyen en esa emisora, alejada de las radiofórmulas estilo Kiss FM o Los 40 (sin menospreciar sus estilos también de radio, con su público y, para qué negarlo, con sus buenos momentos, aunque limitados).
Desde hace unos meses, un pero, hay en Radio 3 un hueco, un vacío, falta una voz que me ha acompañado durante años: la de Ramón Trecet. Suena a obituario, pero Trecet sigue vivito y coleando, aunque alejado ahora de las ondas de la radio pública española. Con estupor, descubro que Trecet (que presentaba programas musicales en RNE ¡desde 1974!) acusa la nueva dirección de la emisora de hacerle mobbing y de provocarle que acabara abandonando un histórico programa como Diálogos 3, uno de esos oasis donde zambullirse en los efluvios de las llamadas músicas del mundo, donde se daban la mano desde Michael Nyman hasta extrañas formaciones búlgaras o hipnóticas voces a medio camino entre la mal llamada música new age y los
songwriters de toda la vida.
En declaraciones al diario El Mundo, Trecet decía hace unas semanas que “Fue este lunes. Como siempre, me levanté a las 7 y cuarto y me di cuenta de que no tenía fuerzas para ir a trabajar. No tengo palabras para expresar cómo me sentí”. Trecet acusaba a la nueva directora de Radio 3, Lara López, de no contar con él y de haber pasado varios meses sin ni tan sólo dirigirle la palabra (hay que tener en cuenta que la misma López fue discípula y colaboradora de Trecet años atrás), hasta que un día, el nuevo director de programas de la cadena, le comenta que Lara López “piensa que no debo seguir en la radio, pero que no se atreve a darme la notícia”. Se trata, lógicamente, de la versión
del mismo Trecet, pero es una historia dolorosa, y más teniendo en cuenta que Lara López es la autora de un librito llamado
Óxido, modesto pero exquisito, pura poesía.
La historia, además, coge tintes aún más tristes cuando resulta que el nuevo subdirector (Diego A. Manrique, toda una referencia en la prensa musical hispana), dice Trecet, “ha contactado con las discográficas para que no me manden discos. Además, me amenazaron con que si iba a la prensa y lo contaba, me atuviera a las consecuencias. Es entonces cuando empecé a pensar que me están haciendo mobbing”.
Desde RTVE, la versión es otra, y en el mismo artículo fuentes de la empresa explicaban que “la acusación de mobbing es completamente falsa” y acusaban a Trecet (especialista también en la liga de baloncesto norteamericana, la NBA) de irse para poder colaborar con el diario Marca (de hecho, Trecet pidió unas semanas para poder ir a los Juegos Olímpicos del pasado verano). En el fondo, a mi me importa poco quien tenga razón: el hecho es que
Diálogos 3 es ya un cadáver, y que la cálida voz y la sabiduría musical de Trecet no volverá a aparecer a través de las ondas. El programa de Trecet es mucho más que un programa de música, ya que el periodista se dedicaba a hacer largas disertaciones (es por eso que mucha gente califica a Radio 3 de aburrida, ¡porque hablan mucho!) sobre el mundo de la industria musical o sobre sus iconos favoritos (ya fueran Frank Sinatra o desconocidos grupos). Periodismo en estado puro, vaya. Y mucha, mucha música, en un país donde priman los triunfitos televisivos de turno y sus vomitivos programas replicantes, ya sea
Fama o el horrendo engendro que representa el más reciente de
La batalla de los coros, programas que únicamente incitan a un consumo musical banal, estandarizado y que se recrean más en las lágrimas y los insultos que no en la supuesta calidad de los participantes.
Radio 3, insisto, ofrece, y ha ofrecido, una ventana abierta toda el día, con aire fresco que va recorriendo todas las habitaciones de la casa. Y eso que hablamos de una emisora con más de 30 años de historia y con programas y presentadores ya veteranos. Pero da igual. Sus capacidades para refrescar, descubrir, emocionar, educar y e combinar pasado y presente hacen que uno piense que vale la pena que una parte de mis impuestos vaya a RTVE (cuándo veo según qúe en TVE, por eso, ya no pienso lo mismo). Y no, no se trata ni de esnobismo cultural, ni de elitismo, ya que puedo ser igualmente consumidor de algún magacín más convencional o hasta querer que me acompañen los típicos éxitos de los 80 de Spandau Ballet o Pretenders en alguna emisora nostálgica que ni tan sólo se molesta en poner presentador.
Radio 3 te llega o no te llega, pero si lo hace, te atrapa. ¿Nombres? Muchos. Un primer ejemplo: el programa
Siglo 21, dedicado a las nuevas tendencias y a la música contemporánea, con incursiones en temas como la creatividad artística o la literatura, con Tomás Fernando Flores, otro grande, al frente, que también ha dirigido otras interesantes propuestas como
Diario pop o
Zona reservada.
¿Más? Pues
Discópolis (capaz de regalarnos toda propuesta que mezcle el lenguaje del rock contemporaneo con músicas autoctonas procedentes de cualquier parte del mundo),
Flor de Pasión (en que otro histórico, Juan De Pablos, combina se pasea por la nostalgia, el arrebato y la alegría de los sesenta, recuperando y actualizando la música de clásicos que pueden ir sin complejos desde Françoise Hardy hasta Wilson Pickett) o
El Ambigú (con Diego A. Manrique, actual subdirector de la emisora, otra oferta histórica convertida ya casi en una enciclopedia de la historia del pop-rock).
El abanico es muy amplio, desde las nuevas tecnologías hasta el jazz, pasando por el rock, el pop, el blues, los ritmos étnicos y hasta el heavy. Pero si ha habido, y hay, un programa clave para mi, este ha sido el
Disco grande que presenta Julio Ruiz, nuestro particular John Peel. Ruiz acaricia las palabras para descubrir nuevas hornadas de bandas
indies en nuestro país o más allá de nuestras fronteras, pero también para mantener vivo el legado de formaciones que han sabido hacerse un hueco más allá de modas y presiones de las grandes multinacionales. Y todo, sin olvidar los imprescindibles directos de la emisora, que bajo el nombre de
Los Conciertos de Radio 3, ha escrito la historia de la música durante años, en este caso tanto a través de la radio como de la televisión (en La 2), con actuaciones que pueden ser tanto de nuevas y desconocidas bandas como de
monstruos como Lou Reed o Smashing Pumpkins.
A pesar de todo, la rumorología, los cambios, los movimientos de sillas y de despachos, nunca han ayudado a consolidar una oferta como la de Radio 3, con una espada de Damocles siempre encima de su cabeza. Se llegó a decir que se quería convertir la emisora en una especie de filial de otra conocida empresa radiofónica, que quería implantar un tópico magacín de mañana presentado por un conocido personaje del mundo de la radio y la televisión (al menos, esto llegó a denunciar el sindicato UGT). La idea era llenar los espacios con hasta tres magacines distintos, eliminando de forma progresiva la oferta musical.
Nada en contra de los magacines radiofónicos, pero su uso y abuso ha acabado derivando en programas con patrones similares y que acaban aportando poco. Es decir: repaso de noticias (la mayoría, sacadas de las agencias o fusiladas directamente de los peródicos, citándolos o no), tertulia alargada como un chicle (donde todos opinan de todo con total impunidad), entrevista (en muchos casos, promocional) y secciones más o menos graciosas sobre cocina, moda, internet o lo que se precie. Y repito, hay magacines de calidad y magacines que son un churro, pero los hay hasta en la sopa, mientras que
Radio 3 ¡sólo hay una!. Una razón para cargársela: una audiencia de 300.000 personas, cuando las emisoras líderes superan los cuatro millones. ¿Y qué? ¿No está para eso la radio y la televisión pública? Hay quien dirá que la cadena necesita un lavado de cara. ¡Como todas! Pero, insisto, vale la pena luchar por la continuidad de este oasis. De hecho, se llegó a redactar un manifiesto de apoyo a la emisora, en el que, entre otras ideas, se destacaba que Radio 3 es, desde su fundación, “un refugio para las manifestaciones culturales más vanguardistas, un hueco que no encontraba difusión en los circuitos comerciales. Su frecuencia actuó como altavoz de las vanguardias musicales en todos los géneros, del pop al rock, pasando por la new age o la fusión (también incluimos la electrónica y sus variantes). Creó también un lenguaje distinto en la manera de contar la información, abrió los teléfonos a los oyentes y apostó por el talento musical.
Hoy, todos estos valores se han puesto en peligro”.
“Sirvamos cada cual según nuestros diferentes dones” Romanos 12:6
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