Uno de los temas, “Lagun batek esan dit” (“Me ha dicho un amigo”), con letra de Iñaki Irazu, compara la amistad con una casa en la que siempre hay un cenicero limpio, una habitación tranquila para refugiar la soledad y una botella de vino especial a punto de ser abierta.
Este vasco alto, algo tímido y, sí, hermano de Fermín (
alma mater de bandas claves en el panorama del rock vasco, como Kortatu y Negu Gorriak) y de Íñigo, líder de Joxe Ripiau, formación con la que Jabier ha colaborado en varios trabajos, regaló al mundo con
Fiordoan (
En el fiordo) un álbum preciosista, intimista, cálido, con mucha, mucha, mucha literatura, pequeñas joyas que se pueden leer casi como historias, alejadas de las letras estandarizadas que un buen número de grupos escriben sin ningún atisbo de mínima vergüenza.
Jabier combina textos propios con otros de su amigo Bernardo Atxaga, del escritor maldito Bukowski o de Jackson Browne, con colaboraciones también de Amparanoia o de la catalana Lídia Pujol. Y todo sin olvidar los destellos de su acordeón (instrumento del que es un virtuoso y del que tampoco abusa para no caer en un exceso de folklorismo). El disco tiene un punto de tristeza majestuoso; en “Hiltzaile zuria” (“El asesino elegante”), critica a los que él define como delincuentes con traje, presentes y a menudo silenciados en nuestra sociedad. Unos personajes que nada tienen que ver con los presos habituales que cita en la canción “Nik ez diot barrerik egiten” (“Yo en el pueblo no me río”), a dúo con Lídia.
En el disco, Jabier también recupera un tema de su anterior formación, Les Mecaniciens, lleno de sentido del humor. Se trata de “Euskadi, jende gutxi” (“Euskadi, poca gente”), una canción en la que ironiza sobre la necesidad de mezclar a unos vascos que pueden acabar siendo todos primos. A pesar de cierta aureola política y reivindicativa, Jabier Muguruza centra su propuesta en pequeñas perlas, historias llenas de vida, de píldoras fronterizas, con cantos a la pérdida de la inocencia infantil que nacen de su euskera lleno de erres, zetas y kas, y que ofrece una peculiar forma de crear poesía.
Haciendo un salto de seis años en el tiempo, nos plantamos en el octavo trabajo de Jabier:
Abenduak 29 (
29 de diciembre), un disco que volvió a demostrar que el músico de Irún es pura policromía. El álbum desnuda un poco más su propuesta, lanzándose al vacío con un disco minimalista, sutil, delicado, con la voz del propio Muguruza arropada sólo por guitarra y sutiles aportaciones de acordeón, además de la deliciosa voz de Mireia Otzerinjauregui y el asomo en un tema del oscarizado Jorge Drexler. El músico había encontrado hasta ese momento la fórmula, la de mezclar un toque pop con un jazz casi poético, pero en
Abenduak 29 aparta el envoltorio para quedarse con la esencia, con el regalo de su voz y su sensibilidad. Muguruza echa la vista atrás, y retoma quizás el camino iniciado en 1999 con ese fabuloso
Fiordoan, con la magia particular de Muguruza, la de tocar con las yemas de los dedos temas cercanos.
Su
Abenduak 29 es uno de esos álbumes ideales para cerrar los ojos, oir las gotas que golpean en la ventana y dejarse llevar. Es un disco capaz de hablar de la soledad de un obrero al que le cuesta decir a su hija que la quiere o de un dulce atardecer acompañado de un viejo libro de poemas. Muguruza, excepto la aportación del guitarrista Angel Unzu en “Sin título 4”, pone música a todos los temas, partiendo de sus propias letras, pero también de habituales colaboradores como, de nuevo, su inseparable Bernardo Atxaga, Iñaki Irazu o José Luís Padrón, además de nuevas aportaciones de poetas vascos como Harkaitz Cano o Kirmen Uribe. Jabier, con los años y una discografía sólida, ha sabido deshacerse del lastre de su apellido, ya que su propuesta actual queda ya muy lejos de sus primeras colaboraciones con Kortatu o con Joxe Ripiau (banda disuelta cinco años atrás).
Abenduak 29, acompañado como es habitual de un libreto con traducciones del euskera original al castellano, catalán, inglés y francés, es un descanso, un magistral alto en el camino en un 2005 que fue especialmente intenso para Muguruza, ya que también colaboró con Nosoträsh y compuso la música de la versión teatral de la
Seda de Baricco. Muguruza, pues, sigue hablando de la vida, de las emociones, del dolor y del silencio. Belleza, mucha belleza. Y sin fronteras.
Dos letras. Dos perlas:
“Iritziak euriaz” (“Opiniones sobre la lluvia”)
(Bernardo Atxaga / Jabier Muguruza)
Al principio
me faltaban
noventa años
para los cien
y la lluvia
no era sino lluvia
¿Opiniones sobre ella?
Nada que decir
a una gota
le seguía otra
los caminos se enlodaban
la escuela estaba lejos
pero ¿qué importaba?
Para los cien años
me faltaban
como ochenta
llegó el momento y
una chica se puso
bajo el frágil refugio
de mi paraguas.
Oh querida lluvia
pensé
cómo le ayudas
al pequeño Cupido
sigue, sigue por favor
no desistas, oh lluvia.
Ahora
que me faltan
unos sesenta
para los cien
la lluvia ya no es
sólo lluvia
sino un aspecto del mal tiempo
enviaría
una dura crítica
a las nubes grises
pero la lluvia, ¡ay!
no me quiere escuchar.
“Abenduak 29” (“29 de diciembre”)
(Harkaitz Cano / Jabier Muguruza)
Una cita. Por ejemplo aquí
en esta página en blanco.
Pensando sólo en las palabras precisas
que uno ha de pensar mientras espera.
Pensando sólo esas palabras.
Gente solitaria se amontona en los puentes
para beber
licores que habrían de beberse en compañía.
La tierra se mueve y puede que sea el metro
o que haya carreras de caballos bajo tierra.
Es navidad, piden ayuda
los osos de peluche atrapados en las zarzas de los escaparates.
Mañana naufragará un velero en la galería de
las pérdidas, pero qué importa.
Vaho en la boca y percebes de hielo se adhieren
a mi barba de varios días.
Todo un recordatorio, un detalle para no olvidar
que en estas calles,
caminar y ser feliz
son la misma cosa.
Escrito por: Jordi Torrents
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