Por supuesto este fenómeno afecta también a los creyentes ya que vivimos en medio de tal sociedad, de ahí la necesidad que tenemos, sobre todo los pastores y líderes cristianos, de plantearnos una vez más los fundamentos de nuestra fe para poder presentar defensa y dar razón de la misma ante las agresiones de este mundo hostil a Cristo.
Empezaremos viendo cuatro características importantes de la cultura actual y cómo afectan a la fe cristiana, para poder así determinar qué podemos hacer los creyentes hoy y cómo debemos presentar el Evangelio en medio de un mundo incrédulo.
1. CUATRO CARACTERÍSTICAS DE LA CULTURA ACTUAL
Con ánimo de ser concisos, podríamos resumir a cuatro los aspectos más sobresalientes de nuestra sociedad y cultura contemporánea que influyen directamente sobre el cristianismo.
a) Vivimos en una cultura técnica y científica
El espíritu científico empapa toda nuestra realidad actual como consecuencia de los logros alcanzados por las ciencias positivas durante los últimos siglos. Es indudable que los avances tecnológicos han cambiado nuestro modo de vida y además han contribuido a crear la concepción que el ser humano tiene hoy de sí mismo. Pero la ciencia y su hija la tecnología no sólo han aportado evidentes bienes a la humanidad, sino que también han hecho aparecer ciertos riesgos. El peligro que el hombre se embriague y fascine de sus conquistas creyendo que “es como Dios” y que, por tanto, no necesita ya al verdadero Dios.
Por este camino se puede caer en diversos errores. A saber, es posible divinizar la ciencia y llegar a la conclusión de que la fe es innecesaria. Si el método científico es capaz de explicarlo todo, ¿para qué sirve la fe?; pero también, es posible pensar que ciencia y fe son mundos antagónicos condenados para siempre a la mutua enemistad; o bien, adoptar una postura dualista en la que se recurre a la ciencia para casi todo y a la fe únicamente para aquello que resulta incomprensible o misterioso.
b) Pertenecemos a una cultura consumista
La anhelada sociedad del bienestar ha traído de la mano, en los países en que ésta es una realidad, un desmesurado espíritu de consumo. El exceso de bienes materiales contribuye a crear todo un cúmulo de falsas necesidades. Aquello que siempre había sido considerado como superfluo, se convierte hoy en absolutamente necesario. El deseo continuo de poseer hace que la persona se sienta frustrada si cree tener menos que los demás y esto acaba por originar insolidaridad ya que se produce un olvido de los más pobres.
Semejante materialismo consumista desemboca dramáticamente en un estilo de vida como si Dios no existiera.
c) Una cultura que anhela la libertad
El Creador nos hizo libres y, por tanto, es normal que el ser humano desee siempre la libertad. Ésta es uno de los derechos fundamentales del hombre. Ser persona es equivalente a ser libre, pero también a saber conquistar la propia libertad. De ahí que esta mezcla de don y esfuerzo no siempre resulte fácil. Cuando a la libertad se le suma el bienestar material, a veces puede surgir el individualismo (el aislamiento egoísta y la despreocupación por los demás); o bien, el “espontaneísmo” (la confusión de la libertad con la realización del impulso del momento).
En ocasiones, se entiende la libertad como algo absoluto o sin límites y se condena todo aquello que la frene. Quienes caen en este error, piensan que la libertad es incompatible con la existencia de Dios ya que ésta pone límites a la libertad del hombre.
d) Habitamos un mundo pluralista
En la sociedad occidental actual coexisten diferentes maneras de entender el mundo. No es que tal realidad sea mala en sí misma, pero sí puede suponer un serio reto para la fe cristiana y la vida de los creyentes. Al convivir diferentes religiones y culturas en un espacio común, la fe tiende a privatizarse reduciéndose al ámbito de la iglesia o la familia. Poco a poco se vuelve irrelevante para la sociedad y se le niega el reconocimiento o la proyección pública. Con la excusa de que la fe cristiana es “otra visión más entre tantas”, ésta va perdiendo la aceptación que tenía en otras épocas. Y finalmente se la llega a acusar de proselitista y de querer imponerse a las demás.
El pluralismo acaba por relativizarlo todo desconfiando de cualquier ideología que intente ofrecer una determinada visión del mundo. En consecuencia, el ser humano sufre un vacío de sentido, una profunda sensación de desamparo, que procura contrarrestar construyendo su propia explicación de la realidad, así como su propio código ético o moral. Esto tiene como resultado la negación de una ética universal válida para todos como la que propone el Evangelio.
2. RETOS AL CRISTIANISMO
Uno de los principales dramas de nuestro tiempo es la separación existente entre el Evangelio y la cultura contemporánea. Tal ruptura afecta decisivamente al centro mismo del mensaje cristiano: al concepto de Dios y al concepto de ser humano.
a) El eclipse de Dios
Para el hombre y la mujer de hoy, Dios ya no resulta tan fácil de descubrir como en otros tiempos porque la ciencia parece haberlo desterrado a los confines del universo. Es como si el misterio de Dios fuera cada vez menos misterio hasta terminar por hacerse innecesario.
No obstante, tal oscurecimiento de Dios produce también el oscurecimiento del hombre. En efecto, éste pierde sus propias convicciones y deja de saber quién es. Y si no sabe lo que es, tampoco encuentra motivos para respetar a los demás. Lamentablemente,
organizar el mundo sin Dios supone organizarlo contra el hombre. El humanismo al descartar a Dios se transforma en un humanismo inhumano. Y ésta es la gran paradoja de nuestro tiempo.
b) Retorno a lo sagrado
A pesar de todo, la misma cultura que unas veces niega a Dios, en otras parece experimentar un resurgimiento de lo religioso y de los valores cristianos. Así habría que interpretar por ejemplo, el interés creciente por los derechos humanos; la sensibilidad y el respeto por las minorías étnicas; la solidaridad de los países ricos hacia sus vecinos del sur; la proliferación de las iniciativas basadas en el voluntariado social; etc.
Sin embargo, conviene advertir que ciertas formas contemporáneas de religiosidad son ambiguas, como aquellas que proponen una religión sin Dios, o las basadas en el esoterismo, la superstición y la magia, así como los fanatismos espiritualistas de todo tipo. Tales fenómenos exigen de los cristianos un cuidadoso discernimiento.
c) Ambivalencia del corazón humano
En realidad, la cultura moderna refleja la eterna lucha entre el bien y el mal, es decir, entre las fuerzas constructivas y destructivas que desde siempre anidaron en el corazón del hombre. Hemos llegado a la situación actual como consecuencia de esta profunda división que empapa el alma humana.
Por el contrario,
cuando se mira con los ojos de la fe, el mundo no es un caos ni está dirigido por un destino fatal, sino que fue creado y está siendo conservado por el amor del Creador. De ahí que los cristianos nos sintamos impulsados por ese amor, que es también el de Cristo, para llevar la luz divina a quienes no le conocen o le niegan.
3. CÓMO VIVIR LA FE EVANGÉLICA EN MEDIO DE LA INCREENCIA:
Una de las preguntas que más deben interesarnos a los creyentes es esta: ¿Qué cualidades debe tener hoy nuestra fe?
a. La fe tiene que ser el centro de la vida
La fe no puede quedar reducida al ámbito de lo privado como algunos pretenden. Si Dios es el fundamento de la vida humana, toda la existencia del hombre debe estructurarse y desarrollarse en torno a él. Jesucristo tiene que ser para los cristianos el principio motivador que inspire todos los juicios, los valores fundamentales, los puntos de interés, las líneas de pensamiento y los modelos de vida.
La fe en Cristo se nutre sobre todo de la relación amorosa, viva y personal con él, no sólo de las prácticas habituales o de las fórmulas externas con las que se suele adornar.
En el mundo actual, la fe cristiana sólo puede fundamentarse en la escucha sincera de Dios, en la relación personal con él y en la obediencia a su palabra. No hay dificultad que no pueda ser superada si dejamos que el Evangelio resuene con fuerza en nuestras vidas.
b. La fe como experiencia personal
Vivir la fe es tener experiencia personal de Dios y de Jesucristo, su Hijo. Es decir, mantener una relación interpersonal con ellos nutriéndose de su palabra y de la oración. Lo cual se traduce en vivir como hijos de Dios, haciendo la voluntad del Padre, comunicando su palabra y amando a los seres humanos como hermanos. Al actuar así, nos convertidos en
“sal de la tierra” y
“luz del mundo” (
Mt 5:13-16).
Vivir la fe como experiencia personal es emprender un viaje espiritual que nos cambia la vida y nos llena de fuerza para entendernos a nosotros mismos, a los demás, a la vida y al mundo.
c. Hay que celebrar la fe en comunidad
No es posible vivir la fe cristiana en solitario. Todo cristiano necesita la iglesia ya que llega a la fe personal gracias al testimonio de otros. Es posible decir “yo creo”, gracias al “nosotros creemos” de la comunidad. En medio de nuestra actual cultura individualista, la fe cristiana necesita hoy expresar más que nunca su dimensión comunitaria. Nuestra fe personal requiere de la fe de los demás cristianos para expresarse en común y para crear vínculos fraternales que superen al resto de las relaciones humanas. Y así, unidos, tenemos que anunciar el Evangelio a todo el mundo sin complejos de superioridad, puesto que somos siervos de Jesucristo, pero tampoco sin ningún complejo de inferioridad, como si tuviéramos que pedir permiso para anunciarlo.
d. La fe tiene que vivirse en el mundo
Tampoco resulta posible creer en el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo si permanecemos de espaldas al mundo o procuramos huir de él. El Maestro confesó que
“de tal manera amó Dios al mundo” que fue capaz de entregar a su único Hijo. Por tanto,
las alegrías y las tristezas de los seres humanos de nuestro tiempo, sobre todo de los que más sufren, los débiles y los pobres, deben ser también las nuestras propias. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre respuesta en el corazón de Cristo porque él vino a plantar su tienda entre nosotros para rescatarnos del mal. Si deseamos cambiar el mundo tenemos que hacerlo desde dentro, no desde la teoría alejada de la realidad.
La actual crisis de nuestra civilización sólo tiene solución en la fuerza del amor que pregona Jesucristo. La extensión del reino de Dios es la alternativa definitiva a dicha crisis. Y esta es nuestra misión fundamental: anunciar al hombre de hoy la civilización del amor ágape.
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