El mismo Pizzarelli apunta que el cara a cara con ellos le ha permitido navegar con más conocimiento en su música, a través de su peculiar clave de jazz cálido, aterciopelado, a medio camino entre Chet Baker y Sinatra (al que llegó a telonear en 1993, en una de las últimas giras del cantante de los ojos azules).
El disco no es el clásico álbum de versiones. De hecho, mantiene la estructura de un trabajo casi conceptual, relatando el viaje de una vida que va de clásicos como “The shadow of your smile” o “Ain´t that a kick in the head” hasta temas más recientes como “Eastwood Lane”, pasando por una joya como es el “God only knows” que el inclasificable Brian Wilson incluyera en el perfecto
Pet sounds de sus Beach Boys e incluso un par de composiciones del propio Pizzarelli. El viaje del crooner no es metafórico, ya que en algunos casos hasta ha conocido la familia del compositor de turno.
El resultado final es un canto al jazz más clásico, pasado por el toque de elegancia propio del
rat pack de Sinatra y los suyos y lejos, muy lejos, de la legión de nuevos crooners que, casi como productos prefabricados, empiezan a poblar las radiofórmulas. Sin desmerecer nombres como Michael Bublé, pero la etiqueta de crooner lleva implícito algo especial a lo que Pizzarelli, a pesar de ser un semi desconocido en Europa, llega con suma facilidad. Junto a Pizzarelli, un verdadero elenco de músicos, hasta diez, como su propio padre, el guitarrista Bucky Pizzarelli, o incluso la voz de su mujer en uno de los temas, Jessica Molaskey, aderezados por verdaderos virtuosos como los pianistas Ray Kennedy y el brasileño César Antonio Camargo (pieza clave en su anterior álbum,
Bossa Nova) o el clarinetista Ken Peplowski. Devoto de Stan Getz, heredero de Sinatra, la sombra de Jobim. Éste es Pizzarelli.
Imaginad por un momento: un atardecer en Las Vegas, concierto en el Caesar´s, y aparece Pizzarelli, traje blanco, camisa azul con cuello también blanco. Entertainer, crooner, la perfección. Los que nos adentramos en el mundo de la música a través de sonidos como el hardcore, el garage, el rock más primitivo, el blues o el pop rock independiente, no podemos tampoco evitar dar largos paseos de la mano de personajes como Pizzarelli, ya sea desde su vertiente más clásica (de nuevo Sinatra, Bing Crosby), la más petarda (Tom Jones y Engelbert Humperdinck: ¡esas voces! ¡esos cuellos de camisa! ¡esas patas de elefante! Y sobretodo, ¡esas patillas!) o incluso la más cercana al pop rock, como los casos del gran Richard Hawley (comentado en el último artículo sobre el Festival de Benicàssim) o Scott Walker (aquí ya nos adentaríamos más en el tema del malditismo musical, con incursiones a Jeff Buckley o Nick Drake).
O sea, que mucho cuero, tejanos, pelo crepado o melena al viento, pero ante un traje impecable como el de Pizzarelli y su porte a medio camino entre un galán de telenovela y un secundario de
Los Soprano, que se quiten el pañuelo de Axl Rose y las barbas de los ZZ Top, que la elegancia ha llegado hoy a la ciudad.
Knowing you es uno de esos discos recurrentes en jornadas frías, de te humeante y manta (de cuadros, claro) en las piernas, ante un libro o el teclado del ordenador. La escena es de un tópico que asusta, pero es la que es.
Pizzarelli no me acompañará paseando en las horas crepusculares (para eso ya tengo a Fun Lovin´Criminals o a Portishead) o en días esplendorosos y soleados (el soul, Terence, Blind Melon y los hermanos Wilson tienen una clara función en la vida). Ni tampoco en los momentos en que el cerebro pide una vida extra (Jane´s Addiction, Pixies, My Bloody Valentine o Nine Inch Nails cumplen ese cometido) o los brazos empiezan a cobrar vida propia para dar guitarrazos simulados en el aire (Black Crowes, los Stones, Van Halen). No.
Pizzarelli invita a acurrucarse, a cerrar incluso los ojos, a moldear una oración, un pensamiento. Uno de los momentos cumbre del álbum es la version del “God only knows”, un tema rompedor desde el propio nombre, ya que se convirtió en una de las primeras canciones pop en usar el nombre de Dios en el título.
Brian Wilson lo defendió por la espiritualidad que le transmitía, una conclusión quizá simplista, pero que acabó sirviendo para crear uno de los temas más preciosos jamás escritos, como no, sobre el amor y el desamor.
Escrito por: Jordi Torrents
Si quieres comentar o