Pues bien, el otro día vi un documental en el que trataban de desentrañar el por qué de esta migración, así como también el por qué de unas trayectorias tan erráticas, toda vez el desplazamiento no es rectilíneo. Van, vienen, tornan y retornan en círculo y en zig-zag, aunque, al final, indefectiblemente, llegan al término de su viaje. Enigma que quedó sin resolver.
La realidad es que me impresionó la panorámica de los rebaños. Ñus y más ñus. Hasta cerca de un millón de ejemplares, según el documental, diseminados por llanuras interminables. Unos, comiendo plácidamente; otros, al paso; los de más allá, corriendo alocadamente; los de más acá, andando a buen paso. ¿En la misma dirección? ¡Qué va! Cada uno por su lado. A lo más, pequeños grupos que marchan al unísono. No obstante, semejante desconcierto debe ser más aparente que real, toda vez que, como he dicho antes, al final el gran grupo llega vez tras vez a la meta.
Pero... ¡no todo es placidez! Los peligros acechan durante el viaje. La tragedia se cierne a menudo sobre estos interesantes animales. Las hierbas altas, los matorrales, los parajes semiboscosos y las hondonadas con agua que les sirven de abrevaderos ocultan a sus felinos depredadores, que, evidentemente, también han de hacer por su propia vida.
Muy concentrado estaba yo con la narración televisiva cuando hete aquí sucedió algo imprevisto. La avanzadilla del grupo de estos cientos de miles de ñus llega a la orilla de un gran río. Se detienen. Otean el horizonte. Se ponen nerviosos. Patean el suelo. Miran el río. A un lado y al otro. Y así pasa un tiempo. Pero poco a poco, los que llegan por detrás empiezan a presionar a los que están por delante. Como en la avalancha de un estadio de fútbol, los de atrás caen, literalmente, sobre los que están delante, sólo que como no hay vallas, los ñus no mueren aplastados contra ellas. Les queda el recurso de lanzarse al río. Eso hacen y comienzan a cruzarlo.
El río es la frontera y hay que cruzarla, claro. Pero una frontera ambivalente. Da el paso a la tierra de promisión y también el pasaporte al otro barrio. Leones y cocodrilos hacen su agosto para ellos y para los depredadores de menor enjundia, mas no es el total de la cosecha. Hay que añadir los animales que mueren despeñados y ahogados. Al final, una masa enorme de cuerpos muertos flotando en las orillas del río es, además de los devorados, el testimonio del precio pagado por el grupo para alcanzar su particular Eldorado.
Cuando veía el momento previo al cruce del río, me sobresalté. El relato televisivo sobre los ñus era una metáfora en toda regla de la crisis financiera que estamos viviendo.
En el fondo, y a pesar de todo el énfasis que se está haciendo acerca de los malos gestores, tratando con ello de reducir el asunto de los riesgos desmedidos de las instituciones financieras, el problema es netamente estructural.
Es un problema del sistema. El conjunto de las entidades financieras, insatisfechas con los pastos en los que pace los buscan mejores y más abundantes. Más frescos y tiernos. Para eso se pone en movimiento. Unas entidades van por un camino y otras por otro. Unas arriesgan más y otras menos, pero todas arriesgan bastante en busca de su otro Eldorado. Y en esta carrera, impulsada por la hegemonía de la figura del accionista que sólo entiende de beneficios a corto plazo y de incrementos sin fin en el valor de sus acciones y en el importe de sus dividendos, todos se presionan entre sí. Nadie quiere quedarse rezagado y menos aún el último. Todos quieren ser el primero o, al menos, estar en el grupo de cabeza. Y eso hace que pase lo que pasa: que se toman riesgos excesivos. Que se echan, a pesar de su estado de alerta, en las fauces de ese depredador despiadado que se llama crisis.
Es la competición por la maximización del beneficio lo que ha llevado a las entidades financieras a asumir riesgos enormes.
Unas han caído definitivamente, otras se han salvado porque alguien les ha echado una mano salvadora, beneficio del que carecen los ñus, y otras han salido del envite con la ilusión acrecentada.
Ahora solo queda reponer fuerzas y reiniciar la marcha dentro de unos meses. Eso sí, el por qué de estas conductas irracionales sigue siendo un misterio, pues por más que ciertos manuales (afortunadamente, no todos) presupongan que la conducta del “homo economicus” es siempre y en todo caso del todo racional, los hechos se empeñan en demostrar lo contrario.
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