La columnista se preguntaba por qué existía escándalo con éste y no con otros más violentos, mostrando su punto de vista y dejando entrever que no es contraproducente que las hijas se toquen sexualmente para autosatisfacción.
Se percibe un tono amoral e incluso inmoral por el superficial tratamiento del tema y deja entrever que la masturbación en sí no es mala; aunque, deberíamos saber que denota egocentrismo y que se fantasea con imágenes irreales (fomentando el autoengaño). Es más, alienta a ello. Poco contribuye a sanas relaciones que deberían ser eso: relaciones; en las que se necesita al menos una pareja. Invita al gozo desde una más que evidente inclinación hedonista, siempre presente y dominante en esta contemporaneidad que nos conquista imperialmente y nos obliga a aceptar lo inaceptable.
Ni en nuestras trincheras podemos estar tranquilos y tranquilas, porque nos bombardean con imágenes violentas o saturadas de deseo sexual cuando no impregnadas de erotismo, desde el cine hasta la televisión (ni qué decir tiene lo que los menores ven en Internet), desde la publicidad hasta la prensa, desde los escaparates comerciales hasta la moda. Escenas con altas dosis de carga erótica, ofertas de prostitución a la carta en la prensa (incluso en la de cierto prestigio), canales con emisiones de pornografía, brujería, santería, videncia, tarot, prensa rosa, series nacionales y programas del corazón con vulgaridad extrema (líderes de audiencia y con modelos a imitar por nuestras generaciones). Con este amplio panorama muchos y muchas estiman que de poco sirve estudiar. Con un buen cuerpo y belleza se llega lejos. Si triunfas en algún programa de esos que buscan estrellitas pero que quitan el brillo de la personalidad o dando patadas a un balón y coces al diccionario, ya está la vida resuelta, aunque te gastes la fortuna en drogas y altercados posteriormente. Ser pareja de fulanito o fulanita sube el caché de las futuras entrevistas y cotiza en bolsa.
Con tantas facilidades como existen para comunicarnos, hoy más que nunca, sufrimos de los más degradantes sucesos de índole sexual: violaciones, orgías, intercambios de pareja, sadomasoquismo, zoofilia, cropofagia y cropofilia, tríos, pedofilia, travestismo, cambios de sexo, frotismo, abortos -de niñas desde los doce años- como jamás imaginamos, operaciones de estética de jóvenes, anorexia, fetichismo, exhibicionismo, voyeurismo, bulimia, necrofilia, gerontofilia y un largo etcétera que nos dejaría atónitos.
Y nadie hace nada por evitar este desenfreno. “Miramos para otro lado” opinando acerca de la explotación infantil o de la ablación de clítoris en otros países, cuando somos incapaces de poner orden y decencia en los nuestros. ¡Ay, la doble moral!
Las quinceañeras ya están abortando; otras, con apenas doce años, teniendo experiencias impropias de la edad, tomando píldoras abortivas y siendo el objeto, cuando no sujeto, de aberraciones de todo tipo. Cabe preguntar a quien suscribe lo publicado en ese periódico qué opinaría si fuera su propia hija la víctima de alguna de estas parafilias mencionadas anteriormente.
¿Nos parece progresista o innovador ofertar en plena inmadurez asuntos propios de personas maduras? ¿Era esa la evolución que el ser humano anhelaba? ¿No estaremos confundiendo la libertad con la ausencia de límites?
Entre los sabios que nuestra humanidad ha dado, como bien sabemos, destaca Salomón. En una de sus joyas literarias expone que “no hay nada nuevo debajo del sol” y que “todo es vanidad y aflicción de espíritu”. Él disfrutó de todos los placeres que pudo, practicó sexo a raudales y aunque simbolizó todo este hedonismo expuesto, cerca de su muerte concluyó que eso no sirve para nada y que lo único válido es tener en cuenta a Dios, porque cumplir con sus preceptos es lo que quedará del y al hombre. Sólo una vida moral sana trae paz y equilibrio a nuestras almas y a las emociones más profundas.
Estamos tan pendientes del cuerpo y su disfrute que olvidamos el interior: el alma. Porque al fin y al cabo, cuando se acabe la fiesta del cuerpo inscribiremos en las lápidas las iniciales del lema mortuorio por excelencia: “Descanse en paz”. Y cómo vamos a descansar en paz con tanta guerra inmoral pululando por los aires de nuestra existencia.
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