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De aficionado a coleccionista

33 canciones (capítulo 2/12)

Desde el principio (bereshit, en hebreo), y casi sin darme cuenta, se apoderó de mí la necesidad de rodearme de música. No sólo escuchaba música a todas horas; también iba siempre con mis auriculares a todas partes. Sí… le di sentido a la expresión “vete con la música a otra parte”.
33RPM AUTOR e-Luthiers 25 DE OCTUBRE DE 2008 22:00 h

A muchos les molestará esta orden, pero a mí no. He pasado muchas horas a solas, con la cabeza llena de sonidos, apropiados por mi cerebro como un niño no puede resistirse a hundir la mano en un tarro lleno de gominolas. A esta necesidad de seguir escuchando, de seguir hambriento, de continuar descubriendo, que todavía mantengo, a pesar de ser hoy más analítico que entonces… a esta necesidad, digo, se le unió la de poseer cuantos discos pudiera. Es el mal del coleccionista.

El coleccionista no es selectivo, quiere tener lo más posible; cuando le dan los arrebatos de almacenar, le cuesta definir el bien y el mal, incluso en cuanto a sentido del gusto se refiere. Sólo sueña con una discoteca de Babel, con tener a mano aquel músico, aquella banda que en el presente se convierte en su preferencia absoluta. Pero generalmente esto sucede a edad muy temprana, y no hay motivos para asustarse.

En mi etapa de coleccionista, teníamos principalmente vinilos y cintas de cassette (de 60 minutos, y más tarde de 90), que rebobinábamos con un bolígrafo Bic cristal al que previamente le extraíamos la tinta. Sólo unos pocos privilegiados tenían reproductor de CD; yo no lo tuve hasta los 16 años, y pedía con toda la cara del mundo a mis amigos que me grabaran algunos discos al cassette virgen que yo les proporcionaba.

Si comencé con la música “grunge”, con Nirvana y Sonic Youth, pronto tendría que tener el estante (sólo tenía uno en la pared) repleto de cintas de Stone Temple Pilots, Soundgarden, Mudhoney, y otros… enseguida se quedó pequeño el estante, y llené el cajón de los calcetines con cómics y algo de música heavy… y finalmente, ante el peligro de quedarme sin calcetines, me apañé unas cajas de cartón, y después otro estante más grande. Creo que debí empezar por colocar el segundo estante, pero era un adolescente con la cabeza llena de pájaros, no se me podía pedir mucho. De todos modos, cuento esto como ejemplo de lo que hacen aquellos que se dedican a reunir, a amontonar. Cuanto más tienes, más quieres; es así.

 
Luego llegaría la parte de las discusiones en el instituto sobre qué grupos eran mejores o peores; quienes habían sacado el disco más bueno y completo del año (y también el más malo); descubríamos esos primeros discos que se atragantaban en principio y que al final acababan por convertirse en los favoritos de todos los siglos: Vitalogy, de Pearl Jam; Bossanova, de The Pixies (que al principio decía que no me gustaba, sin haberlo escuchado); Evil Empire, de Rage Against the Machine; The Great Escape, de Blur; … y sobre todo OK Computer, de Radiohead (el mejor disco que tengo, pero no se lo contéis a nadie). También hacíamos nuestras alineaciones, igual que en el fútbol: creábamos nuestro grupo ideal, y en cada puesto situábamos a quien considerábamos el mejor en ese momento. Como puede comprobarse además, nada de música en español, porque la música en España, como ahora, tenía que ser paupérrima… hasta cierto punto era falso, claro, pero en el instituto hay que integrarse, como en la cárcel. Aunque eso sí, en secreto escuchara los discos de Serrat, Mecano y Miguel Bosé de mis padres.

Precisamente con el primer grupo mencionado en el párrafo anterior empecé a prestar atención a lo que decían algunos de esos grupos musicales que hablaban tan extraño idioma (o ladraban, según mis padres). Por ejemplo, en Just, de Radiohead, se oía aquello de “lo que tú haces, te lo haces a ti mismo… y eso es lo que realmente duele”. Y Eddie Vedder, cantante de los de la Mermelada de Perla, cantaba a la inmortalidad (como Celine Dion y los Bee Gees, sólo que sin sonar hortera), algo en lo que no había pensado mucho hasta entonces:
A truant finds home...and I wish to hold on...
But there´s a trapdoor in the sun...immortality...
(Uno que hace novillos encuentra casa… y desearía aguantar…
Pero hay una trampilla en el sol… inmortalidad…)

¿Qué es la inmortalidad? ¿Escaparse por una trampilla en el sol? ¿Resistir a qué? ¿Y qué tiene que ver el chico que hace novillos con esto? ¿Qué se ha tomado este hombre? Son preguntas que me hacía. Cierto es que cuesta entender el lenguaje siempre velado de las letras de este grupo… a veces parece que no están muy seguros de lo que dicen. Sin embargo, estas eran palabras y realidades inéditas en el ambiente de superficialidad que poco a poco me había construido; la consigna NO IMPORTA con la cual Nirvana había bautizado su primer disco, se empezaba a disolver sin pretenderlo, junto con los “para qué”, y el aburrimiento de los quince años. Como una gotera en mi habitación, se iban colando ciertos pensamientos, ciertas reflexiones. Y pasaron cosas en mi alma, a la par que en mi vida. Ya no coleccionaba únicamente discos; comencé a coleccionar experiencias, frases más o menos profundas, e inquietudes que no siempre me resultarían fáciles de afrontar, ni tampoco placenteras.

Otra de las obsesiones del coleccionista es la que yo llamo “buscar tesoros bajo el sofá”. Se trata de encontrar canciones curiosas, grupos musicales “de culto”, piezas que sólo unos pocos conocen. Ya sea para presumir de buen gusto, por disfrute, o para huir de la cultura general, el coleccionista busca entre las tiendas de discos aquellas grabaciones “de importación”, aquellos proyectos paralelos de músicos conocidos, ediciones limitadas, descatalogados, y hasta fracasos estrepitosos de crítica. Lo que importa es hallar esos tesoros escondidos.

Tampoco los menos famosos se libran de la influencia que producen en el oyente. Un botón como muestra: la canción Dry the Rain, de The Beta Band, de su disco The 3 ep´s. Este es un grupo ya desaparecido, increíble por la calidad de sus discos y por cuanto de emocional y experimental contiene. Encandiló a unos pocos en los noventa, y forma parte de la escena central de un film del cual hablaremos en su momento (bueno, una pista: aparece un magistral John Cusack interpretando al dueño de una tienda de discos). La parte cumbre de esta canción dice:
If there´s something inside that you wanna say
Say it out loud it´ll be okay
I will be your light
I will be your light
I will be your light
I will be your light
(Si tienes algo dentro que quieras decir
Dilo en voz alta, estará bien
Seré tu luz
Seré tu luz
Seré tu luz
Seré tu luz)

Tengo mucho que decir, y no logro encontrar el modo de describir lo que significa para mi escuchar que no hay problema en decir bien alto lo que llevo dentro. A menudo nos escandalizamos de muchas cosas que oímos, y nos olvidamos de que tenemos todo el derecho del mundo a expresar lo que pensamos, lo que vivimos. En las canciones hallamos en ocasiones las palabras que buscábamos para explicarnos, y también para comprendernos. Y a veces nos pueden dar buenos consejos. Sientan bien, sobre todo si vienen empaquetados en instantes musicales tan electrificantes, emocionales y apasionados como en este caso.

 
En mi afán de coleccionista, viajé a los años 60, en los que nunca había estado antes. Y bebí de las fuentes de las cuales los músicos “grunge” habían bebido: de los Beatles a Jefferson Airplane, de Mott the Hopple a The Doors. Y aquí viene un punto de inflexión algo triste en mi historia, pues participé y celebré en mi adolescencia de la contradicción profunda (contrastada por la abundante riqueza literaria) repetida incansablemente por esta época.

Jim Morrison era un enorme poeta – músico. En mi opinión, el mayor que ha dado los Estados Unidos junto a Leonard Cohen y Dylan (en este orden). Y aunque este tema pertenece al próximo artículo, sólo diré que Jim fue capaz de unir en una canción la petición de salvación en Jesús con el rechazo a la resurrección.
Cancel my subscription to the Resurrection
(…)
Save us!
Jesus!
Save us!
(Cancela mi suscripción a la resurrección
(…)
¡Sálvanos!
¡Jesús!
¡Sálvanos!)

Sinceramente, creo que no creyó ni en una cosa ni en la otra. Más bien creyó en lo que dice después: Music is your only friend / Until the end (la música es tu única amiga / hasta el final). Es esta confusión la que, hasta mi conversión, predominó en toda la adolescencia. Pero como la reflexión sobre dicha conversión tiene su propio espacio en esta serie, la trataremos a su debido tiempo. Antes tenemos que hablar de otras cosas, a fin de que la narración tenga su equilibrio de tensión, ritmo… esos trucos de la escritura para mantener a los lectores pendientes del que escribe.

Cuando la música se acaba, llega el momento de encender las luces. (continuará)

Artículo escrito por Daniel Jándula


MULTIMEDIA
- 4, Pearl Jam – Immortality 1,3 Mb
- 5, The Beta Band– Dry the Rain 1.4 Mb
- 6, The Doors –When the music´s over 2.5 Mb



Artículos anteriores de esta serie:
 1El aficionado 
 

 


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