De igual modo, gente que se obceca en ser
Iglesia sin ser antes cristiana, como esperando en una cómoda postura el hechizo fugaz de la emoción espiritual que transforme la incómoda situación en la que se verían envueltas. Creo que para ser
hombres, debemos primero serlo.
Y para hallar tal estado, nada mejor que plagiar el bíblico modelo de hombres y mujeres que, justificados por su ejemplar sacrificio constante en la perseverancia de tal condición, hallaron el beneplácito divino de ser considerados hijos, hijas, siervos, siervas, profetas, profetisas y demás categorías.
Entonces seremos
hombres siéndolo. Y posteriormente, a través de un proceso de cambios, llegaremos a ser
cristianos. Vemos que de este modo y sólo de este modo podemos encontrarnos realizados como hombres para situarnos, posteriormente, en lugar más relajado, girando en torno a la esfera espiritual que nos permite acceder al hecho de ser cristianos.
Ahora muchos nos encontramos en el proceso de querer llegar a serlo. Sabemos que sólo con creer somos salvos y a veces creemos que nos basta esta premisa.
Quiero ser
cristiano y no lo soy porque esté siéndolo, sino porque en ello persevero cada día. Aunque a veces crea serlo, mis actitudes me desplazan a una esfera diferente que me conduce a ser primero
hombre. Quiero ser
cristiano y quiero serlo, siéndolo, o creyendo serlo. No es mi razón de ser el serlo, siéndolo, sino verdaderamente llegar a serlo. Repito: ¡quiero ser siéndolo! Aunque a veces deje de serlo. Para llegar a ser lo que quiero, ejercito paso a paso mi andar como
hombre.
Estimo desvelar algún secreto que, aparentemente, se nos desliza en las designaciones y sentidos que podemos aplicar a un significado y descubro que, para ser lo que deseo, debo saborear el autojustificado concepto de
creyente. La Biblia dice que quien cree, en cuanto creyente, será
salvo, y no quien cree será
cristiano.
Después de este primer intento por ser
hombre como acto volitivo, me proyecto al anhelo virtual de ser
creyente que me refleja la imagen de ser
cristiano y así comienzo mi andadura en la vida espiritual comprometida.
Veo alejarse al
hombre que sostengo y percibo que, en la mística, no encuentro la seguridad de ser
cristiano siéndolo, sino la de dejar de ser [
hombre] para buscar otro consuelo [
cristiano].
Ahí no está el camino y regreso al
hombre que me sustenta y al que antes sostenía. Le recargo con rígidas normas y austeras delimitaciones, prosiguiendo mi andadura, con la certeza de ir andando conforme al fin que persigo; pero, tras los primeros intentos de ascéticos esfuerzos, capitulo.
No estoy hecho del recio material que soporta los inviernos del frío espiritual que el propio cuerpo le produce.
Descubro, sin hacer alardes de grandes descubrimientos, que ahí tampoco se describe la razón de dar a mi ser la seguridad de ser
cristiano siéndolo.
Descanso, me recuesto en el límpido sillón de los recuerdos y llega a la memoria que contengo la brisa genesíaca de pasajes en el Edén, donde nuestros primeros predecesores tuvieron que admitir la divina orden del ¡
Fiat homo! (¡Hágase el
hombre!) y considero que lo primero es admitir estar creado por Dios y vivir en un “paraíso” -en el discurso espiritual-. A partir de ahora, tengo la oportunidad de ser
hombre sólo si obedezco a la ley divina. Si, como Adán y Eva, fracaso en mis deberes como
hombre, ya no puedo acudir a ser lo segundo; es decir,
cristiano.
Después de ser hombre espero llegar a ser hijo del Creador.
Siendo hijo, tengo un Padre y, admitiendo la actual adopción, acepto y reconozco las leyes paternales a las que voy a supeditarme.
Si ando sujeto a ellas, debo aprovechar y no perder las oportunidades de ser regido por ellas. Si caigo, un fugaz y sincero arrepentimiento al humano modo y volvamos a intentarlo.
El
hombre no es
cristiano por acudir a una
Iglesia.
La
Iglesia no es
cristiana por estar formada de
hombres.
El
cristiano que no es
hombre no forma parte de la
Iglesia, es místico u otra cosa.
El
hombre que acude a una
Iglesia no tiene por qué ser
cristiano.
Por eso, para ser
Iglesia (de Cristo) debemos ser
cristianos. Para ser
cristianos debemos ser
hombres y, para ser
hombres, serlo.
Yo soy, queriendo ser
hombre para llegar a ser
cristiano, puedo luego ser
Iglesia y, en Santas Nupcias, llegar a las Bodas del Cordero.
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