Ya anunciaba la pasada semana que -Cohen aparte- durante mis tres próximas entregas del 33 RPM pasearemos por los escenarios del FIB 2008 para conocer quince propuestas integradas en las categorías de inexcusables o de joyas, obviando las sonrojantes. El orden, puramente cronológico, para evitar suspicacias clasificatorias.
Esta semana nos adentramos en el
viernes, 18 de julio de 2008.
GENTLE MUSIC MEN Pop clásico + folk vitalista + melancolía= Gentle Music Men, una banda con aureola de formación clásica y rodada por los polvorientos caminos de las largas autopistas norteamericanas, aunque se trate de una banda catalana, nacida en Vilanova i la Geltrú y que acaba de lanzar su debut homónimo. Con el ex-Flint Dani Poveda al frente (pura elegancia, sombrero incluido, en su puesta de largo fiber), nuestros gentiles particulares deambulan por el río que empezó a bajar Neil Young, aunque chapoteando también en los afluentes que abrieron Wilco o Rufus Wainwright.
La delicadeza de “Cry”; los juegos vocales de la mejor escuela hermanos Wilson de “Universe”; la crudeza casi desnuda de “Eve”; el punto naïf de “Peculiar story alt version”; el paseo por el lirismo de Belle and Sebastian de “Happy days”; o la arrambada pseudo-country de “Only love can break your heart” forman parte de su carta de presentación, aderezada por un directo compacto, con el justo toque sinfónico de un par de violines.
THE RUMBLE STRIPS Pura fiesta. Puro vitalismo. Su álbum de debut,
Girls and weather (Trangsressive Records, 2007) es un descenso por un tobogán de parque acuático a ritmo de The Dexy´s Midnight Runners (aunque ellos empiezan a estar hartos de la constante comparación) o hasta de los esenciales Madness, aunque el quinteto británico prefiere dejarse deslizar aún más para lanzarse a una piscina y zambullirse en el soul de los 50s.
Ska y pop conforman el resto de ingredientes de una coctelera que, en directo, traslada la fiesta hacia el Londres previo a la eclosión punk, al Londres que antes de caer en la rabia y la necesidad de dejar un cadáver antes de los 21, o de adentrarse en la new wave y el posterior (y no menos reivindicable) brit pop, apostaba por los vinilos plagados de secciones de viento. “Alarm clock” (con aire ya a himno añejo), “Clouds”, “Motorcycle” o la traca final de “Girls and boys in love”, algunas de sus mejores muestras, a pesar de tener que tocar antes de las siete de la tarde, una de esas horas traidoras en un festival, con demasiado sol aún labrando el terreno y con demasiada gente aún trazando su ruta musical a varias horas vista. Sea como sea, soul, mucho soul.
EL COLUMPIO ASESINO Lirismo, mensajes casi crípticos y melodías ásperas, ahora atmosféricas, ahora electrónicas, conforman la oferta de los navarros El Columpio Asesino, que con su tercer trabajo,
La gallina (Astro Discos) dan un salto adelante en su carrera iniciada hace ya casi una década. Los hermanos Arizaleta (artífices del álbum junto a Iñaki De Lucas) y compañía se nos clavan en el corazón con la oscuridad agridulce de “Cenizas” o el preciosismo de “Aleluya”, ideal para cerrar los ojos y dejarse llevar. En piezas como”Moscas” (la sociedad española resumida y destripada en 24 escuetas líneas) y “El destacamento”, Nick Cave y Fangoria parecen darse la mano, con paisajes densos y turbios en los que aparecen algunas rendijas angelicales.
La sombra de Trent Reznor planea en varios cortes, pero también la de Frank Black sin exceso de histrionismo (“México”) e incluso la de otro par de hermanos, los Reid de Jesus & Mary Chain, para redondear la oferta con alguna perla más cercana al pop (la dulce “Yo soy tu hombre”) y un cierto minimalismo que evoca texturas que se nos van escapando de los dedos como la arena en la playa (“No tienes que decirme nada”). Los pamplonicas, inclasificables, trabajan con esmero música y, lo que es de agradecer, letras, convirtiéndose en uno de los pocos oasis en nuestro deprimente desierto creativo. El directo de los chicos del columpio, afilado, directo, descarnado, rostros serios, el preludio perfecto a una noche con triplete de garantías (New York Dolls, My Bloody Valentine y Spiritualized)
NEW YORK DOLLS El claro ejemplo de la apuesta del FIB por un mayor, y perdón por la palabrota, eclecticismo. Una de las bandas clave del rock más garagero de los 70s (con el permiso de Ramones y los Stooges de Iggy Pop), y que supieron darle el toque glam y hasta proto-punk justo, resurgió hace cuatro años gracias a la insistencia del fundador de los Smiths, Morrissey. Las arrugas de David Johansen y la euforia de Sylvain Sylvain –los dos únicos supervivientes de la formación original, nacida en 1971– se pasearon por el escenario principal de Benicàssim con ganas de ofrecer una velada de rock añejo, clásico, vitamínico, bien engrasado.
Y lo consiguieron. Acompañados por los nuevos fichajes –entre ellos, el ex-Hanoi Rocks Sami Yaffa–, los neoyorquinos demostraron ser el cruce perfecto entre el rock urgente de los Ramones, el rythm&blues
stoniano y el glam rock que Marc Bolan y David Bowie encumbrarían. Su imagen sigue pareciendo la de un grupo de amigos que, antes de ir a una fiesta a tocar, saquean los armarios de otros con lo primero que encuentran. En Benicàssim recordaron pretéritas perlas de sus primeros álbumes (
New York Dolls y
Too much too soon), cuando en sus filas contaban con los malogrados Johhny Thunders, guitarrista, y Jerry Nolan, batería (de hecho, abandonaron la banda para formar sus Heartbreakers, y ambos murieron durante los años 90). En el 2004, Morrissey consiguió lo que parecía imposible, y juntó de nuevo a Johansen, Sylvain y el bajista original, Arthur Kane (mormón convencido), aunque Kane también moría a los pocos meses a causa de una leucemia. Sea como sea, está claro que sin los Dolls quizá no habría existido la corriente sleazy angelina de mediados de los 80, con bandas como Hanoi Rocks, Mötley Crue o los mismísimos Guns N´Roses. En Benicàssim, lo demostraron, con un repertorio avasallador, sin olvidarse de su habitual versión del recientemente desaparecido bluesman Bo Diddley, “Pills”.
MY BLOODY VALENTINE (MBV) La presencia de los Dolls en el FIB creó cierta expectación, aunque la gran tensión ambiental flotaba en forma de muro de sonido para descubrir la guinda del pastel del festival, con uno de los retornos del año, similar al de Dinosaur Jr. de hace tres ediciones.
Loveless, publicado en 1991, sigue siendo uno de esos discos frontera, una bisagra entre el descenso del rock a la posición casi de música alternativa, el primer grunge que despertaba desde la fría Seattle, el brit pop que buscaba relevos para una fórmula que parecía agotada y las corrientes más vanguardistas y experimentales. De acuerdo, Sonic Youth llevaban años y equipaje de ventaja a los irlandeses MBV, pero los de Kevin Shields llevaron a su terreno la etiqueta del
shoegazing, consiguiendo que ese
air guitar de raqueta de tenis ya no se hiciera ante un espejo, moviendo la cabeza de un lado al otro y agitando una supuesta melena, sino mirándose, literalmente, los pies. Melodías vocales tras una cortina sónica, una actitud muy estática (su música no concibe otra), estruendo, una apisonadora
noise.
En el FIB, la banda volvió a demostrar que la experiencia sensorial sonora en disco, difícilmente se consigue reproducir en vivo, por lo que optan por una visceralidad contundente, un filtro que
limpia a los pocos minutos las primeras filas. Hay quien asegura haber pasado cuatro días oyendo unos extraños grillos en su cabeza después de una experiencia MBV. En sus directos, el suelo reverbera más de lo habitual y hasta el corazón y la caja torácica ejercen la función de una rudimentaria caja de ritmos. Puede sonar extraño, pero hay experiencias basadas en sensaciones primarias que pueden llegar muy, pero que muy al fondo del alma.
Uno de estos domingos voleremos a pasearnos por el FIB de Benicàssim.
Texto y fotos: Jordi Torrents
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