¿No fuimos inmigrantes en otro tiempo? ¿Nuestros vínculos con otros países fueron siempre caprichos del azar? ¿Alemania o Francia fueron nuestra inclinación natural? ¿Acaso se puede olvidar tan pronto que fuimos un pueblo necesitado? ¿Tenemos derecho a cerrar los ojos ante el presente y el pasado históricos?
Hoy, a voz en cuello, nuestra sociedad exige un ápice de cordura entre tanta algarabía social en la que miles y variadas opiniones se suscitan en torno a la situación de los inmigrantes. Gran parte de éstas vienen teñidas de cierto matiz negativo y en ocasiones con tintes de
xenofobia, si hacemos una seria y profunda introspección.
Ahora que las cosas van mejor, sobran los inmigrantes.
Emigrar no es la panacea. Y esto cabe preguntárselo a cualquier emigrante. Si usted lo es o lo ha sido, sobran explicaciones. ¿Qué le ha pasado a este mundo?, ¿qué nos ha sucedido?, ¿dónde vamos a poner nuestra mirada cuando las necesidades de otros penetren nuestros ojos?, ¿cómo no ayudar al necesitado habiendo estado nosotros también necesitados?
Hay voces discrepantes esgrimiendo que aquí no cabemos todos. Ahora nos preocupa que aquí no quepamos todos, cuando muchos propietarios de esas gargantas que enarbolan el rechazo poseen dos viviendas -alguna, residencia de verano-, o dos coches o dos caras -¡para una misma garganta!-. Asimismo, muchas cuerdas vocales han sido adiestradas para gritar en contra a condición de preservar unos puestos de trabajo que están en entredicho y al vaivén de la incertidumbre.
La inmigración es un asunto de todos. Y como asunto de todos que es conviene esbozar un acercamiento mínimo que ubique el fenómeno en su contexto más adecuado.
Para situar al objeto de análisis, desde alguna óptica, se nos antoja asirlo a través de la perspectiva de la mediación. Mediar, del latín mediâre (´estar en medio´), denota ubicarse entre partes que contienden con la intención de una reconciliación o un acercamiento que evite el aumento del conflicto. Ahora bien, la mediación específicamente intercultural viene a ser un
modo de intervención directa en situaciones sociales de multiculturalidad, cuyo objeto principal se centra en el reconocimiento del otro, comunicación y comprensión mutuas, el aprendizaje y el desarrollo de la convivencia, la regulación de conflictos y la adecuación institucional, entre actores sociales o institucionales etnoculturalmente diferenciados(1).
Los juzgados necesitan mediadores, los centros de salud, los colegios, los medios de comunicación, los institutos, la universidad, la administración pública del Estado, las ONGs, los organismos públicos, las oficinas de empleo, las instituciones, la familia, las asociaciones de vecinos; la sociedad, en sí y
per se, reclama la presencia de mediadores interculturales en inmigración.
El mediador intercultural se constituye en una figura inserta en una categoría laboral aún no muy bien definida y, por ende, desfigurada. A pesar de no estar regladas ni delimitadas específicamente por los organismos competentes las funciones y atribuciones, mientras el debate se suscita y las facultades y departamentos compiten, la sociedad de acogida y los inmigrantes van cavando más hondo las trincheras de sus diferencias para posicionarse en alguno de los bandos a modo de enemigos. Mientras el verdadero contrincante se pasea esbozando crueles sonrisas suscitadas por la pasividad generada.
La figura de la mediación es y será un elemento indispensable para la dinamización social en un mundo, cultural e irremediablemente, interrelacionado. No podemos eludir esta realidad: en cualquier sociedad podemos atisbar un mapa multicolor -por multiétnico o multicultural- en todas las grandes ciudades. La vieja Europa es hoy una nueva Europa gracias a la indispensable aportación de unos seres humanos que nos legan riqueza cultural y renovadas visiones de la realidad, que nos devuelven el optimismo cuando lo observado no nos permite continuar acomodados en nuestros conformismos vitales.
La cultura, del latín cultûra (´cultivo´), viene a ser el “resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio de las facultades intelectuales del hombre”.
Sin embargo, la acepción que mejor la acerca a la cuestión que venimos desarrollando refleja que es el “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social”. Así que
lo cultural, desde el punto de vista etimológico, es aquello que se cultiva y viene a determinar la idiosincrasia de un grupo social concreto. Si a lo que cultivo le puedo añadir lo que se cultiva en otras partes del mundo, pues mejor: poseo más cultivo y, en consecuencia con la propia definición, más cultura. Y viceversa. Porque aquí no se trata tanto del enriquecimiento personal, sino del mutuo. La relación es bidireccional; dar y recibir:
crecer y
convivir juntos.
1) Definición tomada del Servicio de Mediación Social Intercultural de la Comunidad de Madrid, SEMSI.
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