Nacimos como un esfuerzo no lucrativo para formar escritores cristianos surgidos de nuestro propio suelo hispanoamericano. Escritores cuyas obras de ficción sean una voz más que se une a las que proclaman el amor de Dios y exaltan los valores cristianos en lengua castellana. Partiendo de esta premisa, tomamos como fuente de inspiración la Sagrada Escritura. Porque
es urgente que esta Palabra, siendo el libro más maravilloso que se ha escrito jamás, sea reivindicada en este tiempo en que los valores que se contraponen a sus postulados parecieran querer ahogarla y dejarla solo con la fama de ser el libro más leído en el mundo.
Así se dice y hay quienes lo afirman con cifras y datos estadísticos. Y no queremos contradecir tales postulados; sin embargo, tenemos que ser realistas. Y al serlo, corremos el riesgo de descubrir que constituyen una verdadera excepción quienes son capaces de «tutearse» con ella, hasta donde pueda llevarse este tuteo, por supuesto. Por lo menos por esta parte del mundo (no sé cómo andarán las cosas por allá) la lectura y estudio de la Biblia lejos de fortalecerse, tiende a debilitarse. Uno de estos días, un amigo y hermano muy querido me contaba que en su iglesia, donde dirigía un grupo de estudio bíblico de unas treinta personas, lo acaban de relevar de su puesto por no estar dispuesto a cambiar el escudriñar la Biblia por una simple mirada a vuelo de pájaro a ella.
Pues, inspirados por nuestra convicción que es la Palabra de Dios la que cambia la mente y los corazones de las gentes, establecimos el principio del que venimos hablando. Y así fue como empezaron a aparecer novelas como
Potifar (Luis Ruiz),
La llave (Febe Jordà),
Séfora (Olinda Osuna Luna),
Los hijos del cautiverio (Melsy Navarrete) relatos como
Desesperanza (Ana Rando), cuentos como
Una flor roja (Bertha Carpio), todos basados en personajes y hechos de las Escrituras. Y están en proceso de escribirse otras que deberán aparecer en el curso del año que viene. Esto sigue y no se detiene. Porque nuestra meta es que quienes lean las novelas, cuentos y relatos que estamos produciendo descubran que la Biblia es un libro fascinante. Y que nuestra literatura les guíe hasta ella donde podrá producirse el encuentro salvífico con Cristo.
En eso persistiremos porque creemos que estamos en una posición correcta.
Sin embargo, dos o tres hechos nos han estado hablando últimamente de algo que no puede sino hacernos pensar en la conveniencia de ampliar el ángulo de enfoque que hemos tenido hasta ahora. De lo que se trata es de dar cabida a una aproximación que puede ser igualmente válida para los propósitos de ALEC, propósitos que se mantienen inalterables.
Nos encontramos por estos días haciendo el trabajo de edición para una de nuestras editoriales cristianas de una novela escrita por una mexicana y ambientada en una región del país azteca. Pero no en una región en abstracto sino en una región con nombre y tradición. Y, además, contextualizada en una de las fiestas más emblemáticas de la nación entera. No siendo mexicanos de origen sino chilenos, estamos disfrutando la historia a través de ir recorriendo costumbres, tradiciones, lugares, culturas, expresiones idiomáticas de un pueblo riquísimo en estas y otras manifestaciones. Y mientras leemos, pensamos en Macondo. En el Macondo de Gabriel García Márquez. Y en el río Cesar, en la Ciénaga y en Valledupar de Carlos Vives. Y en
El llano en llamas y
Pedro Páramo de Juan Rulfo y en la
Luna tucumana y
Los ejes de mi carreta de Atahualpa Yupanqui. Y en el
Sapo cancionero de Los Chalchaleros y en el
Runrún se fue p´al norte de Violeta Parra. Y en las
Alturas de Machu Picchu de Pablo Neruda. Y nos preguntamos: «¿No será tan meritorio cantar a nuestra riqueza vernácula, entretejiéndola con la gracia y el amor de Dios manifestados de tantas y tantas maneras en el corazón de nuestros pueblos como lo hacemos con personajes e historias entresacadas de las páginas de la Biblia?»
El segundo toque de alerta que recibimos en estos días nos lo hizo nuestra escritora y profesora Febe Jordà, de Barcelona, España. Como nuestros lectores saben, Febe escribió una excelente novela,
La llave, en la que crea una historia tremendamente humana de Dalila. La Dalila de Sansón. La novela, publicada por ALEC dentro de la Colección Primicias en septiembre de 2006, llamó la atención de la editorial Thomas Nelson, la que adquirió los derechos y la publicó bajo su sello en noviembre de 2007.
Ahora, en el proceso de preparar la Colección Décimo Aniversario del año 2009, preguntamos a Febe si estaría dispuesta a ser parte de esta Colección con una nueva novela. Declinó la invitación, anunciándonos que planea empezar a escribir literatura cristiana en lengua catalana especialmente dirigida a su pueblo. Como un flash, relacionamos la experiencia de la novela mexicana con la intención de Febe. Y nos hemos puesto a pensar en que es necesario hacer esto sin dejar de hacer lo otro; es decir, nos debemos a nuestros pueblos. Somos mexicanos, somos colombianos, somos peruanos, dominicanos, venezolanos, ecuatorianos y chilenos. Somos caribeños y centroamericanos. Cada uno de nuestros países son ricos en tradiciones y costumbres que bien merecen considerarse como fuente de inspiración para futuras obras de ficción que surjan desde el corazón mismo de ALEC.
Hemos animado a Febe a que sin demora vaya trabajando en su plan. De igual manera,
animamos a los demás miembros de ALEC a que empecemos a pensar en que en nuestro propio suelo vernáculo hay riqueza más que suficiente para usarla como fuente de inspiración. Ya Victoria Román nos dio pautas certeras sobre esto con su novela
Tiempo de canela. Otro empuje en la misma dirección que estamos señalando en el presente artículo.
La Biblia seguirá siendo nuestra fuente de inspiración primaria. Pero en segundo plano estarán las tradiciones de nuestros pueblos. Y al diversificar las fuentes, creemos que todos saldremos ganando. Pero más que nada, la literatura cristiana de ficción surgida de nuestras raíces hispanoamericanas. Mientras nuestra fidelidad a Dios y a su Palabra se mantenga diáfana e irreductible podremos estar tranquilos, avanzando en procura de las metas que desde nuestros mismos inicios nos hemos impuesto.
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