Las manifestaciones y causas de la sequía espiritual, que ya vimos los dos pasados domingos, pueden ser de muy diferente índole. Para completar esta análisis finalizaremos esta semana viendo cómo podemos y debemos reaccionar cuando esta situación espiritual afecte nuestra vida.
Cuando sobreviene la sequía del alma la reacción puede ser muy negativa, pero también puede ser saludablemente positiva. En el primer caso se corre el peligro de abandonar la fe que se ha profesado antes, quizá durante años. Semejante decisión equivale a un suicidio espiritual.
En la reacción positiva el creyente decide perseverar en su vida cristiana a pesar de todo (dudas, problemas de fe, experiencias torturadoras, decepciones, etc.). Y hace bien. En cualquier momento, inesperadamente, la sequía puede cesar. Dios puede enviar en el momento oportuno una lluvia vivificadora mediante una lectura, un culto, una conversación, un acto de servicio cristiano, un pensamiento inspirado por el Espíritu Santo, una manifestación clara del cuidado amoroso de Dios o simplemente haciendo desaparecer las causas, espirituales, físicas o psíquicas, que habían originado el tiempo seco.
La reacción positiva tiene dos manifestaciones:
1. CONFIANZA EN DIOS
Pablo nos asegura que «el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (
Fil. 1:6). No menos inspiradoras son las palabras de Jeremías:
«Bendito el varón que confía en el Señor, porque será como el árbol plantado junto a las aguas... y no teme la venida del calor, sino que su follaje está frondoso, y en el año de sequía no se inquietará ni dejará de dar fruto» (
Jer. 17:7-8). ¡Promesa reconfortante! - Difícil de creer, quizá pensarán algunos. ¿Cómo es posible que se cumpla en plena aridez del espíritu?
Debemos discernir entre nuestra apreciación subjetiva de una situación (lo que yo pienso, lo que siento) y la realidad objetiva que sólo Dios conoce de modo perfecto. Nosotros a menudo vemos, como Don Quijote, gigantes donde sólo hay molinos de viento. Haríamos bien en recordar el principio señalado por el apóstol:
«Por fe andamos, no por vista» (
2 Co. 5:7). Ni por sentimientos. La fe se apoya no en sensaciones sino en la realidad de todo lo que Dios es y hace. Mi sequía no agota los depósitos de la gracia de Dios. Ni su amor. Ni su poder renovador.
«él transforma el desierto en estanques de aguas, y la tierra seca en manantiales» (
Sal. 107:35).
2. RESISTENCIA A TODA COSTA
«Resistid al diablo y de vosotros huirá» (
Stg. 4:7).
En la Torre de Constanza (Francia), donde creyentes hugonotes sufrieron y murieron por su fe, todavía hoy puede leerse una palabra impresionante grabada en una piedra: «Resistez» (resistid). Y aquellos héroes de la fe resistieron a pesar de sus sufrimientos. Deberíamos nosotros hoy ser imitadores de su entereza perseverante. La resistencia debemos mantenerla sin abandonar ninguna de nuestras defensas: lectura de la Biblia, oración, asistencia a los cultos, conducta cristiana, compromiso en una vida de servicio.
A la par que resistimos, haremos bien en unirnos al canto de aquel bello himno: «Tentado, no cedas; ceder es pecar. Te será más fácil luchando triunfar». Y esto sin hacer demasiado caso de los periodos de sequía. Si amamos al señor, PASARáN. Y volverán los días en que diremos con Isaías:
«He aquí Dios es mi salvación; confiaré no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es el Señor, quien ha venido a ser mi salvación» (
Is. 12:2). Si es así,
«con gozo sacaremos aguas de las fuentes de la salvación» (
Is. 12:3).
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