Así, con una sábana a modo de capa, y unas sandalias de 2 euros a juego, me asomo al balcón, en un edificio cualquiera del centro de Barcelona, en una calle de altos y fuertes árboles cuyas hojas se van dorando cada día, pues ese es su arte y destino, esa es su función. Es una tarde de verano, domingo, y apetece dar una vuelta errática por los alrededores, o tomar algo frío para apaciguar el humor áspero como piel de melocotón. Sin embargo, yo me limito a observar la vida desde aquí arriba, cómo los niños del piso de arriba dan vida a un balón, o cómo el vecino se ocupa con una paciencia y un amor infinitos por la higiene personal de su coche; o escucho las gaviotas perseguir una breve brisa marina con sus cantos; o voy repitiendo, sin darme cuenta, con un temblor de labios la letra de
Un año de amor, de Luz Casal, sonando a todo volumen desde algún apartamento. He seguido el consejo de Marilyn Monroe en
La tentación vive arriba, y me he puesto una camiseta que he dejado en el congelador durante unas horas. Es un buen truco casero para ahorrar electricidad. En el interior de mi casa, una voz femenina canta a un verano fatal.
Esto es lo primero que escribo en casi tres meses, salvo una corrección aquí, y una anotación allá. Decidí dar un respiro a mi mente, y reposo a mi espíritu, algo dolorido, pues encontraba demasiado ruido a mi alrededor, y eso me impedía seguir adelante con las ideas que iba sacando adelante. Durante este tiempo, devorando libros y películas, y redecorando mi casa unas cuantas veces, vuelven con toda su fuerza las palabras que me dijo hace unos meses Karen Kang, una amiga escultora: el artista encuentra curación para su fe cuando crea. Para muchos puede ser difícil entender esto (para mí lo ha sido hasta ahora), pero es algo verdaderamente importante para aquél que entiende que la fe es una cuestión de acción (sea artista de profesión, o no).
A partir de aquí, se me ocurren dos brevísimos cuentos, diferentes entre sí, que pueden encontrar su sitio en una reflexión veraniega.
a) Oyó un susurro. Eran las cortinas que filtraban un hilo de luz del sol. Era el momento de levantarse. Al hacerlo, sus articulaciones se quejaron sólo un poco. En la radio, los periodistas se quejaron bastante más. Pero no se rendiría. Hoy él no se rendiría. No sería un día más que continúa el día anterior.
El silbido de la tetera, el agua hirviendo o congelando, las tostadas siempre quemadas y frías. A su alrededor todos se quejaban. Atrás quedó ya el susurro de las cortinas contra la lámpara de papel. El ascensor estaba más ocupado que de costumbre. Fuera hacía frío y volaban mil páginas de periódicos.
Pero no importó, porque estaba en paz con Dios.
Ese día se acordó de dejarse la sonrisa puesta. Hoy el mundo debía estar en calma.
b) Mientras que sus otros compañeros de clase soñaban con ser astronautas, futbolistas, actores o maestros… mientras que los demás se divertían y se convertían progresivamente en masa, en aquellos días, él imaginó su profesión y su destino en el mundo: observar.
Se pararía a mirar las hojas crecer y descender; vería las macetas y la vida tras las macetas de la casa de enfrente; seguiría el vuelo de los pájaros y el trajinar de las amas de casa corriendo aceleradas para tener un buen cocido a tiempo; observaría la noche y las criaturas de la noche; su espina dorsal habría de ser la maraña de antenas de las azoteas; edificios se desprenderían ante sus ojos silenciosos, y puede que alguna obra maestra se ocultaría tras la chimenea de una fábrica, digamos de cerveza; se despediría de la mujer de su vida todas las mañanas, al ir a recoger a su hijo imaginario con todas sus ocurrencias; analizaría la caída de las motas de polvo al agitar sábanas y alfombras en barandas de hierro forjado; moderaría mil conversaciones lejanas, cientos de colores de pijamas, y decenas de fregonas marchitas; estaría en los nacimientos, y en las muertes…
Poco importaba lo que dirían los demás. Él haría lo que nunca hacemos: pararnos un momento y mirar más allá.
Por mi parte, en breve, abrazaré de nuevo
Tierras(1), y el resto de proyectos. Aún sigo en el camino del cómo y el cuándo. Me ha servido de gran ayuda todo el
capítulo 16 de Proverbios, pero me sorprende cada vez más el versículo 9:
“Al hombre le corresponde hacer planes y al Señor dirigirle los pasos”(2). Dios ha querido contar con nosotros, sin duda. Incluso en domingos como hoy.
1) Tierras, es el nombre de una serie de artículos de aventuras que llevo escribiendo en PD desde hace dos años.
2) Versión Reina – Valera (Revisión 2002 – “Dios Habla Hoy”). Sociedades Bíblicas Unidas y Sociedad Bíblica de España.
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