Muros inestables

Una brisa pasajera te despierta y cuando te pones en marcha vuelves a toparte con el aplomo, te envuelves enseguida en las sábanas formadas en el ambiente, que deforman los objetos que ves alrededor. Estoy listo para acercarme a las gigantescas olas.

A unos cuantos kilómetros de Puerto Príncipe, donde descansan portaaviones y barcos enormes de carga, dispuestas sobre la playa pardusca se erige una larga fila de ásperas tablas de surf a modo de tótems atávicos, los cuales sirven para que chavales se distraigan de los avatares cotidianos.

A pesar del sol abrasador, dejo a un lado el agua de coco y mis soledades reflexionadas una y mil veces, y salgo de la sombra para ver cómo muchachos y muchachas de no más de trece años esparcen el jabón de la isla sobre sus tablas hechas a mano con esmero, en un silencio a veces interrumpido por un comentario fugaz sobre la altura de las olas, con seriedad y rigor.

Fruncen las cejas hacia el océano gris, a modo de charla con un adulto sobre las cosas importantes, pues en ese momento son niños y adultos a la vez: tiemblan sus piernas de entusiasmo ante la gran tarde que espera, y su semblante permanece quieto, pues hay que respetar ese charco que chasquea su lengua gigante.

En un momento indeterminado, dejan de preparar las tablas, y se lanzan en tropel a las frías aguas.

Durante un par de horas, les veo adentrarse, hacia los muros inestables de agua, ponerse ágilmente en pie, y batallar contra un adversario que les supera.

Tengo la tendencia a ver metáforas en muchas de las cosas que veo, y no puedo evitar ir a la más evidente cuando veo que caen una y otra vez, y vuelven a meterse de lleno en la sal, y persiguen la ola perfecta, tratando de ocultarse debajo de las cortinas, para salir después con los puños en alto, ajenos al ruido monstruoso de la corriente, al aire que aplasta, a la pobreza del país.

Entonces veo que la única forma de salir victorioso, de hacer que la vida valga la pena, es tocar el muro, siempre inestable aunque no lo parezca, hundir los dedos en él, y caer hasta la extenuación, para ver que las pequeñas conquistas en un mar de dudas son las que nos construyen.