También en Estados Unidos se levantaron voces contra la teoría de la evolución, como la del naturalista de origen suizo, Louis Agassiz, que poseía una gran reputación como zoólogo y geólogo.
Sin embargo, de la misma manera hubo científicos y teólogos relevantes que asumieron el evolucionismo, contribuyendo a su difusión por medio de escritos o a través de sus clases en la universidad. Cabe mencionar aquí al zoólogo Thomas Huxley, al botánico Joseph Hooker y al geólogo Charles Lyell, todos ellos ingleses. Pero también a sociólogos como el ya mencionado Herbert Spencer o teólogos como Charles Kingsley que era novelista y clérigo de la Broad Church. En Alemania, el biólogo Ernst H. Haeckel, profesor de zoología en la Universidad de Jena, se puso también a favor de las ideas de Darwin.
Y así progresivamente la teoría de la selección natural se fue difundiendo en todos los países occidentales.
Karl Marx, vivía en Londres durante el momento de máxima efervescencia transformista, lo que ha llevado a especular mucho sobre la influencia de la teoría darwiniana de la evolución en su pensamiento. Al parecer Marx sintió siempre una gran admiración por Darwin, hasta el punto de querer dedicarle la traducción inglesa de su obra
El Capital. Parece que Darwin, sin embargo, se negó amablemente a tal distinción. Marx se refirió, en varias notas de dicho libro, a la opinión de Darwin acerca de ciertos órganos de animales y plantas capaces de poseer diferentes funciones, con el fin de ilustrar su idea de que el rendimiento del trabajo no sólo dependía de la habilidad del obrero, sino también de la perfección de las herramientas que éste utilizaba (Marx, 1999:1, 276, 303). El transformismo de Darwin estuvo siempre presente en la ideología marxista. También en Rusia el padre del evolucionismo fue considerado como un héroe nacional e incluso se construyó en Moscú el famoso Museo Darwin y, en 1959, se acuñó una medalla especial para conmemorar el centenario de la publicación de
El origen.
Es lógico que, en un país institucionalmente ateo, quien hiciera innecesaria con su obra la creencia en un Dios Creador fuera tratado como un superhombre. Ahora ya se disponía de un argumento “científico” que apoyaba la idea de que la materia eterna, por si sola, se había transformado dando lugar al universo, la tierra y todos los seres vivos, sin necesidad de apelar a ninguna causa sobrenatural.
Las teorías de Darwin tuvieron, en sus primeros momentos, más influencia en el terreno ideológico que en el puramente científico. Apareció así el llamado “darwinismo social”. El intento de aplicación de los aspectos más crueles de la teoría darwinista a la sociedad humana. Los conceptos de “lucha por la existencia” y de “supervivencia de los mejores” fueron empleados por Herbert Spencer en sus
First Principles (1862) para decir que el conflicto social y la guerra habían desempeñado un papel positivo en la evolución de las sociedades. El sufrimiento de los pueblos, la lucha armada y el derramamiento de sangre inocente habrían sido fundamentales para el establecimiento de los mayores y más complejos sistemas sociales, sobre todo en los primeros tiempos del desarrollo de la humanidad. Por tanto, según el darwinismo social, el éxito de las sociedades se debería a la supervivencia de los más fuertes. Y tal supervivencia estaría siempre moralmente justificada, independientemente de los medios que se usaran para lograrla.
No hace falta discurrir mucho para darse cuenta de que con este tipo de creencias era posible justificar el racismo ya que se establecían categorías entre los grupos humanos. Igualmente de estas ideas derivaron otras muchas que influyeron fomentando la guerra, la eugenesia y hasta la ideología nacionalsocialista de individuos como Hitler. La historia se ha encargado de demostrar, por medio de las atrocidades que se produjeron, lo equivocados que estaban quienes creyeron en el darwinismo social.
La concepción de las sociedades humanas adquirió una dimensión completamente diferente desde el momento en que las ciencias sociales asumieron el evolucionismo. Si el hombre descendía de los primates, ¿cómo había podido liberarse de la animalidad, socializarse y llegar a crear una verdadera cultura? Los modelos propuestos hasta el siglo XVIII se tornaron obsoletos y empezaron a buscarse otros nuevos. Los historiadores comenzaron a investigar cuál pudo ser la influencia del entorno sobre los hombres primitivos. Los estudiosos se volcaron en el conocimiento de las costumbres de los diferentes pueblos o grupos étnicos actuales, asumiendo que la etnología proporcionaría el banco de pruebas necesario para descubrir cómo se habría producido la hipotética transición del animal al ser humano. El estudio de la prehistoria comenzó a desarrollarse. Las excavaciones arqueológicas sólo aportaban pruebas de los utensilios y las técnicas empleadas por el hombre de la antigüedad. Se establecieron así, sin demasiadas discusiones, las diferencias entre el paleolítico, el neolítico y la edad de los metales.
Sin embargo, con las cuestiones etnológicas las cosas no resultaron tan sencillas. ¿Cómo se habían originado las primeras sociedades humanas? ¿Qué habría motivado la aparición de la cultura? ¿Cuándo surgió la solidaridad territorial? ¿Cuál fue el origen de la familia? ¿Se debería creer que al principio fue el patriarcado, el matriarcado o la promiscuidad sexual?
Todas estas cuestiones alimentaron la polémica entre antropólogos y sociólogos durante la mayor parte del XIX. Finalmente, se empezaron a matizar todas las interpretaciones y a reconocer la existencia de una gran variedad de culturas que eran originales y diferentes entre sí. Por tanto, no resultaba posible establecer unas leyes comunes o una única explicación que diera cuenta de todos los hechos.
Quienes realizaban trabajos de campo y estudiaban los documentos de primera mano, se dieron cuenta de que el evolucionismo no era capaz de interpretarlo todo.
| Artículos anteriores de esta serie: | |
| | | | |
| 1 | | La selección natural de Darwin | |
Si quieres comentar o