La muestra parte del principio básico de "ver es conocer", el de la curiosidad humana que, ya fueran griegos, romanos o egipcios, siempre ha buscado un entendimiento más científico de nuestro cuerpo. Así, al más puro estilo de las disecciones que conformaron muchos de los actuales conocimientos médicos,
Bodies utiliza cuerpos reales diseccionados para ofrecer un atlas visual de tanta belleza como espectacularidad. Apto incluso para aprehensivos; la prueba más evidente, un servidor, que ante la más inofensiva analítica de sangre, sufro aquel palidecer de piel y rostro de sufrimiento que tanto alerta al practicante de turno. En esos casos, suele aparecer el clásico: "Parece que te estás mareando un poquito". Pero en
Bodies, quizá por la sensación de estar ante algo tan vital, mi piel mantuvo la habitual pigmentación.
La curiosidad humana ha intentado expandir el conocimiento hasta los rincones más recónditos del universo, hasta la nebulosa, galaxia, agujero negro o cometa más remotos.
En Bodies, el viaje galáctico se invierte, hacia nuestro interior, y se parece más al que nos ofrecía la película
Un viaje alucinante, en la que dos científicos eran reducidos hasta un tamaño ínfimo para que pudieran navegar por todos los recovecos de un cuerpo humano. En
Bodies, los visitantes no entramos en ningún cuerpo, pero lo vemos como si estuviéramos en él; los cuerpos y órganos exhibidos fueron sometidos a un complejo proceso llamado de conservación polimérica, y que consiste en una eliminación inicial del agua de los tejidos, mediante una inmersión en acetona. Esa acetona se sustituye por un caucho silicónico líquido que, en una última fase, se endurece.
El resultado final, pues, es un espécimen sin riesgo de deterioro. En todos los casos, se trata de personas que murieron por causas naturales y, a pesar de algunas críticas, su objetivo es eminentemente educativo, tal como explica el asesor médico de la muestra, el doctor Roy Glover, que en declaraciones a un medio barcelonés comenta que "
Bodies no busca el morbo, y sí mostrar los hechos de la vida y la salud". El primer cara a cara del visitante es con un esqueleto que, más allá de nuestro imaginario colectivo que lo asocia a películas de piratas, a exploradores desaparecidos en el desierto o en el interior de una tumba azteca, nos descubre los secretos de la estructura interna que, de hecho, es la que soporta nuestro cuerpo.
Ahí,
encontramos la primera pregunta que casi todos fallaríamos en una partida de Trivial de sobremesa: ¿Cuántos huesos tiene un recién nacido y cuántos un adulto? Pues ni quesito acertado ni nada, ya que un bebé cuenta con 300, mientras al hacernos mayores, resulta que nos quedamos en 206 por un efecto de solidificación de algunos huesos, especialmente en las extremidades. En esta primera sección de
Bodies, la del sistema óseo, empieza a planear sobre el visitante la pregunta de quién puede haber diseñado algo así, pero la muestra apabulla hasta al más incrédulo, con golpes directos a la mandíbula en los ocho siguientes apartados de la exposición: sistema nervioso, respiratorio, circulatorio, digestivo, reproductor, urinario, integumentario (piel, cabello y uñas) y, quizá uno de los más esclarecedores, el dedicado al desarrollo de un ser humano antes de nacer.
Además, Bodies quiere mostrar los efectos de algunas enfermedades o afecciones, entre las que destacan los efectos que provocan el alcohol y el tabaco. Así, un hígado con cirrosis y, especialmente, unos pulmones ennegrecidos por el tabaco conforman uno de los puntos críticos de la exposición. En el caso de los pulmones, decidí hacer un ejercicio consistente en situarme un buen rato al lado de la vitrina –otra incluso invita a deshacerse del paquete de tabaco, y había un buen par de docenas dentro– para oír los comentarios y las reacciones; así, una idílica imagen de familia feliz se acerca desde el fondo de la sala, después de haber admirado la red de carreteras y bifurcaciones que conforman nuestro sistema circulatorio. El padre gesticula con avidez, no oigo todavía su discurso, y sonríe, pero a medida que se acercan a los pulmones, su rostro se va transformando con un gesto agrio, hasta el punto que cuando el niño osa preguntar algo sobre esos pulmones de aspecto resquebrajado, el padre opta por seguir su camino mientras la madre lanza un escueto: "¡Mejor que no nos paremos!". El ejercicio detectivesco continúa, y las reacciones extrañas también. De entrada, nadie parece dudar de la autenticidad de los más de 200 órganos y los 14 cuerpos expuestos en
Bodies, pero ante la negritud pulmonar, algunas frases cazadas al vuelo son: "Esto es mentira, para que nos asustemos", "Seguro que lo han pintado así" o "No puede ser que sean tan negros solo por fumar". ¿Alguien apostaría si se trata de comentarios de fumadores o de no fumadores?
El particular viaje por el atlas del cuerpo humano nos revela datos tan curiosos y significativos como que el sistema nervioso procesa todos nuestros pensamientos y emociones; que cada gota de sangre pasa por todo el cuerpo una vez por minuto; que un adulto cuenta con 161.000 quilómetros de vasos sanguíneos –equivalente, por ejemplo, ¡a ir y volver de Barcelona a La Coruña unas 40 veces!–; que un paquete de cigarrillos acorta la vida en más de media hora, y que el corazón en un feto empieza a latir ¡a las cinco semanas de gestación!.
Bodies, pues, nos muestra un libro abierto como nunca se ha visto, en el que podemos leer lo que el dramaturgo William Shakespeare dijo una vez: “¡Qué gran trabajo es el hombre! Una parte como un ángel, una parte como Dios. ¡La gran belleza del mundo!”.
El gran diseño inteligente que libros de autoayuda y grandes gurús ahora parecen empezar a descubrir tiene un evidente artista detrás: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27)
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