Por empatía se entiende la capacidad de comprender las emociones ajenas y hacerlas propias para comunicar mejor.
Empatía es solidarizarse con los sentimientos de los demás. Predicar con empatía es identificarse con la manera de pensar y de sentir de los oyentes, de tal forma, que el mensaje comunique mejor. Y esto tiene que ver con el lenguaje y las formas que se utilizan en la presentación del Evangelio. Si queremos llegar al hombre del siglo XXI, no podemos acercarnos a él con un lenguaje del siglo I, con un vocabulario que para nosotros es corriente y habitual, pero que el oyente no lo entiende.
En España hoy, prácticamente todas las escuelas públicas son laicas. La gran mayoría de los niños no saben nada de la Biblia, no saben quién es Jesús, y la palabra “pecado” no les dice nada. No podemos abordar en la calle a un estudiante o a un profesional y decirle a bocajarro: ¡Eres un pecador y tienes que arrepentirte! Porque no sabe lo que es el pecado ni tiene conciencia de culpabilidad. Lo más probable es que nos diga: ¡¿Yo un pecador? ¿Por qué? No hago ningún mal a nadie y pago mis impuestos. Pecador lo será usted, Ud. es un insolente, y el que tiene que arrepentirse y pedirme disculpas por haberme insultado es Ud!
Los judíos del siglo primero, que leían los evangelios o las cartas de Pablo, sabían muy bien lo que era el pecado y la expiación, pero los hombres y mujeres del siglo XXI, no lo saben. Por tanto, hemos de sentir como ellos sienten y hablarles en un lenguaje que puedan entender, que les llegue. El hombre actual tiene una preparación tecnológica elevada, pero es poco propenso a la reflexión filosófica y esto exige que nuestros mensajes, –tanto en lo que respecta a su contenido como a su presentación– tengan que ser mucho más comunicativos.
La predicación es un don del Espíritu Santo y se ejerce por impulso de su poder. Pero, como tantos otros dones, artes y oficios, para ejercitarlo con eficacia y soltura, es necesario estudiar sus técnicas y contar con las herramientas adecuadas, que nos faciliten trabajar el material. Al hombre de hoy no se le puede ir con un mensaje monolítico y absolutista. Hay que ayudarle a entender las verdades mediante anécdotas que las ilustren, frases célebres que las apoyen e incluso, fragmentos poéticos que las adornen.
Una ilustración de la vida real, adecuada al tema, contada con suficiente gracia y en el momento oportuno, no tan sólo puede hacer más comprensibles verdades espirituales difíciles de comunicar, sino que además sirve para mantener o recuperar la atención del auditorio. Y eso, Spurgeon no fue, ni mucho menos el primero en descubrirlo. Jesús, el Maestro de los maestros, el autor del Mensaje, nos dio el ejemplo de utilizar constantemente ilustraciones en forma de parábolas. Esto es lo que, entre otras cosas, me llevó a escribir el libro,
Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno. Obra en la que se ilustra cómo las 43 parábolas del Maestro constituyen ejemplos de lo que puede ser la predicación en el momento presente.
Otra forma de ilustrar los mensajes son las llamadas frases célebres o citas literarias. Sirven para apoyar y dar autoridad a las verdades de la Biblia mediante ideas que personajes famosos de la historia han dicho. Hemos de ser conscientes de que, para nosotros, la Biblia es palabra de Dios, pero para nuestros oyentes no. Quizás para ellos tiene más valor una frase de Voltaire, de Marx o de Nietzsche, que una cita de Isaías. Esto es algo que el apóstol Pablo sabía muy bien. Era un buen conocedor de frases célebres y las utilizaba con gran eficacia. También fue consciente de que a los filósofos del areópago de Atenas no les convencería citando a Moisés como argumento definitivo. ¿Y a que recurrió? A las frases célebres de sus propios filósofos griegos, ”como vuestros mismos poetas han dicho...” A veces, algunos predicadores objetan que la inclusión en un sermón de frases célebres, pronunciadas por hombres mortales, desvirtúa la fuerza de la Palabra inspirada. Pero esto es querer ser más ortodoxos que el propio Pablo, porque él no tuvo ningún reparo en utilizarlas en apoyo de su mensaje.
La técnica de subir al púlpito con las manos vacías, abrir la Biblia, leer un pasaje, y decir sobre él lo que nos venga a la mente, no sirve ya para comunicar al hombre de la postmodernidad. El predicador tiene que “cocinar” previamente su mensaje, trabajarlo en su despacho con ayuda de buenas obras de referencia y consulta, enciclopedias de anécdotas, de frases célebres, citas literarias, de poesía, que le ayuden a hacerlo más comunicativo; de la misma forma que el cocinero elabora sus manjares en el fogón antes de servirlos a la mesa para que resulten digeribles al estómago de los comensales.
Es posible que esto pueda sonar a herejía en los oídos de algunos defensores de la improvisación espiritual, amantes de subir al púlpito con las manos (y también la mente) vacías, confiados en que el Espíritu Santo les revelará, sobre la marcha, todo lo que tengan que decir. Y algunos, para defenderse, no dudan en esgrimir, –sacándolo de su contexto– el pasaje de
Mt. 10:19,20:
“no os preocupéis por cómo o de que hablaréis; porque os será dado en aquella hora lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que está en vosotros”.
Los que se escudan en este pasaje para subir al púlpito con las manos (y la mente) vacías, pasan por alto el contexto del pasaje. El Señor estaba hablando de las persecuciones, refiriéndose a los momentos, delicados y difíciles, cuando sus discípulos tendrían que comparecer ante gobernadores y reyes, ¡como acusados!, no como predicadores o maestros ante una congregación. Pretenden ignorar que el pasaje empieza diciendo: “cuando os entreguen”, no “cuando subáis a un púlpito a predicar”. El Señor está siempre a nuestro lado, dispuesto para asistirnos en los momentos de dificultad y angustia. Pero no participa, no aprueba, no tolera, ni premia en modo alguno la pereza, la desidia y la indolencia.
En los momentos cruciales, ante nuestros acusadores, cuando nos vemos en la encrucijada de afrontar la persecución, nos dice: “No te preocupes, yo te diré lo que habrás de decir...” Pero en el ministerio de la predicación, la exhortación y la enseñanza, delante de nuestros oyentes, antes de subir el púlpito, nos dice: “Tú eres quien debe trabajar, ...ocúpate en leer”. (
1 Ti. 4:13).
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