¡Cómo va a ser un modelo de economía sana, equitativa y ejemplo para ser imitado un país donde un jugador de básquetbol gana 1.8 millones de dólares al mes y que dice que gasta, en el mismo período, 875 mil dólares! Tomo los datos de una noticia publicada por «El Nuevo Herald» de Miami, en su edición del sábado 26 de enero recién pasado y hasta ahora no desmentida. Claro, hay que entender una cosa. Los gastos es posible que aparezcan «un poco» inflados y los ingresos «un poco» desinflados pues se trata de establecer la capacidad económica del jugador para que la Corte fije la cantidad que deberá asignársele a la esposa que ha dejado de serlo por el expediente del divorcio.
Con todo y eso, la verdad es que al leer la lista de gastos de este dichoso mortal(*) uno no sabe si echarse a llorar como un Magdaleno o soltar la carcajada como un Garrick. Si usted, amigo mío, no ha leído aun esta lista, muérase de la risa. En lavado de ropa en tintorería y lavandería, dice que gasta mensualmente 23.950 devaluados dólares, lo que equivale a 7.983 diarios. De ser así, ¿sabe usted a qué equivaldrían, grosso modo, esos 7.983 dólares? Más o menos a lo que gana en un año un obrero pobre diablo en cualquiera de nuestros países latinoamericanos y que jamás ha puesto los pies en una
drai clinin.
En vacaciones mensuales (sí, leyó bien, ¡vacaciones mensuales!) gasta US$110.505. ¿Quiere que se lo ponga en letras? ¡Ahí le va!: Ciento diez mil quinientos cinco dólares; es decir, tres mil seiscientos ochenta y tres dólares con cincuenta centavos
diarios por concepto de vacaciones. ¿A qué hora trabajará este señor si se lo pasa todos los días descansando? A menos que para él el trabajo sea algo tan agradable que le parezca unas vacaciones permanentes. El hombre gana, en el equipo que juega, por temporada, agárrese de la silla si está sentado, ¡por temporada! la insignificancia de 20 millones de dólares. En gasolina, para cuatro automóviles que tiene, gasta mensualmente 24.300 dólares; es decir, poco más de seis mil dólares semanales. ¡Y yo que casi me muero cuando gasto 80 dólares a la semana!
Bueno, pero no era de esto que quería hablar hoy. Sino de esto otro:
A partir del día 15 de enero de 2008, a las 14.08 horas exactamente, y coincidiendo con un artículo con foto en primera página de un precandidato «muy» cristiano a la Presidencia de los Estados Unidos, P+D hizo pública una encuesta en la que invita a responder la pregunta: ¿Debe influir la fe del candidato a Presidente de EEUU al votar? Desde ese día hasta hoy, lunes 28 de enero, han votado 160 personas (incluyéndome a mí que lo he hecho varias veces para constatar los cambios que podrían irse produciendo en los números). Ciento sesenta personas no es una cifra como para impresionar. Más bien, la impresión que queda es que el tema no le interesa a nadie. O a casi nadie.
Yo, viejo periodista que medio he aprendido a ver debajo del manjar blanco, encuentro un interesante parecido (uso la palabra interesante en lugar de sospechoso porque interesante suena más caballeroso) entre esa pregunta y aquellas entrevistas armadas ex profeso que se lucubran para que el entrevistado se luzca diciendo lo que le venga en ganas sin que nadie lo interrumpa. O para inducir el voto a favor de tal o cual candidato o tal o cual asunto. O para abrirle los micrófonos a uno y cerrárselos a otro. O... dicho popular costarricense: «Pelea entre tigre suelto y burro amarrado»(**).
Siguiendo con la encuestita de marras, surgen a lo menos dos preguntas. La primera: ¿Por qué Estados Unidos precisamente y no también España, la República Checa, Madagascar o las Islas Fiji? ¿la India, China, Pakistán? ¿O Irak y Afganistán que han estado tan de moda últimamente? ¿O Venezuela? ¿O es que solo en los Estados Unidos es importante la fe de los candidatos? La segunda: ¿De qué fe estamos hablando?
Vamos a suponer que la fe en la que estaba pensando quien tuvo la idea de hacer la encuesta es aquella fe una vez dada a los santos. Esa fe ingenua, sencilla, que pone Dios en el corazón del creyente y que se activa diariamente bajo el influjo del Espíritu Santo. Esa fe transparente, poderosa, sin la cual es
imposible agradar a Dios. Esa fe que descansa en la gracia del Señor y no en la astucia del político. Esa fe que mueve montañas y que te mantiene caminando sobre las ondas embravecidas que amenazan con tragarte. Esa fe que te permite vivir cada día dentro de los parámetros enunciados por Jesús en el Sermón de la Montaña. Esa fe que te impide mentir, abusar del poder y avasallar al más débil y que te capacita para ser humilde como un grano de mostaza (por su tamaño, es de esperar que el grano de mostaza también sea humilde). Esa fe que te lleva de victoria en victoria (o de derrota en derrota) sin que te deje pensar que en lo uno o en lo otro Dios ha estado ausente. Esta es la fe que deberíamos buscar entre los candidatos a la Presidencia de cualquier nación. Y si no la encontramos. Y lo más probable es que no la encontremos, que entendamos que siempre tendremos que emitir nuestro voto aunque ya no teniendo en cuenta esta virtud, sino otras de las que aparecen y que no aparecen en las alternativas que ofrece la encuesta.
En América Latina tenemos algunos ejemplos —no muchos, por dicha— de individuos que llegaron a la primera magistratura de sus países ostentando una fe que parecía genuina pero que a poco andar se fue revelando como lo que era: nada más que oropel; metal que resuena o címbalo que retiñe. Y los que la ostentaban,
«nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales sin fruto, dos veces muertos y desarraigados...» (
Judas 1:12).
En Guatemala hubo dos presidentes declaradamente cristianos y por quienes muchos creyentes votaron, en la esperanza de que la fe de ellos se manifestaría a través de un gobierno justo y respetuoso de los derechos humanos. Uno, el general Efraín Ríos Montt(***), llegó al poder a través de un golpe de estado y salió por la misma puerta por la que había entrado: otro golpe de estado. Con posterioridad, se le ha acusado de genocidio contra pueblos indígenas y de ser responsable de la ejecución/asesinato de cuatro sacerdotes y tres diplomáticos de nacionalidad española. En un momento quiso volver a la Presidencia pero esta vez por la vía del voto popular, pero las circunstancias se lo impidieron.
El otro fue un civil, Jorge Serrano Elías, también «cristiano a carta cabal», a quien se le obligó a renunciar y que terminó siendo un empresario multimillonario en Panamá, donde encontró asilo político y donde vive desde 1993. Buscando en Internet algo sobre este ex presidente, encuentro, entre muchos otros datos, lo siguiente: «La Procuraduría General [de la República] le acusó de corrupción masiva, supuesta violación a la Constitución, usurpación de funciones, abuso de autoridad, abandono del cargo, fraude, peculado, malversación de fondos reservados, apropiación y retención indebida de fondos públicos, usurpación de terrenos». ¡Casi nada para un hombre de fe!
En 1990, el hoy tristemente célebre Alberto Fujimori obtuvo un triunfo arrollador en las elecciones presidenciales del Perú. El apoyo que recibió del pueblo evangélico fue tal, que una veintena de líderes, entre ellos algunos pastores, llegaron al Parlamento arrastrados por la avalancha ganadora del «chino». Uno de sus vicepresidentes fue un ministro bautista. Cuando la enceguecedora luz fujimorista empezó a languidecer perdiendo rápidamente su brillo, desaparecieron los «políticos evangélicos», incluyendo al vicepresidente. Si bien Fujimori nunca se declaró hombre de la fe cristiana, muchos vieron en él lo que jamás fue: un político buena gente dispuesto a ajustar su quehacer como mandatario a los preceptos bíblico-cristianos. Y, como dice la encuesta de P+D, los evangélicos votaron por él seguramente porque creyeron que «la fe influye bastante junto a sus ideas políticas».
Por último, hace solo unos días, «El Nuevo Herald» publicó una noticia con el siguiente título: «Bush y sus allegados mintieron 935 veces sobre armas de Irak». Corresponde a un estudio realizado por el Centro de Integridad Pública que trabajó en la investigación conjuntamente con el Fondo por la Independencia en el Periodismo.
Con todo el respeto que me merece el señor Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, recordemos que es de todo el mundo sabido que la reelección que ganó en 2004 con una abrumadora mayoría se debió en gran parte al voto casi unánime del pueblo cristiano. La gente votó por la fe del candidato. Y porque cree que «esa fe influye bastante junto a sus ideas políticas». El Presidente, de nuevo en la Casa Blanca y, como la primera vez, formó un gobierno de declarada tendencia cristiana. La nota periodística a que hacemos referencia dice, textualmente: «Entre los funcionarios que habrían brindado declaraciones falsas, además de Bush, y que fueron mencionados en el estudio, figuran el vicepresidente Dick Cheney; la entonces asesora de seguridad nacional Condoleezza Rice, actualmente secretaria de Estado; el ex secretario de Defensa Donald H. Rumsfeld; el entonces secretario de Estado Colin Powell; el subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz y los ex secretarios de prensa de la Casa Blanca, Ari Fleischer y Scott McClellan. Bush encabezó la lista con 259 declaraciones falsas, determinó el estudio. En segundo lugar figuró Powell, con 244 declaraciones falsas».
Entiendo que no es fácil saber con anticipación cómo va a comportarse un político una vez en posesión del cargo. Sin embargo, la Biblia ofrece pautas que permiten saber con algún grado de certeza quien ostenta una fe genuina y quien no. Y si los indicios nos indican que ninguno de los candidatos posee la fe de Cristo, esa fe que hemos descrito más arriba en este artículo, deberíamos dejar de buscar en ellos lo que no tienen. Y pensar en términos de madurez cívica más que en términos de la fe ideológica que sustentamos; en términos de qué es mejor para el país y no en términos de qué es mejor para mi partido.
El liderazgo político requiere de líderes íntegros; probadamente integros. El liderazgo cristiano requiere de líderes integros; probadamente íntegros. Que tracen bien la palabra de verdad. Y que sean tan honestos en la fe que sustentan que sean capaces de resistir la tentación de guiar a la feligresía, ingenua y crédula, por caminos espurios. Porque al hacerlo, no se consigue otra cosa que transformar a la iglesia y a nuestra fe en una fuerza sin fuerza, en una sal sin sal, en una luz sin luz. Que es, precisamente, lo que está ocurriendo con la iglesia en muchos lugares y países, algunos de reconocida tradición cristiana.
«Pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada [pisoteada] por los hombres» (
Mateo 5:13).
¿De qué fe, entonces, estamos hablando?
(*)Alfonso Lockward, dominicano que ya está con el Señor, contaba que su padre en cierta ocasión le dijo: «Hijo, debo hacerte una advertencia y una confesión. ¿La advertencia? El capitalismo adolece de muchos males. ¿La confesión? A mí me gustaría morirme de uno de esos males».
(**) Cuando en abril de 1970 visitó Temuco en su condición de candidato a la Presidencia de Chile de la coalición Unidad Popular el Dr. Salvador Allende Gössen, el periódico donde yo trabajaba me encomendó a mí la misión de entrevistarlo. La noche previa preparé las preguntas que me parecían pertinentes al momento que vivía mi país. Pero a la mañana siguiente temprano, al llegar a mi escritorio, encontré un sobrecito muy mono con mi nombre y adentro las preguntas que tenía que hacerle. Se las hice, no sin antes explicarle que esas preguntas no representaban, necesariamente, el punto de vista del periodista que se las formulaba. Entendió e igual las contestó. Entrevistas ex profeso, algo muy corriente en nuestros medios de prensa.¿Y encuestitas?
(***) También hubo para él entre el liderazgo cristiano de los Estados Unidos un apoyo entusiasta hasta el punto de publicarse un libro en el que se exaltaba la buena voluntad de Dios al llevar a la Presidencia del país centroamericano a cristiano tan fiel, ¿Que alcanzó el poder por la fuerza de las armas? ¡A eso en ocasiones hay que pasarle por encima!
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