Y sobre éstos, nada nuevo bajo el Sol, pues como botón de muestra ya en el siglo VI nos encontramos al religioso egipcio Cosmas, quien escribiría un libro con pretensiones científicas titulado “
Topografía Cristiana”. Sí, como si hubiese una topografía animista, otra islámicas, otra de los Hare Krishna y así hasta llegar a la topografía al chilindrón. Pero como era de esperar, el Universo-Caja de las interpretaciones bíblicas de Cosmas poco tenía que ver con la realidad.
Desde entonces y hasta ahora
no han faltado voces influyentes que desde los altavoces parroquiales nos han descrito infinidad de teorías seudocientíficas, las cuales, dicen, están en la Biblia. Son las mismas voces que condenan sin reparos cualquier descubrimiento o tesis que no encaje con sus particularísimas interpretaciones científicas (sic) de la Palabra de Dios. Estos/nosotros, son/somos los que han/hemos, creado un infructuoso enfrentamiento alimentado a base de premisas de pies de barro (o de sopa primigenia que dirían otros). Es un error que ciega muchos ojos, pero nos lo hemos buscado y ahora hay que arreglarlo si de verdad nos importa que los prejuicios de los seducidos rompan en un lloro de desencanto.
Como nos han contado algunos científicos como Pablo de Felipe,
el libro del Génesis (carta fundamental en esta partida) no es un catálogo de eras geológicas ni de taxonomía. Todo eso es un problema moderno que importaba
un carajo a las asediadas tribus hebreas de la época. Un pequeño grupo humano que vivía rodeado de superpotencias como Egipto o Babilonia y que irremisiblemente necesitaban una respuesta ante las inquietantes cosmogonías de sus inmutables vecinos.
La Biblia recoge cómo los Babilonios leían en la fiesta de año nuevo un relato sobre como la lucha entre Tiamat y Marduk terminaba en despojos que formaban el Universo conocido y donde los elementos armadores del paisaje eran dioses a los que los paganos adoraban... ¿Y qué tenía que decir Yavé al respecto?
En medio de este desconcierto existencial surge la respuesta del Dios hebreo. El libro del Génesis ha llegado, y sus primeros capítulos ofrecen claves para un problema cuya magnitud se escapa a nuestra percepción moderna. Un mensaje único, provocador,... pero sobre todo liberador.
Un sólo ejemplo:
“Y creó Dios la lámpara del día el Sol, y la lámpara de la noche la Luna”. Hoy lo leemos como una frase propia de niños de Escuela Dominical que han de recortar los sonrientes y coloreados astros de estilo
Mortadelo para luego pegarlos en la pizarra. Pero en los tiempos de todo el Antiguo Testamento este versículo suponía un escándalo a todas luces. Los imponentes dioses lunares babilonios, como Sin, quedaban reducidos a la categoría taxonómica de
cosas. La Luna no era el Gran Sin sino una lámpara creada por Yavé. Ahí es nada. ¿Y Egipto? El gran Ra, el Faraón Hijo del Gran Dios Sol... ¿hijo de quién?, o mejor dicho... ¿de qué? Y es que tampoco es ninguna coincidencia que las clásicas divinidades paganas (los grandes mamíferos, aves, monstruos marinos...) constituyan los elementos básicos de los seis días de la creación bíblica.
¿Días literales? Aunque huele a que no, tampoco es ese el debate. Quizás jamás se sepa a ciencia cierta –nunca mejor dicho- cuanto duró el proceso de creación cósmica.
El Génesis cuenta un relato del que ya no percibimos su trascendencia, pues gracias a él se descubriría que ya no había que someterse a la esclavitud por miedo a la ira de los dioses de la naturaleza. No existen. Se les acabó el chollo a los sacerdotes explotadores. Los hijos de Yavé sabían ahora que las cosas eran cosas... y punto.
Grandiosa respuesta a problemas ajenos a los debates acerca del Arqueopterix y de la radiación de fondo como apoyo a la teoría del Big Bang.
Y es que el acercamiento a Las Escrituras no impide el coherente devenir de la ciencia, sino más bien contribuye a una actitud escrutadora en pro del avance científico dentro de una ética sublime.
Y si no, basta mencionar a Kepler, Boyle, Faraday, Maxwell, Newton, Leibnitz... creyentes que aplicaron el mandato divino de: “Conocer y sojuzgar la Tierra” e hicieron ciencia como Dios manda. Sí... a pesar de las muchas y extrañas tesis que corren entre nosotros, la inspiración divina del Génesis no deja de abrumarnos. Y eso que es sólo El Principio.
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