Era tan rico, se dice, que se habría visto en la necesidad de buscar un administrador para que le llevara las cuentas. No obstante, a pesar de su buena posición social fue llevado a la cruz por Satanás y allí se transformó en un demonio y fue torturado hasta la muerte. Pero en las mismas entrañas del infierno, Jesús le arrebató las llaves a Satán y salió victorioso.
Fue recreado desde un ser satánico a una encarnación de Dios y, por tanto, según sintetiza Hank Hanegraaff a partir de discursos de ciertos paladines de esta peculiar teología de la prosperidad, la lección que debe sacar todo el mundo es que “como una encarnación de Dios, tú puedes poseer ilimitada riqueza y perfecta salud -un palacio como el Taj Mahal con un Rolls Royce a la puerta-. ¡Tú eres ahora como un pequeño Mesías recorriendo la tierra! Todo lo que hace falta es que reconozcas tu propia divinidad. Tú también puedes controlar la fuerza de la fe. Nunca más tendrás que orar, “Sea hecha tu voluntad”. Más bien, tu Palabra es una orden para Dios.” (HANEGRAAFF, H. 1993,
Cristianismo en crisis, Unilit, Miami. p. 26).
Semejante sarta de herejías encadenadas conduce inevitablemente a la conclusión de que la pobreza es un pecado, puesto que sería consecuencia del fracaso espiritual, mientras que la riqueza material habría que entenderla siempre como el reflejo de una vida espiritualmente abundante.
De la misma manera se interpreta la enfermedad y la salud. Por medio de la atribución de significados esotéricos a determinados textos de la Biblia intentan hacer creer a la gente que si sus cuerpos pertenecen a Dios no es posible que pertenezcan también a la enfermedad. Por tanto, si poseen dolencias físicas es por su falta de fe. Y se llega así a situaciones absurdas y dramáticas como, por ejemplo, la de unos padres que retiran la administración de insulina a su hijo diabético o la de creer que los síntomas dolorosos de una enfermedad sólo son trucos de Satanás para convencernos de nuestra debilidad física.
El escaso conocimiento bíblico de ciertas personas que escuchan tales sermones de prosperidad, permite que estos maestros de la mentira del llamado “movimiento de la fe” levanten sus enormes imperios en base a las ofrendas o donativos que les envía la gente crédula y de buena fe. Pero esto no es lo peor. Lo que más daño hace al Evangelio, y al mundo protestante a escala mundial, es el tremendo descrédito que provocan tales predicadores con su herética y nefasta teología.
Al extraer los versículos bíblicos de su contexto literario y de su marco histórico, llegan a conclusiones perversas y erróneas, completamente ajenas a la intención inspirada del autor. La gente corre tras la milagrería y cuando descubre que no se cura o que no prospera su cuenta corriente, sino que más bien ocurre todo lo contrario, entonces sobreviene la desorientación espiritual y el sentimiento de que han sido engañados.
Muchos terminan en la increencia y en la generalización fácil, afirmando que: ¡todo es mentira! o que ¡todos son iguales! Esto perjudica profundamente la extensión del reino de Dios en la tierra.
Al decir que los humanos fueron creados como duplicados exactos de Dios, incluso en forma y tamaño, se nos está divinizando mientras que el Creador resulta empequeñecido. El poder que se le roba a ese Dios subordinado y sirviente de la creación, ya que siempre está a las ordenes del hombre, se le otorga a Satanás que pasa a ser el dios todopoderoso de este mundo. De manera que el cosmos torna así a contemplar la existencia de dos fuerzas equipotentes, Dios y Lucifer. El dualismo del primitivo gnosticismo vuelve a estar de actualidad y la guerra espiritual entre titanes del universo se pone otra vez de moda. El temor humano refuerza el poder de Satán, de la misma manera que la fe activa a Dios. Mientras tanto, Jesucristo es silenciado y enterrado profundamente en el infierno con lo cual se desvirtúa el auténtico mensaje bíblico. Si el hombre se engrandece, con su fe ocurre lo mismo y, por tanto, se enseña que hay que tener “fe en la fe”, en lugar de tener fe en Dios.
A pesar de los múltiples errores doctrinales y perversiones religiosas que sustentan tales especulaciones de la teología de la prosperidad, hay además un criterio fundamental para dilucidar si se trata de una manifestación auténtica de lo que afirma la Escritura o, por el contrario, es una interpretación claramente perniciosa e idolátrica: ¿contribuye al bien del hombre o lo esclaviza todavía más?
Este es el criterio definitivo para evaluar toda religión. Y ante semejante pregunta la teología de la prosperidad se nos revela como una idolatría religiosa que rebaja a Dios y a Jesucristo para ensalzar al hombre y lo diabólico.
Sin embargo, a pesar de la aparente revalorización del estatus humano resulta que, en realidad, lo que se consigue es más esclavitud. En vez del auténtico culto a Dios a través del amor al prójimo, se fomenta el anhelo egoísta de tener más y estar siempre sano.
El afán por acumular riqueza se antepone a la solidaridad con los hermanos más necesitados o incluso se utiliza a éstos como instrumentos a nuestro servicio.
Tal actitud olvida que el cristianismo en la práctica es fundamentalmente un movimiento de amor y solidaridad en favor de lo sagrado que es el ser humano, la humanidad hecha a imagen de Dios.
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