La escuela de secundaria

Los padres de Juan vieron el impedimento de que no disponían de los ingresos suficientes para afrontar el pago de los estudios en esa escuela. Por lo que tuvieron que consolarse por otra menos costosa.

Juan, como buen hijo, no dijo nada a sus padres, aunque receló de su nuevo destino al leer en la fachada de la escuela “DIOS ES LEY”.

Desde el primer día de clase los maestros, secretario y director se mostraron inflexibles y exigentes con los alumnos dando honor al rótulo de la entrada. Por el contrario, Pedro se mostraba feliz con el trato cariñoso que recibía de sus educadores que tenían como lema el Amor.

Pero los meses fueron pasando.

Como a todos sucede en edades tempranas, Juan se vio envuelto en una pelea violenta con otro muchacho de la escuela. Paralelamente, Pedro tuvo la tentación de robar un objeto del laboratorio de la escuela de mucho valor. Fue sorprendido y llevado ante el director.
—¿De ese modo abusas de la confianza que la escuela ha depositado en ti desde el primer día? —dijo inflexible el director—. Como castigo por tu fechoría tendrás que lavar los aseos de la escuela durante el resto del curso.

Los padres alarmados por tan desproporcionada penalización pidieron cita con el director.
—No esperábamos que esta escuela, que tiene como lema el amor de Dios, se mostrase tan severa en un asunto que merece otro tratamiento —protestó el padre—. Quizá un castigo más suave…
—Tiene razón en que la falta en si no es del todo grave, pero Pedro debe aprender desde el principio que si viola la confianza y el amor con que se le ha tratado, más allá encontrará una ley más severa. La misión de los educadores no solo es la de ser propagadores sino también guardianes del amor. Lo promovemos pero no lo malvendemos —concluyó el director—.

Salieron decepcionados con la intención de no volver más. Traspasando el umbral de la puerta levantaron la vista, no dando crédito todavía a lo que acababan de escuchar. Debajo de las grandes letras que decían “Dios es amor” descubrieron otras no tan grandes que anunciaban “al servicio de la Ley”. Eso lo explicaba todo.

Si eso sucedió en la escuela de Pedro, ¿qué podía esperar Juan cuando fue llevado ante el director de la escuela en que “Dios es Ley”? También encontró a su director desconocido.
—No está nada bien vuestro comportamiento —dijo el director—. Merecéis un severo castigo, ya conocíais las normas de la escuela. No obstante os daré una oportunidad. No habrá castigo si tú y tu compañero hacéis las paces ante mí.

Juan salió del despacho del director casi flotando.

Con un gesto retador volvió a mirar el severo rótulo de “Dios es Ley” sobre la puerta, pero esta vez descubriendo otro texto que en letra pequeña decía “al servicio del amor”.