Me había acercado a presenciar una de las efigies de Hunab Kú, el creador del mundo según los aztecas, y una pequeña pregunta sobre la forma de realizar las tallas junto con mi acento británico, que se ha ido acentuando a medida que voy alejándome del norte, ha dado paso a una conversación sobre la religión del país, que a su vez le ha llevado a confesar que residió durante bastante tiempo en Newport, mi ciudad de nacimiento.
Lo que más me ha animado a comer con él en la plaza del Zócalo, lugar construido en recuerdo a las cosas hechas a medias, ha sido la posibilidad de obtener consejos útiles para seguir moviéndome por el resto del laberinto de Distrito Federal.
- Lo primero que sientes al llegar aquí, sobre todo si vienes en avión, es desconcierto, incertidumbre – empieza Carlos, antes Charles, el guía norteamericano del museo, hablando desde sus gafas oscuras, comiendo con lentitud un plato de mondongo a la andaluza, o panza de res con garbanzos –... atraviesas un manto de zopilotes grises...
- ¿Zopilotes?
- Nubes... ¿sigues mirando la carta?
- No entiendo mucho lo que dice... ¿qué tal esto... tuna?
- Mejor será que lo pruebes por ti mismo... no te preocupes, invito yo... ¿por dónde iba?... ah, sí... lo primero que sientes en el avión es que te resulta increíble admitir que, después del desierto, las cumbres grandes y la vegetación densa, puedas ver una ciudad tan grande – habla de un modo completamente contrario a su forma de comer, se mueve en su silla de mimbre como en una mecedora, y no deja de balancear su cabeza del reloj a su plato, de su plato a la plaza, de la plaza hacia mí. Aunque sigo sus movimientos, no estoy del todo seguro de hacia dónde se dirigen sus ojos velados.
- ¿Se tarda mucho en conocer?
- Mucho tiempo. Lleva de tres a cinco días recorrerla de un modo muy superficial. Son más de mil edificios de interés, y unos trescientos barrios. Además el distrito federal está en constante cambio. El tiempo pasa deprisa...
- He escuchado que es una ciudad pobre.
- Bueno... – hace una pausa, y puedo ver sus manos sobre la mesa descansando y tomando un respiro – si sólo miras los grandes titulares de los periódicos la impresión que te llevas de aquí es de un caos imposible de controlar, que todo está sumido en la pobreza y que los niños vagan descalzos por la calle viendo a quién robar... claro que hay cosas así, pero no es el único lugar del mundo... como ya he dicho, estamos en un sitio enorme, se tarda una hora en recorrerla de punta a punta a buen ritmo... y siempre hay atascos, hay contaminación... estamos como en el estómago de un monstruo que no para de crecer, a pesar de estar entre dos volcanes... siempre hay vida.
- A pesar de todo...
- Pesa, obviamente es escandaloso que haya delincuencia y barrios conflictivos... a mucha gente le incomoda que hable de un modo tan ligero del asunto, pero trato de vivir tranquilo y de evitar las zonas peligrosas, ya sabes a qué me refiero... – tiene razón, me incomoda que actúe como si no pasara nada. A veces vivir cerca de lo que está mal, y tener la convicción de que no puedes hacer nada para cambiar tu alrededor, te puede volver insensible. La tristeza y el pesar te obligan a aprender. La sensación abrumadora de hallarte en una ciudad inmensa y desconocida no debe bloquear el impulso de ir más allá, de conocer un poco más este mundo.
- Quiero ver aquello más de cerca – digo, señalando un edificio oficial que hay al otro extremo de la plaza repleta de turistas, mariachis y terrazas; pero no señalo al edificio en sí mismo, sino aquello que cubre... la visión del Popocatépetl, uno de los dos grandes volcanes vecinos, con su cúspide blanca y tremenda.
- El Popo... la montaña que fuma... es peligroso y duro pasar junto a él... te voy a poner en contacto con alguien interesante – me tiende una tarjeta mientras con la mano libre avisa al camarero, que ya trae mi plato – es todo un personaje, te llevará a dar una vuelta por allí... yo he de volver al museo.
- Gracias por todo.
- Disfruta de D.F.... hay mucho que ver por aquí antes de los volcanes. Estás en un lugar vivo y lleno de contrastes, monumentos, murales, parques.... en los alrededores todavía puedes ver gente que habla náhuatl Aunque nadie lo dice, los mexicanos están muy interesados en la historia y en la cultura, hay mucha gente que sabe de cine y de literatura... siempre verás museos.
- Museos – el camarero deja en la mesa mi plato de tuna. Pensé que era algo con atún(1), y sin embargo, es como una fruta, como algo parecido a un chumbo. Carlos se ríe en voz alta al ver mi cara de sorpresa.
- Lo siento... me pasó lo mismo al principio.
Deja algo de dinero en la mesa y se aleja riéndose. Le observo cruzar la plaza, ahuyentando palomas. Con el dedo, le indico al camarero que voy a tomar una enchilada acompañada con maíz, la única comida mexicana que ya había probado fuera de México. Mientras, pienso en los volcanes, me veo subiendo húmedas montañas, pasando entre cafetales y troncos divididos bajo un cielo techado de gris ceniza.
El mundo vive ajeno, aquí en el hormiguero. La gente entra y sale de tiendas y bares, de cabinas desvencijadas, de basílicas antiguas, de calles que ya nada recuerdan a las crónicas de indias, de toldos rosas y anaranjados. Los ricos andan perdidos en su sueño, los pobres se acercan a los biombos de madera trenzada de las panaderías, y sueñan como los ricos, aunque sea con otras cosas. Respiran igual, bajo el mismo cielo, que oscurece cada día más tarde. Pero no puedo dejar de abstraerme, de pensar en el fuego azteca del volcán, en esa violencia que la tierra se traga cada día, probablemente por las cosas que a veces ocurren en su piel.
Tiene razón Carlos, a pesar de lo que se pueda leer en los periódicos, estoy en uno de los lugares más vivos que existen.
Esta es la vida que hierve sobre la meseta de Anáhuac. Y todos estamos, irremediablemente, en el mismo torbellino.
1) ´Tuna´ en inglés significa atún (Nota del Tr.)
Si quieres comentar o