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Feminismo y crisis del patriarcado

La revolución de Eva (II)

Desde el año 1848, en que se iniciaron las primeras reivindicaciones estadounidenses por la defensa del derecho de la mujer a la educación, el trabajo y el voto, el movimiento feminista no había conseguido movilizar a las masas, como lo hizo durante la década de los sesenta del pasado siglo XX. A partir de ese momento las luchas de las mujeres se intensificaron exigiendo que se las considerara igual que a los hombres.
CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz Suárez 20 DE OCTUBRE DE 2007 22:00 h

Ese fue el principio del ataque del feminismo a la sociedad patriarcal y la primera causa en la crisis de la familia tradicional.

En relación con el sufragismo, es decir, con el movimiento que pedía el derecho al voto de la mujer, el escritor británico, Gilbert Keith Chesterton, escribió en 1910: “Si son sus músculos lo que permite al hombre votar, entonces su caballo debería tener dos votos, y su elefante cinco votos” (Chesterton, 1967, Lo que está mal en el mundo, p. 756).

Actualmente en los países industrializados las mujeres no sólo pueden votar sino que siguen luchando por la plena igualdad de derechos y deberes, así como por disponer libremente de su cuerpo y su vida, sin depender para ello del varón. Esta actitud va creciendo, sobre todo en Occidente, y se muestra como algo verdaderamente imparable. De ahí que el aumento de la violencia y los malos tratos a las mujeres, en el seno de los hogares, sea visto como resultado de la negativa de algunos maridos a perder su antiguo poder y privilegios.

Pero, aunque todavía continúa habiendo discriminación y maltrato a la mujer en la aldea global, lo cierto es que su liberación avanza de forma progresiva y ha calado en la conciencia de todas las naciones, provocando un claro retroceso del antiguo sistema patriarcal que sólo parecía beneficiar al hombre.

La segunda razón de la crisis del patriarcado proviene del acceso de la mujer a la educación en igualdad de condiciones con el varón, así como al trabajo remunerado y, por tanto, a la independencia económica.

“El trabajo femenino ya no se contempla como un mal menor, sino como una exigencia individual e identitaria, una condición para realizarse en la existencia, un medio de autoafirmación. En 1990 ocho de cada diez francesas consideraban que una mujer no puede sentirse realizada sin tener una profesión. En nuestra sociedad, el trabajo profesional de las mujeres se ha autonomizado ampliamente con respecto a la vida familiar, se ha convertido en un valor, un instrumento de logro personal, una actividad reivindicada y ya no meramente sufrida” (Lipovetsky, 2000, La tercera mujer, p. 204). Esto ha contribuido a que las relaciones entre los géneros se tengan que volver a definir.

Si la mujer trabaja dentro y fuera del hogar, ¿por qué no habría de hacerlo también el varón, compartiendo entre ambos las tareas domésticas así como la formación o el cuidado de los hijos? La contribución financiera aportada por la mujer, que en algunos casos es igual o superior a la del hombre, ha hecho que muchas cuestiones familiares deban discutirse en un plano de igualdad y que el antiguo argumento del cabeza de familia, en el sentido de que él era el único que ganaba dinero, los mantenía a todos y decidía por ellos, tenga que ser abandonado. Actualmente millones de hombres por todo el mundo parecen estar dispuestos a renunciar a sus viejos privilegios de género y a buscar nuevas formas de compartir la vida y las responsabilidades familiares con sus esposas. Esto hace que la idea de familia empiece a entenderse cada vez más desde bases igualitarias y no desde la imposición, más o menos arbitraria, de un jefe masculino.

En tercer lugar, es necesario referirse a un factor que ha influido también en la revolución femenina y en el retroceso del patriarcado, se trata del control sobre la reproducción y la sexualidad que ha sido posible gracias a las nuevas tecnologías biomédicas y farmacológicas.

Si antiguamente la mujer debía procrear cuando todavía era joven, casi a partir de la adolescencia ya que se envejecía muy de prisa, hoy, en el mundo desarrollado, la medicina permite regular los nacimientos y controlar así la reproducción humana. La edad de la mujer se ha disociado de su período de maternidad ya que la ciencia colabora para que algunas lleguen a ser madres en el momento que más les interesa. De la contracepción se ha pasado a la fecundación in vitro y de ésta a la posible manipulación genética que se prevee para un futuro cercado. Esto ha hecho factible que la mujer planifique el número de hijos que desea tener así como la frecuencia de sus embarazos, pero también ha alterado la estructura demográfica de la sociedad en tan sólo veinte años. En la mayoría de los países industrializados, como se ha indicado, la tasa de nacimientos ha bajado de forma notable ya que la reproducción se intenta combinar con el trabajo, la educación y otros muchos intereses personales.

Además existen numerosas excepciones a la regla normal de tener hijos. Hoy es posible distinguir entre el padre o la madre legal y los biológicos. Tanto los espermatozoides como los óvulos pueden ser de donantes anónimos. No es imprescindible que los gametos masculinos que originan al hijo sean de su padre legal sino que son posibles muchas combinaciones en este sentido y casi todas están permitidas por la sociedad. Vivimos en un tiempo en el que la ciencia hace posible la disociación entre heterosexualidad, patriarcado y reproducción del ser humano.

El feminismo se ha encargado también de criticar que la sexualidad entre hombre y mujer sea considerada siempre como lo normal y, en cambio, se vea con malos ojos a las personas que practican la homosexualidad o desean constituir hogares formados por individuos del mismo sexo. Las feministas lesbianas señalaron a los hombres como los culpables de la opresión femenina y de la mayoría de los problemas de la mujer. Los hombres gays salieron a la calle para exigir la completa liberación sexual sin ningún tipo de impedimento legal, así como la posibilidad de casarse y adoptar bebés. No cabe duda de que todo esto ha afectado de forma negativa al concepto tradicional de familia patriarcal así como a la sexualidad normal entre varón y hembra, ya que el patriarcado requiere una heterosexualidad obligatoria.

La cuarta causa que contribuye a favorecer este ataque contemporáneo al patriarcado es la rápida difusión de que gozan las ideas feministas en la aldea global, tan ampliamente interrelacionada.

Los medios de comunicación han permitido que la voz de las mujeres que reivindican sus derechos y la de los grupos homosexuales viaje rápidamente a través del planeta, sea amplificada en exceso y se mezcle con las ideas propias de cada cultura para generar poco a poco un ambiente de aceptación.

A la vez, esto ha socavado la opinión social acerca de la idea de familia y del padre como cabeza de la misma. Frente a tales desafíos contemporáneos, resulta legítimo preguntarse, ¿cuál va a ser el futuro de la familia patriarcal? ¿estamos realmente ante el fin del papel de padre? ¿va a desaparecer la institución familiar tradicional tal como se la conoce hoy? Intentaremos dar respuesta a estos interrogantes en próximos dominicales.


Artículos anteriores de esta serie:
1La revolución de Eva
 

 


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