Ese mar te hablará sobre las imprudencias del ser humano, del sonido de la eternidad, del color del frío y de las esperanzas tragadas por las olas. De las corrientes del verano; de la fácil ruptura de ese débil velo que son las pasiones; de los reflejos del sol calentando las aguas quietas, y las incansables gaviotas; del susurro al romper con suavidad en la orilla, sobre los granos de arena pisados un millón de veces... y de la fuerza de la espuma al moldear las rocas en invierno, bajo un falso sol solitario, una luz diminuta de la que sin embargo dependen tantas personas, tantas cáscaras de nuez a la deriva.
Se supone que debes sentirte el individuo más feliz del mundo porque conoces, sólo con una concha en el oído, el misterio de la vida, de tu vida.
No oigo nada de esto cuando acerco la concha que llevo en la mochila a mi oído. Hemos estado hablando un rato, mientras descansábamos en el punto más alto de nuestro duro camino y degustábamos unas tortas de jamón caseras, sobre la música de la naturaleza, de los sonidos del viento y de la lluvia, y hasta esa música que producen nuestras pisadas sobre el suelo mojado. Hemos hablado, tratando quizá así de alejar el momento que nos espera al descender la sierra, con nuestra llegada a
La Ventana: la separación de nuestros caminos. La lluvia arremete con fuerza contra estas dos siluetas endebles que somos Manuel y servidor. Pesamos cada vez más, a medida que nos vamos empapando, anochece, y las señales que apuntan la dirección del camino se van borrando, así que decidimos ir a un refugio cercano.
El refugio está cerrado, pero Manuel tiene recursos. Saca un hacha de no sé dónde y la emplea con dureza con las tablas que impiden la entrada. La última de las tablas salta y me impacta en el pómulo izquierdo. Digo que no me duele, pero no es cierto; mañana tendré un moratón. El refugio se cerró hace poco, así que no está mal del todo. Todavía hay agua y se puede hacer un fuego dentro. En el crepitar de las llamas vacilantes, vuelvo a acercar la caracola a mi oreja. Escucho el trotar de unos caballos, el fragor de una batalla, y otras historias, pero que nunca me alejan lo suficiente para decir eso que quiero escuchar: que todo va perfectamente, que no estamos perdidos y desorientados en una cabaña incierta, a la deriva.
Junto a los restos del pan de los caminantes, vemos los contornos que quedan de los pocos muebles del interior del refugio. En esa tranquilidad,
Manuel canta. Vuelve a sorprenderme. Sobre todo porque no lo hace en español. Es la canción más melancólica que he escuchado en mucho tiempo, que junto a la atenuación de la caracola, crea un momento único. Copio la letra aquí:
Xepe canoj quih iti hayom (Estoy en el mar bramante)
Iti hayom (Estoy en él)
Xepe canoj quih iti hayom (Estoy en el mar bramante)
Yeemij (Pasa despacio)
Ipajö iyat hai cöiyacái iinoj (El viento brama en su cola)
Isoj imac hai iyóijam (El viento envuelve su ser)
Xepe canoj quih imac cotom (Está en medio del mar bramante)
- La canción de la ballena – dice Manuel –. Es una antigua canción seri. Es una lengua que sólo hablan unas seiscientas personas en la zona del desierto de Sonora, en
Punta Chueca, en
El Desemboque, y en
Isla Tiburón... Sólo conozco esta canción y unas cuantas palabras y frases hechas...
- ¿Por ejemplo?
- Zep.
- ¿Qué significa?
- Águila.
- Otra.
- Icáaspoj – señala mi diario.
- ¿Diario?
- No. Lápiz – sonríe –. Síimet.
- Es...
- Pan.
- Es muy sonoro.
- Y muy poético: hiisax hant yaait... significa “estoy feliz”, pero su traducción literal sería “mi espíritu bajó a la tierra”.
- Mi espíritu bajó a la tierra... ¿cómo se dice gracias?
- ¡Yooz ma samsisíin xo! Que es lo mismo que decir “Que Dios te muestre compasión”... y una que te sienta bien: anxo toohit xox mitéöjic.
- ¿Que soy muy torpe? – nos reímos.
- No. “Aunque come mucho, es muy delgado” – nuestras risas estridentes suenan incluso fuera de la cabaña apagada por la lluvia.
Pasamos un rato en silencio y pronto caemos en un sueño profundo. Pero antes de cerrar los ojos del todo, y de perder la capacidad de distinguir las cosas que nos rodean, y el sentido del tiempo... antes de entrar en los territorios temblorosos del sueño, Manuel dice:
-Hiisax yaapl... “Mi espíritu está frío” – y un bostezo.
Buenas noches.
9 de febrero
Nos asomamos para descubrir que la lluvia ha dejado paso a una delicada capa de nieve.
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