Recuerdo que al principio de entrar en la empresa, muchos de mis compañeros hicieron broma y se rieron al ver cuáles eran algunas de mis ideas acerca de algunos temas, como el de la relación de pareja y el matrimonio, aun así, vieron que tampoco tuve problema alguno en no reírles muchas de las gracias que se hacían entre ellos. En esos momentos me sentí solo y acorralado, pero algo sucedió en los días postreros. Empecé a tener relación con muchos de ellos de forma individual y ellos comenzaron a brindarme sinceridad y a mostrarme que detrás de sus risas superficiales se escondían corazones atrapados en multitud de deseos y sentimientos que les esclavizaban.
“Es hora de abrir frentes” –pensé, y oré.
Conscientemente quise hacer una renuncia a uno de los aparatos legítimos que me permitía pasar una tarde más relajada, mi mp3. Ese mismo día, sabiendo el Señor que ésta pequeña renuncia era por una gran causa, me concedió valentía para explicar mi experiencia personal a uno de mis compañeros. Su respuesta me ilusionó y me sorprendió:
“pues mira, voy a comenzar a leer la Biblia porque ahora mismo creo que necesito un cambio en mi vida (…) haber si esto me ilumina el camino”. Sobretodo me ilusionó porque éste joven era uno de los que me exhortaba días atrás diciéndome que no me casara arguyendo razones que no voy a escribir aquí J.
Dos días después le regalé una Biblia. No fue nada fácil porque tuve que buscar el momento adecuado y a mí me temblaban las piernas, pero –pensé- si uno quiere aventura tendrá que arriesgarse ¿no? Así que, después de la jornada, le dije: “ven un momento al coche que te he traído algo”, su respuesta fue:
“¿Qué es? ¿La portada de ‘El Jueves’?”. “No, exactamente” –contesté yo, mordiéndome el labio. Pero Dios me volvió a sorprender en el momento que le di la Biblia. La cara de mi compañero se puso seria y mostró una expresión de mucho agradecimiento al cogerla, me dijo:
“muchas gracias tío”, y me dio la mano (y eso que aún no le había dicho que estaba dedicada ;-).
Lo que yo no sabía era que –siguiendo con la lucha-, al día siguiente acabaría compartiendo la libertad de Cristo a otro de mis compañeros. Le expliqué que fue Jesús quien me sacó del pozo de la desesperación y también que Él mismo vino para traer libertad a los cautivos y no a agregarle cargas difíciles de soportar como hacen hasta ahora las religiones. Estuvimos hablando mucho. En su caso la respuesta fue diferente pero muy interesante. Se abrió y me confesó que se sentía enganchado a los porros, llevaba desde el instituto (ahora tiene 37 años) y cada día tenía que esconderse de sus dos hijos para que no le vieran, quería dejarlo pero podía salir de ahí porque su deseo era mayor que su voluntad. Yo le dije:
“oraré por ti para que recibas fuerzas”. Y él, con una sonrisa me asintió la propuesta.
A final de semana me dijo extrañado y sorprendido: “oye… ¿oraste por mí ese día? Es que no sé por qué será, pero desde que me dijiste que oraste por mi llevo tres días por la mañana sin fumarme un solo porro, ¿sabes cuánto tiempo que hacía que no me sucedía algo así?”.
Lo cierto es que Señor dio un vuelco a mi incredulidad, pues también en estas cosas puede intervenir, siempre y cuando la libertad sea más atractiva que la esclavitud. Pero también hay que tener en cuenta una cosa, aunque dejemos de hacer obras que nos perjudiquen, no dejaremos de ser esclavos de ellas hasta que nuestro corazón se arrepienta. Porque la esclavitud no proviene de nuestras obras sino de nuestros deseos, es decir, del corazón.
Para terminar quiero contaros mi última experiencia de hace unos días, fue un tanto agridulce. La tertulia que había ese miércoles en el trabajo tenía que ver con el cambio climático como advenimiento al fin del mundo y especulaciones sobre lo que probablemente iba a suceder en las próximas décadas. Se me ocurrió decirle a uno de ellos que lo que iba de suceder ya estaba escrito. Así que el me llevó al taller de mantenimiento y me empezó a hacer preguntas. Finalmente el Señor me concedió hablarle del evangelio durante más de 45 minutos. Probablemente de las tres personas a las que hablé, ésta fue la que más claramente escuchó el mensaje de salvación a pleno detalle y suma atención. Pero también fui sorprendido y me asombré mucho cuando terminé de hablarle con tanta franqueza, pues me dio la sensación que después de tanto compartir no había entendido ¡absolutamente nada! ¡Y parecía que atendía a todo lo que le explicaba! Luego me dijo con una palmadita en la espalda:
“tío, estoy muy orgulloso de ti”. Ciertamente y por desgracia, en muchos sigue cumpliéndose:
“de oídos oiréis y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis”.
Con lo que os he contado hasta ahora parece que esté imparable ¿verdad? Pues no. Ya he dicho que estamos en guerra y en toda guerra se reciben contraataques. Una enorme apatía y desánimo ha venido sobre mí estos últimos días, y
casi sin darme cuenta he vuelto a retomar mi reproductor mp3, con música cristiana y mensajes eso sí, pero olvidando que mi lugar está en el frente. Si tu adversario puede neutralizarte con cosas legítimas ¿para qué lo va a hacer con las ilegítimas? Además, él sabe muy bien que si en lugar del mp3 estuviera hablando de fumarme un porro, me contestaríais esta carta diciéndome ¡tienes que dejarlo! en cambio, si os digo que es un mp3, me diréis:
“tío, tampoco te obsesiones con eso”.
Sabemos que nuestro problema no está en usar un reproductor de música, o ver televisión, o ir al cine, o refundirnos en el ocio (bueno... ese último sí es uno de ellos). Nuestro problema sigue estando en el
“niéguese a sí mismo”, condición indispensable para todo seguidor de Jesús. Pero
¿queréis saber algo? sólo el que se niega a sí mismo y toma su cruz permanece en el frente. ¿Vamos?
“Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12: 2).
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