La famosa saga de paleontólogos Leakey sigue encontrando fósiles polémicos, ya que si estas dos especies fueron contemporáneas, ello implica que
Homo erectus no pudo haber surgido a partir de
Homo habilis, como durante tantos años ha venido aceptando el estamento evolucionista, y otro mítico árbol de la evolución humana se viene abajo.
A pesar de todo, a los estudiantes se les sigue enseñando hoy en casi todas las aulas del mundo la idea "científica" consistente en creer que primero fueron los australopitecos, después H. habilis, luego H. erectus y finalmente nosotros, el prolífico H. sapiens. Pues bien, los especialistas en fósiles humanos (paleoantropólogos) ya sabían que esto no era así. El reciente descubrimiento se venía intuyendo en el seno de la comunidad científica desde hace años (ver mi libro
El Dios Creador, Vida, 2005: 159-161).
EL HOMO HABILIS
La denominación de la especie
Homo habilis fue propuesta en la década de los sesenta por la familia Leakey, con la intención de agrupar una serie de cráneos y restos óseos enigmáticos o difíciles de clasificar. Desde el principio este
taxón, o grupo sistemático de clasificación, ha sido muy problemático y todavía hoy continúa generando divergencias profundas en el seno de la paleontología evolucionista.
En 1964, Louis Leakey, Phillip Tobias y John Napier, anunciaron en la revista
Nature el descubrimiento del nuevo “ancestro humano”, al que llamaron precisamente,
Homo habilis, por creer que era capaz de fabricar herramientas. Los primeros fósiles encontrados en Olduvai (Tanzania), que se denominaron: OH 13, OH 16 y OH 17, eran restos craneales muy incompletos asociados a mandíbulas y maxilares. Después se les añadió OH 8, formado por falanges, un fragmento molar y restos de un pie; OH 6, que incluía un parietal y algunos dientes; y OH 4, que era un trozo de mandíbula con un molar y un premolar. Más tarde se encontraron trozos de otro cráneo al que se llamó OH 24, que seguía siendo bastante fragmentario. A pesar de haber sido incluidos en el género
Homo, por creer que dichos seres fabricaron los primeros instrumentos humanos vinculados con la industria de Olduvai, en realidad, todos estos fósiles recordaban mejor el aspecto simiesco de los australopitecos que el humano, tal como se manifestó ya desde un primer momento.
Los principales rasgos morfológicos de
Homo habilis fueron criticados con severidad por algunos de los más ilustres paleontólogos de la época, como Le Gros Clark, Howell, Campbell, Pilbeam, Simons y Robinson, entre otros. El primero de esta lista envió una carta al editor de la revista científica
Discovery, en la que decía lo siguiente: “Las similitudes de los fósiles de Leakey (se refiere a
Homo habilis) con los ejemplares conocidos como
Australopithecus son tan remarcables, y las diferencias respecto a los restos fósiles conocidos como
Homo (se refiere a
Homo erectus) tan grandes, que difícilmente puede discutirse su relegación al género anterior” (es decir a los australopitecos). Por su parte, C. Loring Brace, de la Universidad de Michigan, afirmó también: “Ya que el taxón
Homo habilis carece de especimen tipo, de paratipos utilizables o de cualquier otro material inequívocamente referido, constituye un taxón vacío, inadecuadamente propuesto, y debería ser formalmente suprimido.” (J. Gibert, 2004,
El hombre de Orce, Almuzara). Tales fueron las primeras reacciones de buena parte del estamento científico del momento.
CEREMONIA DE LA CONFUSIÓN
No obstante, a pesar de la oposición procedente de las propias filas evolucionistas, el deseo de llenar el vacío existente entre los australopitecos y los verdaderos seres humanos pudo más que las evidencias científicas y
Homo habilis se mantuvo sobre su endeble y confuso pedestal. La historia se complicó todavía más con el descubrimiento de otros cráneos de diversos tamaños, el KNMER- 1470, el KNMER- 1813 y el OH 62. Los dos primeros hallados por el equipo de Richard Leakey y el tercero debido a los trabajos de Donald C. Johanson. Estos fósiles fueron también clasificados como pertenecientes a
Homo habilis, lo que contribuyó a crear un gran cajón de sastre sumamente heterogéneo y confuso, donde se incluían restos que no encajaban en ningún otro lugar. Los ilustradores imaginaron cómo debía ser su aspecto externo y así se la representa hoy en los medios de divulgación. Sin embargo, algunos paleontólogos creen que se trata de una especie ilegítima que debería eliminarse de la filogenia humana, ya que está constituida por dos tipos de fósiles diferentes: unos claramente humanos, como el de este 1470, y otros pertenecientes al género
Australopithecus.
Otros autores, como L. P. Groves (
A theory of human and primate evolution, Oxford University Press, 1989), intentaron ordenar dicho cajón de sastre y les salieron por lo menos dos especies distintas,
Homo habilis y
H. rudolfensis. La primera para incluir a los fósiles similares a los australopitecos y la segunda para los de aspecto humano. Algunos paleontólogos prefirieron creer en la uniformidad del taxón y continúan considerando que
Homo habilis es una única especie intermedia entre
Australopithecus africanus y Homo erectus.
En medio de toda esta polémica no conviene perder de vista que, en paleontología, muchas conclusiones que se muestran como científicas son, en realidad, bastante subjetivas y reflejan cuestiones ideológicas, estratégicas o simplemente de promoción personal, más que cualquier otra cosa. Además, en esta disciplina, los criterios para definir nuevas especies no suelen estar bien establecidos, por lo que resulta relativamente fácil crear nuevos taxones que vienen a complicar todavía más las cosas. Afortunadamente, las discusiones posteriores de los especialistas a nivel mundial hacen que las aguas vuelvan a su cauce natural y muchos nombres científicos que fueron puestos alegremente se eliminan o son cambiados en función de los nuevos descubrimientos.
Uno de los principales problemas para el evolucionismo, en relación al
Homo habilis, era el que planteaba precisamente este cráneo KNMER- 1470, ya que poseía un relativo aspecto de hombre moderno pero había sido encontrado en un estrato demasiado profundo como para pertenecer a un ser humano. Al principio fue datado en 2.9 millones de años de antigüedad, según la cronología evolucionista. Sin embargo, si se aceptaba tal edad, había que suponer que
H. habilis eran tan antiguo como los australopitecos y, por tanto, no podía haber surgido de ellos como se pretendía. Diez años duró la controversia acerca de la antigüedad real de este cráneo, hasta que en 1981 se rebajó, ni más ni menos que un millón de años y se asumió que sólo tenía 1.9 millones. No cabe duda de que semejante rebaja pone en entredicho los métodos empleados por el evolucionismo para datar fósiles. Aunque no se aportaron razones convincentes de por qué el KNMER – 1470 no se atribuyó a alguna forma de
Homo sapiens, ya que esto era lo que indicaba su aspecto, en vez de ello se prefirió agruparlo con los fragmentos de la especie
H. habilis. Y más tarde, este cráneo contribuyó precisamente a darle estatus y aceptación definitiva a la creación de dicha especie.
Algunos autores creen que
Homo habilis no es un taxón legítimo ya que está formado por fósiles susceptibles de agruparse en dos categoría distintas: unos de mayor tamaño que pueden clasificarse como fósiles humanos y otros notablemente menores que son similares a los australopitecos. Por tanto,
H. habilis no constituiría ninguna forma intermedia entre los géneros
Australopithecus y
Homo, como el evolucionismo pretende, sino una mezcla de individuos que pertenecieron a estos dos últimos géneros. Tal conclusión viene respaldada por investigaciones anatómicas de los endocráneos atribuidos a
H. habilis (D. Falk, 1983, Cerebral Cortices of East African Early Hominids,
Science, 221, p.1073). De cualquier forma, la hipótesis de que Homo erectus surgió de
H. habilis ya no puede sostenerse, pues las últimas dataciones evolucionistas afirman que fueron simultáneos en el tiempo.
EN RESUMEN
En resumen, aunque Homo habilis continúe figurando en los libros de texto y en las publicaciones de divulgación, lo cierto es que podría muy bien tratarse de una especie imaginaria que nunca existió. Algunos evolucionistas ya se han atrevido a reconocerlo pero será el tiempo quien se encargue de eliminarlo por completo. ¿Haría esto que el pretendido árbol de la evolución del ser humano se convirtiera, en realidad, en dos arbustos diferentes sin conexión entre sí: el de los australopitecinos (con simios comparables a los actuales gorilas, chimpancés y orangutanes) y el de los verdaderos seres humanos (con numerosas razas fósiles)? Acerca de tal posibilidad trataremos en próximos artículos.
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