Hace unos treinta años, viviendo nosotros en Costa Rica, escuché a una chiquita de unos siete años decirle a su hermanito de unos nueve y de nombre Juan Carlos: «Idiay, Juanca, ¿te vai a comer todo el melón?» Esa chiquita, ya seguramente convertida en madre y, quién sabe, hasta en abuela, nunca se imaginará que recordamos su frase y la repetimos con cierta frecuencia cuando comemos melón en casa.
Cuando en la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos estábamos
en el proceso de preparar algunos de nuestros manuscritos para que se convirtieran en libros, un estimado colega, al leer uno de ellos, me comentó: «Esta novela la veo flojita» . Esta frase también ha quedado grabada en mi mente y en los archivos de ALEC aunque por razones un tanto distintas. A esta novela y a esta frase dedicaremos el artículo de hoy.
La novela se trata de «Séfora», de la mexicoestadounidense Olinda Osuna Luna. Si bien podría tener «el defecto» (que no lo tiene, ya sabrán mis lectores por qué) de ser «flojita» se ha constituido en una pieza literaria inspiradora para mucha gente que no solo la ha adquirido sino que la ha leído, la ha disfrutado y la ha recomendado.
«Séfora» relata la historia de la que llegó a ser la mujer de Moisés. La Biblia no dice mucho de ella. Generalmente su nombre lo vinculamos con el de su padre, el sacerdote madianita Jetro. Y, por supuesto, con su marido. Lo que hace la señora Osuna Luna es «armar», por así decirlo, a una persona de carne y hueso, como nosotros. Y la toma desde que era una niña de cortos años, la va llevando de la mano por caminos a veces intrincados y dolorosos y a veces apacibles y venturosos, hasta entregársela a Moisés, aquel joven formal y serio que un día se aparece por Madián, la conoce, se enamora de ella, transformándose por este factor sentimental en una especie de Jacob, ya que trabaja al servicio de Jetro no para recibir a la muchacha como una forma de pago por sus servicios sino porque su suegro necesitaba de un brazo varonil para muchas de las tareas que demandaba su hacienda.
Y claro, la fuerza inspiradora era la atracción que sobre él ejercía la joven.
«Sefora», como la mayoría de las obras que escriben nuestros alumnos, está dirigida a un público específico y bien definido: primero, a quienes no tienen necesariamente el hábito de la lectura; segundo, a quienes, por la razón dicha, no leen «cosas pesadas», y tercero, porque lo que se quiere con ellas es entretener, educar y comunicar, en forma indirecta pero inequívoca, el amor de Dios.
Guillermo Luna, el esposo de la autora de “Séfora” definió muy bien la clase de literatura que nosotros estamos propuestos a producir. Es literatura pre-evangelística. No pretendemos que nadie se convierta con su lectura. Si alguien se siente alcanzado por el brazo largo y amoroso de Dios, santo y bueno. Pero lo que buscamos en ALEC es ir cambiando la mentalidad de las personas que lean nuestras obras respecto de Dios, de las cosas del espíritu, de Jesús, de la Biblia y de la religión, o la iglesia.
La mayor parte de las personas que están en la mira de ALEC son gente joven que se ha transformado en el blanco de los medios depredadores que hoy por hoy campean a sus anchas por los territorios culturales y de entretenimiento de nuestros pueblos; esos medios, que lamentablemente son la gran mayoría en nuestro mundo hispano, que explotan los antivalores mostrando como bueno lo que está lejos de serlo.
Hay un anuncio de gran tamaño aquí en el centro de Lima (escribo este artículo desde la capital del Perú) que dice nada más que esto: «Las drogas se te presentan como un amigo». Las telenovelas, los shows semi pornográficos, las películas que exaltan la violencia en sus más diversas formas se presentan también como un amigo en circunstancias que están lejos de serlo.
Conversaba esta mañana con mi amigo el Escribidor a quien me encontré por casualidad en las afueras del Salón Cultural «Brisas del Titicaca» y cuya conversación con él será el tema de mi próximo artículo, y me decía: «Aquí en el Perú los medios no se interesan por el arte y la cultura. Viene un científico a dar una conferencia y lo anuncian en dos líneas perdidas en un rincón del diario. Pero viene una vedette y publican su foto de cuerpo entero en primera página, casi en cueros y todo el mundo acude a verla. El científico, en cambio, vierte sus conocimientos a cuatro gatos». Y luego nos sugería una serie de medidas para hacer un impacto verdadero en la sociedad peruana. Como para tranquilizarlo, le dije que este no era un problema solo del Perú sino que se puede encontrar en el país que uno quiera y con los excesos más inimaginables. Le hice ver que si bien no podríamos aplicar todas las medidas que nos sugería, sí estamos desde nuestra trinchera disparando dardos contra los medios mercantilizados par irles arrebatando, poco a poco y hasta en forma imperceptible, algo del dominio que actualmente ostentan.
Esta es una tarea que hemos asumido seriamente en ALEC de ahí que nuestra literatura, llamada «cristiana de ficción» sea, en algunos casos, «una novela flojita». Pero permítanme darles este ejemplo, recogido por nosotros mismos. Una señora, madre de una niña de quince años, adquirió la colección completa de ALEC para que su hija desarrollara el hábito de la lectura, hábito que ella nunca tuvo. Sin embargo, un día, casi por inercia, abrió la novela «Séfora» y comenzó a leerla. Después nos contó: «Me cautivó de tal manera la historia de esa niñita que se convirtió en el brazo derecho de su padre y luego en la esposa sabia de Moisés, que no pude dejarla hasta que la terminé. Lo curioso es que había noches en que no podía dormir pensando en cómo seguiría la historia; entonces, me levantaba, la tomaba y seguía leyendo».
Cuando terminó de leer «Séfora» siguió con la segunda, y luego con la tercera, la cuarta, la quinta hasta leer toda la colección. A este público es al que apunta ALEC con sus obras de ficción. Por eso es que «Séfora» está hecha a la medida de miles y millones de hispanohablantes que necesitan cambiar sus hábitos de esparcimiento. Y por eso es que la novela puede tener de todos, menos ser «flojita».
Séfora comienza con una pequeña de cortos años que es testigo involuntaria de la muerte de su madre y de su hermanito que nace sin vida. Pasa a manos de otras familias hasta que en medio de una tormenta de arena en el desierto se extravía de su tribu. Es encontrada por Jetro, quien la lleva a casa, la presenta a su esposa Hulda y la adoptan como hija. Séfora se desarrolla como una mujercita inteligente, astuta, delicada y hermosa. Hasta que aparece Moisés, quien se enamora de ella, la pide en matrimonio y la transforma en la mujer que lo habrá de amar, de dar hijos y de acompañar en algunas de las empresas complicadas que le encomienda el Dios de los israelitas.
Aquí tenemos amor; aquí tenemos romance; aquí tenemos conquistas sentimentales; aquí tenemos diferencias serias entre marido y mujer. Aquí tenemos llantos, gritos de dolor y alegrías. Aquí tenemos todos los ingredientes que se pueden encontrar en una telenovela frívola y «sensualizada» de nuestra televisión, pero sin los elementos degradantes de estas.
¿Podremos derrotar al gigante? No lo sabemos, pero por lo menos estamos en ALEC dispuestos a luchar contra él. Como en el caso de David, unas cuantas «novelas flojitas» pueden hacer el milagro si no de derribarlo para correr y cortarle la cabeza con su propia espada, por lo menos para decirle que se ande con cuidado, que le ha salido un enemigo que puede resultarle peligroso.
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