La clonación no significa crear vida en el laboratorio sino manipularla a partir de otros seres vivos ya existentes. La patente la sigue teniendo Dios, no el hombre. Por mucho que se diga que éste juega a ser Dios cuando consigue una copia genéticamente exacta de un determinado animal, lo cierto es que sólo lo logra partiendo de células preexistentes que ya fueron diseñadas así por el Creador del universo. Cambiar un núcleo o un gen de una célula a otra no es, ni mucho menos, lo mismo que crear vida a partir de la nada. Mediante la clonación no se crea nada nuevo que no existiera ya previamente. Si alguna vez se realizara la clonación reproductiva de un ser humano, -Dios no lo quiera- éste no sería una especie de Frankenstein sin alma o el mismísimo Anticristo, como ciertos sensacionalistas pretenden. El hombre, por más clónico que sea, poseerá siempre una dimensión espiritual o trascendente que lo alejará de los animales irracionales o de los robots computarizados. Si no fuera así, dejaría de ser humano.
Hay tres métodos para obtener clones de forma artificial que a veces se confunden en la literatura divulgativa. El primero se viene practicando con ciertos animales desde el año 1993 y consiste en arrancar células al embrión antes de que éste inicie su diferenciación celular. En esos primeros momentos en los que todas las células son todavía iguales, cada una de ellas posee la capacidad de originar todos los tejidos, estructuras y órganos del individuo completo. Se dice que son totipotentes. Pues bien, si se toma una o varias de tales células y se implantan convenientemente en el lugar adecuado del útero de otra hembra, son capaces de dar lugar a tantos fetos clónicos como células se hayan trasplantado. De esta manera se han obtenido numerosos animales.
El segundo procedimiento para fabricar clones consiste en extraer los núcleos de células embrionarias cultivadas artificialmente e introducirlos en óvulos no fertilizados a los que previamente se les ha extraídos también sus propios núcleos. Tales óvulos se comportan, después de ciertas descargas eléctricas, como si hubieran sido fecundados normalmente por espermatozoides masculinos y empiezan a dividirse formando embriones que después serán transferidos a los úteros de las madres adoptivas que los darán a luz. Esta técnica se viene aplicando con relativo éxito en el ganado ovino desde el año 1996 y permite crear un mayor numero de clones que con el primer método.
No obstante, los ejemplares que así se consiguen, tanto con el primero como con el segundo procedimiento, se originan siempre a partir de células embrionarias pero nunca proceden de células adultas ya diferenciadas.
De ahí la importancia que tuvo la obtención de la famosa oveja Dolly ya que, según afirmó su creador el profesor Ian Wilmut del Roslin Institute de Edimburgo, este clon superó tal frontera, constituyendo el tercer y más importante método de la clonación. En su caso se partió de los núcleos de células desarrolladas de las glándulas mamarias, es decir, de las ubres de una oveja adulta. Se trataba, por tanto, de núcleos que aparentemente habían perdido la totipotencialidad y a los que se obligó a reprogramarse para formar un individuo auténticamente clónico, que fuera una réplica exacta del progenitor al que se le había extraído la célula de la ubre. Después se procedió como en el caso anterior. El núcleo diferenciado se introdujo en un óvulo enucleado de una segunda hembra donante y, por último, en el útero de una tercera hembra adoptiva que lo daría a luz. Por eso se dijo que Dolly tuvo tres madres y ningún padre.
Frente a las elucubraciones de algunos futurólogos y ciertos grupos feministas que contemplaban la posibilidad de un mundo formado sólo por hembras en el que los machos resultaran innecesarios para la reproducción, conviene señalar que tal posibilidad es biológicamente inviable.
La clonación asexual no podrá nunca sustituir a la reproducción sexual ya que en el proceso reproductor se requieren, tarde o temprano, unos pequeños orgánulos citoplasmáticos llamados centríolos, que sólo están presentes en los espermatozoides masculinos pero no en el óvulo femenino. En la fecundación tales centríolos son transferidos del espermatozoide al oocito de la hembra para que éste inicie su desarrollo embrionario. Por tanto, no es posible prescindir de las células masculinas en el proceso reproductor. Tales mecanismos continúan funcionando tal y como fueron diseñados por el Creador.
A pesar de tanto alboroto creado en torno a la clonación de la oveja Dolly, en los medios de comunicación por todo el mundo, recientemente se ha confirmado que ésta envejece prematuramente y tiene problemas de obesidad, artritis, etc. Esto ha llevado a su creador a desaconsejar rotundamente la posible clonación de seres humanos, calificándola de “irresponsabilidad criminal”. Pero es que además, la clonación humana es materialmente imposible ya que la personalidad de cada individuo se forma por medio de la interacción con el entorno. No es posible reproducir exactamente todas las condiciones ambientales que han influido en la vida de una persona para hacer que ningún clon genéticamente idéntico a su progenitor tuviera también el mismo carácter, la misma actitud frente a la vida, tomara continuamente las mismas decisiones o empleara su libre albedrío de la misma manera.
Cada criatura humana es siempre responsable de sí misma, o de su conducta individual, delante de los demás y, sobre todo, ante Dios. Esto significa que cada persona es única e irrepetible, por idénticos que sean sus genes a alguna otra, y que tendrá que rendir cuentas de su comportamiento delante del Creador. Pero, a la vez, implica que la sangre de Jesucristo es capaz también de limpiar el pecado de cualquier posible clon humano arrepentido. Al fin y al cabo, si se llegara a clonar personas, éstas no serían en modo alguno responsables de su condición genética, sino víctimas inocentes.
Tampoco la clonación de animales parece que a la larga fuera muy eficaz, ya que al poseer los mismos cromosomas cualquier posible infección podría acabar con todo el rebaño o variedad creada. Quizá la clonación de animales modificados genéticamente para la sustitución de órganos humanos sería una posible aplicación beneficiosa. También la clonación de algunos seres vivos que se hallan en la lista roja de especies en peligro de extinción, podría ser otro aspecto positivo, a pesar del conocido empobrecimiento genético que tal reproducción supondría. Ya se ha pensado, por ejemplo, en la posibilidad de clonar ciertas tortugas galápagos de las que sólo queda un ejemplar, así como ciertos toros salvajes de la India llamados “gaur”, la cabra montés o bucardo de los Pirineos, el panda gigante o el tigre de Sumatra, entre otras muchas especies que peligran.
Por lo que respecta a la clonación terapéutica se ha sugerido para un futuro próximo la producción de tejidos humanos e incluso órganos para posteriores trasplantes, mediante la clonación de células extraídas de los propios enfermos. En este sentido, resulta obvia la gran bendición que supondría para los parapléjicos, por ejemplo, el que se les pudiera implantar tejido medular obtenido mediante clonación de sus propias células y conseguir así que volvieran a caminar.
Nos parece que esto sería legítimo, siempre y cuando no se usaran de forma inadecuada embriones humanos. Ya que no parece ético, desde la fe cristiana, crear un embrión que es un proyecto de persona para luego destruirlo aunque sea con el fin de curar la enfermedad de un adulto. Máxime cuando, hoy se sabe, que las llamadas “células madre” susceptibles de convertirse en cualquier tejido capaz de curar, se pueden obtener también a partir del cordón umbilical de los bebés recién nacidos, de la médula espinal, el cerebro o de otros tejidos del adulto, sin necesidad de fabricar embriones humanos para después matarlos.
Evidentemente una cosa es clonar ovejas o vacas y otra radicalmente diferente, hacerlo con seres humanos. La clonación reproductiva atenta claramente contra la individualidad del hombre. Cada persona tiene derecho a un patrimonio genético único que sea solamente suyo y no compartido con nadie. El individuo humano tiene derecho a ser hijo de unos progenitores biológicos, de un padre y una madre naturales y no de una manipulación artificial discriminatoria. El “niño a la carta” es una pretensión que atenta contra la dignidad del ser humano. Es verdad que quizá mediante la ingeniería genética y la terapia génica en el futuro será posible curar numerosas enfermedades, pero también lo es que con esta mentalidad ingenieril que se detecta hoy en ciertos ambientes científicos no se contribuye a tranquilizar la opinión pública ya que el horizonte se llena de peligros potenciales. La elevada complejidad biológica de los seres vivos hace que las interacciones moleculares entre las células vivas sea una ámbito delicado y suficientemente difícil de comprender, como para actuar sobre él de forma torpe o a la ligera. Esto es algo que la tecnología científica deberá tener muy presente.
Si se sabe utilizar de manera sabia, la revolución genética será capaz de curar múltiples dolencias humanas que hasta ahora habían contribuido a esclavizar al ser humano, podrá mejorar las condiciones de vida de muchas criaturas y con ello hacer posible que el hombre disponga de más motivos para reflexionar acerca del Creador de la vida en el universo.
Pero si, como en épocas pasadas, se utiliza el conocimiento y la tecnología alcanzada para pelear contra el hermano como lobos feroces, entonces la humanidad le volverá a dar la espalda a Dios y la posibilidad de que la vida en el planeta se extinga, será demasiado real.
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