El rey adolescente

Al día siguiente, sumamente abatido confesó.
-Mamá, Alfredo no se fía de mi.

Otro día insistió con el mismo tono.
-Mamá, Andrés dice que no soy generoso y no me cree capaz de darle frutos del huerto de palacio.

Otro día.
-Mamá, Julián me llama mentiroso.

Y por fin la acusación más dolorosa.
-Mamá, Darío me ha llamado cobarde. Mañana vendrás conmigo a la plaza y les darás su merecido. ¿No eres acaso la Reina?

-Hay cosas que, ni aun siendo Reina, puedo resolver -le contestó ella.

Al cabo de unas semanas, el Rey fue abatido en una batalla que libraba contra el enemigo invasor. Por sucesión monárquica y con el consentimiento de su madre, el príncipe fue coronado a sus doce años.

Sabedor de su posición privilegiada, quiso tomar venganza contra los niños que menoscabaron su valía con aquellas acusaciones. Antes, sin embargo, pidió consejo a su madre.
-¿De qué tomas venganza contra ellos si nada de lo que te acusan se ha comprobado que es cierto? -le preguntó ella.

Reunió el joven Rey en palacio a sus compañeros. Ni que decir tiene que todos estaban temblando de miedo.

-Voy a obligar a que os retractéis de vuestras acusaciones contra mí, arrodillándoos bajo mis pies -dijo el Rey en tono severo-.
-Andrés, toma este cesto de frutos que te ofrece mi siervo para ti y tu familia. ¿Retiras tu acusación de mi falta de generosidad? -preguntó-.
-Sí, alteza, la retiro -contestó lleno de perplejidad.
-Pablo. Recoge estas monedas de oro para asistir a tus abuelos. ¿Retiras tu acusación de mi maldad? -preguntó el Rey.
-Sí alteza -suspiró Pablo-.
-Darío. Toma esta espada y lucha conmigo -ordenó el Rey.
-No, mi alteza, ya no dudo de tu valentía -contestó Darío.
-Alfredo. Toma mi capa real y me la devuelves dentro de una semana. -¿Aún desconfías de mí?-. –Preguntó contundente el Rey.
-No, mi alteza –respondió sorprendido-.
-Julián. Es difícil convencer a alguien de su veracidad. Pregúntame lo que quieras y comprueba si es cierta mi respuesta -le dijo el Rey-.
-Ya no dudo de ti, perdona mi desconfianza -le contestó tembloroso-.

Aquella reunión acabó en una gran fiesta en la que todos quedaron contentos. Los jóvenes reconocieron allí a su Rey, y éste ganó el corazón de los jóvenes de su generación.

-¿Cómo eres una Reina tan sabia, mamá?- preguntó el Rey.
-Porque soy más madre que Reina. Ahora gobiernas tu vida, eres dueño de ser lo que quieras ser, y dar de lo que es tuyo. Solo así podrás reinar sobre tus súbditos y ellos te respetarán. Ya no eres una incógnita por resolver -concluyó la madre-.